mércores, 13 de xullo de 2016

Aznar reescribe la historia

Roberto Montoya
Periodista y escritor
http://www.publico.es/

El Informe Chilcot sobre la responsabilidad del Reino Unido en la guerra de Irak es demoledor. Llega con mucho retraso, 13 años después de que Bush, junto a Blair y Aznar iniciaran una guerra injustificada, ilegal, basada en una amplísima campaña política y mediática intoxicadora y manipuladora de la opinión pública.
Llega, cientos de miles de muertos civiles después, cuando Irak ya ha sido devastado, cuando la guerra sectaria desatada después de la invasión parece no tener fin.
Ninguna de esas vidas, ninguno de esos daños materiales son ya reversibles, pero el Informe Chilcot podría servir para delimitar responsabilidades políticas, al menos en Reino Unido, aunque en realidad, salpican también de lleno a Aznar y Bush.
El ex primer primer ministro británico Tony Blair, que después de haber sido protagonista de primer orden en esa campaña genocida fue premiado por la ONU designándolo nada menos que enviado especial para Oriente Medio, adelantó meses atrás -con la boca chica- sus disculpas, su “error”, la “mala información” de la que se fió. Sabía que pronto se conocerían las conclusiones del Informe Chilcot.
Bush senior disculpó por su parte a su hijo, asegurando que fue “su entorno” el que lo asesoró mal, y Bush junior se limitó a decir que todo fue culpa de “informaciones equivocadas”. A pesar de ello, en EEUU no se consideró hasta el momento iniciar una investigación formal profunda sobre el papel que jugó -y juega- en la guerra de Irak.
En España tampoco la hubo, pero claro, Aznar nos asegura ahora que “España no participó en la guerra” y su entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, precisa que cuando las tropas españolas llegaron a Irak físicamente la ONU había finalmente cedido y ya de hecho había legitimado la campaña militar.
Pero ¿qué papel jugó España desde el primer momento en que Bush junior decidió preparar la guerra aún sabiendo que no había ninguna relación entre Al Qaeda y el régimen iraquí, para así rematar la faena que había iniciado en 1991 su padre con la Operación Tormenta del Desierto que no había logrado acabar con Sadam Husein?
La maldita hemeroteca
“Decir que Irak cuenta con armas de destrucción masiva no forma parte del terreno de la fantasía”, sostenía enfáticamente José María Aznar en rueda de prensa en La Moncloa el 30 de enero de 2003 junto a Tony Blair. Tres días después declaraba a Europa Press: “El Gobierno tiene información reservada que demuestra que Irak, con armas químicas y biológicas y conexiones con grupos terroristas, supone una amenaza para la paz y la seguridad mundial. Tenemos evidencias suficientes en ese sentido”.
No importaba que días antes, el 27 de enero, el máximo responsable de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, el egipcio Mohamed el Baradei y el sueco Hans Blix, jefe de los más de 1.000 inspectores de la Unmovic encargados por la ONU para buscar las armas de destrucción masiva de Sadam Husein por todo el territorio iraquí, informaran que no habían localizado armas nucleares, químicas o biológicas ni misiles de alcance superior a 150 kilómetros, las armas que a través de la resolución 687 se les encomendaba buscar.
El 5 de febrero Aznar realizaba declaraciones similares en el Congreso de los Diputados y el 13 lo hacía nuevamente con Sanz de Buruaga en Antena 3: “Puede usted estar seguro, y pueden estar seguras todas las personas que nos ven, de que les estoy diciendo la verdad: el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva, tiene vínculos con grupos terroristas y ha demostrado a lo largo de la historia que es una amenaza para todos”.
Los tambores de guerra sonaban cada vez más fuertes en la Casa Blanca y Aznar no podía aceptar que de este lado del charco un laborista como Tony Blair asumiera todo el protagonismo de esa cruzada contra el terror.
El 18 de febrero, cuatro días después de que los inspectores de la ONU comparecieran de nuevo públicamente para decir que Sadam Husein estaba colaborando con la tarea que desarrollaban sobre el terreno, Aznar le decía a Luis Herrero ante los micrófonos de la Cope: “En estos momentos quiero decir que estamos ante una amenaza y un riesgo ciertos. Lo vuelvo a decir y estoy diciendo la verdad: un régimen que tiene armas de destrucción masivas y conexiones terroristas es un riesgo para la paz y la seguridad del mundo”.
Ese mismo día se permitía incluso asegurar en una comparecencia ante el Congreso de los Diputados, con toda la oposición en contra: “Los propios inspectores de la ONU han constatado armamento químico y biológico no declarado por Sadam”, cuando en realidad los inspectores de Blix y de El Baradei reclamaban más tiempo para terminar de rastrillar el inmenso territorio iraquí y confirmar si existían o no esas fantasmagóricas armas de destrucción masiva.
España, el país que más se movilizó contra la guerra
Las calles en España hervían, fue el país con manifestaciones más masivas de todo el mundo; entre febrero y marzo salieron a la calle más de siete millones de personas en las cerca de 360 manifestaciones que tuvieron lugar.
Una encuesta de Sigma 2 mostraba que el 84,7% de los ciudadanos rechazaba la guerra y que solo un 2,3% apoyaba una acción unilateral de EEUU y sus aliados.
Más de 1.500 actores, directores y técnicos firmaban el manifiesto No a la Guerra, decenas de activistas viajaban a Bagdad para sumarse a otros muchos provenientes de otros países para hacer de escudos humanos e intentar frenar la guerra.
Alemania y Francia eran en Europa el principal frente de rechazo a la guerra, calificados despectivamente por Donald Rumsfeld como “la vieja Europa”. Pero la suerte estaba echada.
Bush ya había apuntado públicamente contra Sadam Husein desde poco después de llegar al poder en enero de 2001, mucho antes del 11-S, estaba obsesionado con terminar la faena iniciada por su padre en 1990-1991 con la Guerra del Golfo.
El propio CNI no se prestó al juego del Gobierno. El 4 de septiembre de 2003 Jorge Dezcallar, responsable máximo del Centro Nacional de Inteligencia español, comparecía ante la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso y advertía que aún en ese momento, seis meses después de iniciada la guerra, no había constancia de la existencia de armas de destrucción masiva y que tampoco había pruebas de lazos entre el régimen de Sadam Husein y grupos terroristas.
El PP utilizó su mayoría absoluta para impedir una comparecencia de Dezcallar ante el Congreso de los Diputados para hablar del tema.
Luego se sabría que meses antes, en notas informativas confidenciales del CNI de principios de febrero de 2003 dirigidas al Gobierno de Aznar, el equipo de Dezcallar ya había advertido: “El CNI no tiene información sobre la participación iraquí en atentados terroristas islámicos”, una de las acusaciones que habían repetido una y otra vez Bush, Blair y Aznar. “Con respecto a posibles vínculos de Irak con Al Qaeda”, decía una de esas notas del CNI, “hasta la fecha no se ha podido contrastar esta información, y en algunos casos lo que ha podido demostrarse es que estas acusaciones no eran ciertas”.
El Gobierno le pidió específicamente al CNI que examinara y sacara una conclusión sobre documentos aportados por los servicios de Inteligencia estadounidenses y británicos con supuestas pruebas irrefutables contra Irak, y esta fue la respuesta de los espías españoles: “Este tipo de informes expresan conclusiones, no pruebas que respalden lo que se dice en ellos”.
En esas conclusiones el CNI sostenían en relación al supuesto programa de armas químicas y biológicas iraquí: “No se han encontrado pruebas que permitan afirmar ningunos de esos puntos”.
No fue la única vez que el Gobierno de Aznar, y más específicamente su ministro de Defensa, Federico Trillo, no lograron la complicidad de Dezcallar para sacar adelante sus teorías. Como el mismo Dezcallar explica en su biografía, Valió la pena, el último choque se produjo tras el 11-M y fue la razón por la que decidió dimitir el 18 de marzo de 2004.
Pero las evidencias poco importaban al presidente español; el 22 de febrero de 2003, con un puro en su mano y los pies sobre una mesa baja del rancho de Bush en Texas, Aznar respaldaba los planes de este y de Blair para la destrucción de Irak y la muerte de cientos de miles de iraquíes. Y lo lograron, vaya si lo lograron.
Torturadores en la “misión humanitaria” española
Trece años después de que Felipe González diera su apoyo a la Guerra del Golfo, sin dudarlo por un momento, España volvió a a verse envuelta en una segunda guerra en Irak.
Pero, como diría años después Aznar, en esta ocasión era una intervención “humanitaria”. En definitiva, los 1.300 soldados de la Brigada Plus Ultra del Ejército español iban a una “tranquila zona hortofrutícola”, como definiría Federico Trillo las provincias de Njaf y Al Qadisiya. Fue en esas zonas donde España se vio envuelta en numerosos choques y atentados que se cobraron la vida de 11 militares en solo diez meses y que dejaron numerosos heridos.
Tanto Aznar como Esperanza Aguirre aseguran sin embargo que España “no participó en la guerra”.
Curiosamente, un mes antes de que saliera el primer contingente de la Brigada Plus Ultra hacia Irak el Centro de Inteligencia y Seguridad del Ejército de Tierra (CISET) editaba un “manual de área” en el que advertía que el influyente imán chií Muqtada al-Sadr, líder del Ejérccito de al-Mahdi, y fuerte en la zona de Nayaf, era “el más peligroso para los intereses de la coalición internacional”.
Fue precisamente ahí donde una verdadera multitud armada atacó la base Al Andalus de la Brigada Plus Ultra y se produjeron fuertes enfrentamientos con muertos y heridos.
Los choques todavía durarían muchos días más y los ataques arreciarían también contra la base principal, Base España, en Diwaniya.
Fue en el curso de esos enfrentamientos cuando las tropas españolas capturaron a dos de los atacantes y los sometieron a una brutal paliza. El video de aquella escena en el interior de un calabozo permitió identificar a un capitán, a un cabo, tres legionarios, un guardia civil.
El tribunal militar reconoció la culpabilidad de ellos, pero siguiendo la misma doctrina de Bush con los prisioneros de Guantánamo, entendió que los dos detenidos no podían beneficiarse de la protección que garantizan desde hace más de medio siglo las Convenciones de Ginebra y el Derecho Internacional Humanitario, o la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, porque estas leyes, dijo el tribunal, “alcanzan a los prisioneros de guerra y al personal civil, pero en ningún caso a los terroristas”. La falta de uniforme y bandera lo permite todo, el mismo argumento utilizado por EEUU, para calificarlos de “combatientes ilegales” y no darles el trato de prisioneros de guerra.
Para más inri, la calificación de “terroristas” utilizada por el tribunal militar español, se sustentó únicamente en las declaraciones de los propios torturadores ya que, casualmente, el Estado Mayor del Ejército no pudo entregar al juzgado el libro donde debían registrarse los datos de los detenidos al “no poder ser localizado”.
En septiembre de 2015 el juez pedía el archivo del caso.
Wikileaks había revelado en 2010 documentos sobre los interrogatorios e “interrogatorios adicionales” -según la jerga que usaban- a los que soldados españoles sometieron a numerosos prisioneros iraquíes en Base España.
Muchos de ellos eran trasladados después de unos días a la prisión de Abu Grahib, controlada por EEUU, tristemente conocida por las torturas sistemáticas que se aplicaban a los prisioneros. Fotografías de esas torturas y vejaciones tomadas por algunos de los propios soldados conmocionaron al mundo entero cuando fueron conocidas en abril de 2004.
Pero Aznar y Aguirre siguen asegurando hoy día que España “no participó en la guerra”. A pesar de ello, en la “tranquila zona hortofrutícola” que une Diwaniyah con Bagdad murieron el 29 de noviembre de 2003 en una emboscada siete agentes del CNI.
En total fueron 11 los militares españoles y agentes del CNI muertos en Irak, a los que deben añadirse dos reporteros que cubrían la guerra para medios españoles, un querido compañero y amigo, Julio Anguita Parrado, de El Mundo, muerto el 7 de abril de 2003, y José Couso, cámara de Telecinco, un día después.
Azores, “una reunión muy tranquila”
En 2008 -cuatro años después de haber participado el 16 de marzo de 2003 en aquella siniestra reunión en las Azores junto a Bush y Blair donde se brindó por el inicio de la guerra Aznar, recordaba ante los micrófonos de Radio 4 de la BBC aquel cónclave como una reunión “muy simple, corta y tranquila”. “Después hubo una cena en la que hubo más tiempo para hablar de diferentes cuestiones”. Ya podían hablar de otras cuestiones, una vez resuelta la fecha del comienzo -cuatro días después- de los devastadores bombardeos sobre Bagdad.
En aquella entrevista sostenía: “El mundo está mejor sin los talibanes y está mejor sin Sadam Husein”. Mientras los coches bomba estallaban un día sí y otro también en Irak -como ahora- Aznar decía: “La gente puede participar en elecciones, puede hablar libremente, hay libertad en el país y existe la posibilidad de establecer una democracia, hay más seguridad”.
Aznar se sigue ofendiendo cuándo se le pregunta si no se considera responsable de tanta muerte y tanta destrucción. Reescribiendo la historia y burlándose de los millones y millones de personas que participaron en la manifestación mundial más grande de la historia, Aznar se limita a decir “todos creíamos que había armas de destrucción masiva”.
¿Cuánto habrá que esperar todavía en España para que se abra una profunda investigación sobre las responsabilidades políticas y penales de quienes metieron a nuestro país en la guerra y de quienes bajo bandera española cometieron crímenes de guerra?

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