sábado, 16 de xullo de 2016

La escalada del odio

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A lo mejor no es el caso, y en esta ocasión el asesino de Niza sí era un integrista perturbado que ha querido demostrar que matar (y más si es en nombre de un dios) es muy fácil. A lo mejor tampoco es el momento de decirlo en plena campaña del odio contra todo lo que no sea nosotros mismos, pero podía haber sido otro tipo de caso, como por ejemplo el de un civil inocente que tuvo que recoger los cuerpos de sus seres queridos tras un bombardeo de los aviones franceses o estadounidenses en Irak, Libia, Siria, Afganistán, etc. Y es que hay que recordar que en estas guerras unidireccionales las víctimas son en su mayoría civiles inocentes de todo género, edad y condición.
A lo mejor lo que ha llevado a alguien a subir a un camión es el fanatismo religioso, o pudiera ser solo venganza, o incluso ambas cosas con la religión como descargo de responsabilidad individual. Quizá ni una cosa ni la otra. Pero parece que nos importa una mierda qué haya motivado que alguien quiera morir matando, porque ya tenemos un chivo expiatorio precocinado, muy de esta época de abrir y servir.
Será por eso que no he leído ni una sola crítica ni asunción de responsabilidades propias, ni ahora ni en otros casos. A lo sumo (aunque ni esto es habitual) una condena a todas las partes implicadas, entre las que, casualmente, nadie incluye al ‘pueblo soberano’ elector de gobiernos dispuestos a llevar la muerte más allá de sus fronteras, sin mediar diálogo o diplomacia y como ya ha quedado demostrado, con mentiras y con una finalidad nada humanitaria.
Si en este mundo imperara la lógica más básica (que por otra parte casi nunca es válida), más allá de conmocionarnos por los que se producen, lo que deberíamos preguntarnos es por qué hay tan pocos atentados y por qué tan poca gente recurre a algo tan terrible pero tan humano como la venganza. Y es que no es demasiado difícil ponerse en la piel del que lo ha perdido todo sin haber hecho daño a nadie, ni entender su odio. Imagina que eres tú el que ha visto esparcidos los intestinos de tus seres queridos tras un bombardeo ‘democratizador’. ¿Te ibas a pedir a ti mismo cordura y racionalidad? ¿O es que de verdad alguien cree que su vida, sus sentimientos o su dignidad valen más que la de otros, o que se puede imponer una voluntad por la fuerza sin consecuencias?
En lo personal he procurado crear un criterio previo imaginando verme en cualquiera de esas situaciones, y por tanto si ese trastornado hubiera atropellado a mis seres queridos ya no buscaría responsabilidad únicamente en él, sino también en los que están provocando que la respuesta violenta se convierta en una cotidianidad posible. Y puede que como él también perdiera la cabeza, pero no lo haría contra ese yihadismo maximizado por la propaganda, que sin dejar de ser una aberración es un vector de respuesta y no un origen, sino contra los que están alimentando la semilla del odio. Pero también puedo comprender la reacción de aquellos que no hayan hecho ese ejercicio de composición de lugar, y puedo entender que justifiquen la venganza contra un falso común que hoy es heterogéneo, como falso es presentar al islamismo en un totum revolutum identificable únicamente por un idioma y un color de piel, pero que de seguir así dejará de serlo y se convertirá en profecía autocumplida.
Y es que el odio es el caldo de cultivo perfecto para el auge del fascismo institucional. Una caja de Pandora que una vez abierta se retroalimenta en un círculo vicioso imparable.
Si la solución al ‘terrorismo de parte’ es anatematizar a toda una cultura y masacrar pueblos sin mediar la más mínima autocrítica, no nos sorprendamos cuando los masacrados quieran igualar el número de víctimas y se incremente exponencialmente la cantidad de atentados. Hasta que quizá un día la víctima puedas ser tú o pueda ser yo. Matar va a seguir siendo fácil, y no hay estado policial o represión que lo pueda evitar cuando por matar desprecias el valor de tu propia vida. Y así, al tiempo que desaparecen las pocas libertades que nos quedan, también odiaremos más y nos odiarán más en una escalada que recuerda demasiado a otros periodos de la historia reciente.
Y esto es algo extraordinariamente preocupante, porque como me recordaba ayer un buen amigo no es la historia la que se repite, sino que lo que no cambia es la condición humana, que como tal tiende a reproducir invariablemente el mismo proceso social y las mismas respuestas, aunque el escenario sea diferente y otros los actores.
El tiempo lo dirá, pero es difícil mantener la esperanza de cambio cuando el discurso oficial parece ser el único existente y nadie quiere pasar por la incomodidad de ser señalado. Otra vez.

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