Diego Fonseca
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La interminable legión de seguidores de Narcos, la serie de televisión sobre Pablo Escobar emitida por Netflix, ya tiene algo que celebrar. En unos meses, Antena 3 estrenará Fariña (harina, en castellano), una ficción sobre el negocio de los narcotraficantes gallegos en la década de los 80 y 90 que contará los días en los que la mayor parte de la cocaína que entraba en Europa lo hacía por las playas cerradas y los acantilados escarpados de la costa de Galicia.
La productora Bambú comenzará en breve a grabar para Antena 3 la primera temporada de este producto, basado en el libro homónimo del periodista Nacho Carretero. Aunque los clanes gallegos no fueron tan sanguinarios como los colombianos —las muertes por año apenas se cuentan con los dedos de una mano—, los capos tejieron una red de contrabando que acabó por crear la mayor industria —con permiso de Amancio Ortega— nunca vista en la región.
Estas son algunas de las mejores historias de poder y sufrimiento que aparecen en la novela y que, seguramente, harán de esta serie un vicio más de los seguidores de Narcos:
El capo Sito Miñanco mandó más que la propia Iglesia
En julio de 1981, un temporal azotó la costa de Galicia impidiendo a los trabajadores del narco Sito Miñanco, el más poderoso de cuantos ha habido en esta región, desembarcar la mercancía en la costa de Cambados. Por cosas del destino, la borrasca amainó precisamente el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen (patrona de los marineros), cuando toda la localidad acostumbra a salir en procesión en barcos, cargando flores y haciendo sonar las sirenas.
Los hombres de Miñanco, socio directo del cártel de Cali —organización que sale en la serie Narcos—, hablaron con el cura para que la procesión se demorase hasta el día siguiente y, de esta manera, tuvieran tiempo de acercar las planeadoras a la embarcación nodriza que esperaba a decenas de millas de la costa. El sacerdote accedió a la petición y los vecinos de este pueblo católico no tuvieron más remedio que celebrar la festividad del Carmen el 17 de julio por primera y última vez —al menos hasta hoy— en su historia.
La DEA se desesperó con los capos gallegos
Los clanes de narcotráfico colombianos, como después harían los mexicanos, establecieron contactos con las organizaciones gallegas. La relación llegó a ser tan fluida y fructífera que el cártel de Medellín, liderado por el sanguinario Escobar, compró una oficina en el paseo marítimo de A Coruña, con unas vistazas a la playa de Orzán, para convertirla en un lavadero de dinero. Como los negocios traían millones y millones de pesetas a Galicia, policías y políticos hicieron la vista gorda para desesperación de los agentes de la Drug Enforcement Administration (DEA).
Según recoge Carretero en su libro, la frustración de las autoridades estadounidenses fue tal que su jefe en España durante los 80 y 90, George Faz, llegó a asegurar públicamente que el 80% de la cocaína que entraba en Europa lo hacía por las rías gallegas. Un intento frustrado de sacar los colores a las autoridades españolas para que tomasen, de una vez, cartas en el asunto.
Los narcos perseguidos por la justicia se reunieron con el presidente de la Xunta
A principios de los 80, varios narcos gallegos, como Marcial Dorado, fueron perseguidos por la justicia. Antes de ser detenidos, lograron huir a Portugal. Dorado, del que son más que famosas sus fotografías en un superyate con el actual presidente de la Xunta —Alberto Núñez Feijóo—, se instaló en el pazo de A Boega, cerca del río Miño. Allí, el 6 de julio de 1984, Dorado y sus hombres se reunieron con Xerardo Ferández Albor, entonces presidente autonómico por Alianza Popular.
Hay varias versiones distintas sobre el encuentro, pero lo que está claro es la estrecha relación que había entre los capos y algunos partidos políticos en esas décadas. Fernández Albor, cuando los hechos trascendieron, tuvo que dar explicaciones en el parlamento regional y llegó a pedir perdón, excusándose en que, casualmente, los capos se alojaban en el mismo sitio que él durante su gira por Portugal.
Las madres de los adictos se alzaron contra los narcotraficantes
Fueron muchas las familias gallegas que sufrieron los destrozos de la cocaína. Hijos, sobrinos, nietos y hermanos fueron víctimas de la fariña (como coloquialmente se le conoce a la cocaína en Galicia). De hecho, es raro encontrar a una persona que resida en las Rías Baixas y que no haya sufrido la muerte o la drogadicción de alguno de sus familiares.
La movilización que en esos años protagonizaron las madres de los afectados, con la creación de colectivos como la asociación Érguete, fue fundamental en la lucha contra los narcos. En 1994, por ejemplo, un puñado de mamás viguesas intentó tomar por la fuerza el Pazo de Baión, propiedad entonces del narco Laureano Oubiña, porque le resultaba insoportable ver cómo, cada día, los capos se hacían ricos mientras sus hijos morían drogados en las cunetas. A raíz de la gesta, serían cientos las veces que las madres saldrían a la calle para quejarse por la impunidad en la que vivían los señores de la droga.
La productora Bambú comenzará en breve a grabar para Antena 3 la primera temporada de este producto, basado en el libro homónimo del periodista Nacho Carretero. Aunque los clanes gallegos no fueron tan sanguinarios como los colombianos —las muertes por año apenas se cuentan con los dedos de una mano—, los capos tejieron una red de contrabando que acabó por crear la mayor industria —con permiso de Amancio Ortega— nunca vista en la región.
Estas son algunas de las mejores historias de poder y sufrimiento que aparecen en la novela y que, seguramente, harán de esta serie un vicio más de los seguidores de Narcos:
El capo Sito Miñanco mandó más que la propia Iglesia
En julio de 1981, un temporal azotó la costa de Galicia impidiendo a los trabajadores del narco Sito Miñanco, el más poderoso de cuantos ha habido en esta región, desembarcar la mercancía en la costa de Cambados. Por cosas del destino, la borrasca amainó precisamente el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen (patrona de los marineros), cuando toda la localidad acostumbra a salir en procesión en barcos, cargando flores y haciendo sonar las sirenas.
Los hombres de Miñanco, socio directo del cártel de Cali —organización que sale en la serie Narcos—, hablaron con el cura para que la procesión se demorase hasta el día siguiente y, de esta manera, tuvieran tiempo de acercar las planeadoras a la embarcación nodriza que esperaba a decenas de millas de la costa. El sacerdote accedió a la petición y los vecinos de este pueblo católico no tuvieron más remedio que celebrar la festividad del Carmen el 17 de julio por primera y última vez —al menos hasta hoy— en su historia.
La DEA se desesperó con los capos gallegos
Los clanes de narcotráfico colombianos, como después harían los mexicanos, establecieron contactos con las organizaciones gallegas. La relación llegó a ser tan fluida y fructífera que el cártel de Medellín, liderado por el sanguinario Escobar, compró una oficina en el paseo marítimo de A Coruña, con unas vistazas a la playa de Orzán, para convertirla en un lavadero de dinero. Como los negocios traían millones y millones de pesetas a Galicia, policías y políticos hicieron la vista gorda para desesperación de los agentes de la Drug Enforcement Administration (DEA).
Según recoge Carretero en su libro, la frustración de las autoridades estadounidenses fue tal que su jefe en España durante los 80 y 90, George Faz, llegó a asegurar públicamente que el 80% de la cocaína que entraba en Europa lo hacía por las rías gallegas. Un intento frustrado de sacar los colores a las autoridades españolas para que tomasen, de una vez, cartas en el asunto.
Los narcos perseguidos por la justicia se reunieron con el presidente de la Xunta
A principios de los 80, varios narcos gallegos, como Marcial Dorado, fueron perseguidos por la justicia. Antes de ser detenidos, lograron huir a Portugal. Dorado, del que son más que famosas sus fotografías en un superyate con el actual presidente de la Xunta —Alberto Núñez Feijóo—, se instaló en el pazo de A Boega, cerca del río Miño. Allí, el 6 de julio de 1984, Dorado y sus hombres se reunieron con Xerardo Ferández Albor, entonces presidente autonómico por Alianza Popular.
Hay varias versiones distintas sobre el encuentro, pero lo que está claro es la estrecha relación que había entre los capos y algunos partidos políticos en esas décadas. Fernández Albor, cuando los hechos trascendieron, tuvo que dar explicaciones en el parlamento regional y llegó a pedir perdón, excusándose en que, casualmente, los capos se alojaban en el mismo sitio que él durante su gira por Portugal.
Las madres de los adictos se alzaron contra los narcotraficantes
Fueron muchas las familias gallegas que sufrieron los destrozos de la cocaína. Hijos, sobrinos, nietos y hermanos fueron víctimas de la fariña (como coloquialmente se le conoce a la cocaína en Galicia). De hecho, es raro encontrar a una persona que resida en las Rías Baixas y que no haya sufrido la muerte o la drogadicción de alguno de sus familiares.
La movilización que en esos años protagonizaron las madres de los afectados, con la creación de colectivos como la asociación Érguete, fue fundamental en la lucha contra los narcos. En 1994, por ejemplo, un puñado de mamás viguesas intentó tomar por la fuerza el Pazo de Baión, propiedad entonces del narco Laureano Oubiña, porque le resultaba insoportable ver cómo, cada día, los capos se hacían ricos mientras sus hijos morían drogados en las cunetas. A raíz de la gesta, serían cientos las veces que las madres saldrían a la calle para quejarse por la impunidad en la que vivían los señores de la droga.
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