luns, 21 de xullo de 2014

Tanto revuelo por unos pelos...

La presión social muestra que la depilación femenina es un mandato difícil de saltar y no una mera opción estética

Dejar de esconder la evidencia de que las mujeres tenemos pelos cuestiona la ficción del dimorfismo sexual



Hemos publicado la serie de ilustración de Rocío Salazar celebrando la opción de no depilarse y, como siempre ocurre al hablar de depilación, inmediatamente ha habido un aluvión de comentarios. Los comentarios hostiles o cuestionadores se pueden resumir en los siguientes argumentos:
- Es una cuestión individual, una simple opción estética, (como afeitarse o no en los hombres) y hay que defender el derecho tanto a no depilarse como a hacerlo.
- Es una chorrada hablar de ello (agregado de feministas: hablemos de problemas serios como la discriminación salarial o la violencia machista).
- Depilarse es una cuestión de higiene y de preocupación por el aspecto, similar a que los hombres se afeiten y lleven las uñas cortas.
Me dan asco los pelos en las mujeres, qué le voy a hacer.
Hace unos meses, Veet lanzó unos spots para el público anglosajón en el que una mujer se convierte en hombre peludo y no especialmente atractivo cada vez que muestra que no se ha depilado (al levantar la mano para parar el taxi; al ir a hacerse la pedicura y que le levanten el pantalón, y cuando su novio le toca cariñosamente la pierna en la cama). El desconcertante mensaje es que dejar largos los pelos que nos crecen naturalmente, nos convierte en hombres.
En las cadenas de televisión españolas habréis visto un anuncio de la misma marca con diferente forma pero un mensaje idéntico. Una chica se levanta de la cama tras una noche de pasión y se pone la camisa de su amante varón. El eslogan es: “Hay cosas de los hombres que nos sientan bien; el vello no es una de ellas”.
Por eso resulta tan pertinente que Rocío Salazar lance a través de sus ilustraciones preguntas como esta:

 
Si no depilarse fuera realmente una opción igual de respetada que depilarse, no sería noticia haber pillado a una famosa con pelos en los sobacos (Julia Roberts, por ejemplo). Nunca olvidaré un reportaje de la revista femenina Cuore en la que se reían no ya de las famosas que no se depilan las axilas o las piernas, sino de aquellas que tenían algo de vello facial. Creedme que era algo de vello. Pelusilla en el bigote, patillas propias de mujeres morenas con abundante cabellera (creo recordar que Salma Hayek) y, lo que me dejó ojiplática, ¡¡¡se metían con la pelusilla rubia en las mejillas!!! Piel de melocotón, creo que lo llamaban. ¡¡¡La redactora se extrañaba de que las famosas con pelusilla rubia en la cara no se hicieran la fotodepilación!!! (Lo cuál es absurdo, porque la fotodepilación, a no ser que haya otra técnica para millonarias, funciona sólo cuando el vello es oscuro).
Sobre el machaque que vivimos las mujeres a través de la publicidad o de las revistas femeninas, se podría decir: “Pues no consumas esos medios” o “no le hagas caso”. Cabría apuntar que el machaque es por acción pero también por omisión. No tenemos referentes de mujeres que no se depilan. Si depilarse o no fueran dos opciones igual de respetadas socialmente, en los medios de comunicación veríamos con normalidad mujeres con y sin pelos.
Al machaque audiovisual se suma el de la familia y las amistades. Preguntad a las que no se depilan cuantos comentarios tienen que escuchar sobre sus pelos. Pero incluso las que solemos depilarnos recibimos por parte de tías, abuelas o amigas comentarios como los de la Cuore. Más de una vez me han recriminado que tuviera algo de sombrita en el “labio superior” (dice una amiga que ha estudiado estética, que en la escuela les enseñan que las mujeres no tenemos bigote, sino labio superior). A mí, que soy relajada e inconstante para esto de los pelos (porque tengo mejores cosas a las que dedicar mi tiempo), mis novios me solían decir que nunca habían estado con una mujer que no estuviera siempre depilada.
El mandato, como muestran los anuncios de Veet, no es tener como hábito depilarse, sino estar siempre perfectamente depilada. Esto desmonta el argumento que equipara la depilación al afeitado facial en los hombres ya que, a no ser que estos trabajen en un entorno laboral muy estricto, la mayoría de los hombres no se afeitan a diario, de vez en cuando lucen barba de varios días, o se dejan crecer alguna parte (bigote, perilla, patillas...).
Ahora bien, ¿por qué esto es un asunto serio? Autoras como Naomi Woolf o Pierre Bordieu nos hablan del concepto de violencia simbólica y lo asocian con la relación tóxica que se promueve entre las mujeres y sus cuerpos. Que en la sociedad se fomente el asco hacia el vello en mujeres es una forma de violencia simbólica. Que a mí me dé asco mi cuerpo tal y como es, es una expresión de violencia simbólica sexista y machista.
Es sexista porque, si bien la depilación masculina aún no está extendida, los hombres (incluso aquellos que se depilan) no sienten por lo general asco hacia sus propios pelos. No haberse depilado no supone un motivo de vergüenza, no les limita a la hora de ligar, no les hace objeto de miradas de desaprobación o de comentarios jocosos. ¿Tal vez llegaremos a ese punto? Puede ser, porque la sociedad de consumo ha visto lo rentable que es promover la presión de la estética también en los hombres. Pero además es machista, porque sirve para alimentar la misoginia (también entre mujeres): pensemos en arquetipos como la guarra que no se depila, la feminista peluda o la mujer barbuda. 
El caso es que es un tema serio, no tanto viéndolo de forma aislada sino relacionándolo con todas las formas de violencia simbólica que enfrentamos las mujeres y que nos hacen sentirnos mal en nuestros propios cuerpos, lo cuál, como explica Naomi Woolf, nos debilita como sujetos políticos.
Pero por ahora no podemos decir que no depilarse sea una simple elección estética. Sigue siendo un acto revolucionario, que dinamita los mandatos de género. Hace un año, la joven Paloma Goñi publicó en su blog (que aborda temas como maternidad, salud o cocina) unas fotos suyas luciendo axilas y piernas pobladas, acompañadas por un texto en el que reflexionaba sobre por qué dejarnos crecer los pelos que nos salen de forma natural está tan castigado socialmente. Esta chica anónima armó tanto revuelo que los medios de comunicación generalistas se hicieron eco de su iniciativa. 20minutos, por ejemplo, publicó un reportaje en el que presentaba la opción de no depilarse como "el tabú femenino más arraigado".
Del post de Paloma Goñi me gusta esta parte:
[Mi novio] Me dijo que las esas fotos eran un atentado contra la estética. Estoy de acuerdo. Son un atentado contra la estética, contra la imagen de la belleza femenina que tenemos ya integrada en nuestra cultura y en nuestra sociedad. Esa misma imagen que quiero cambiar, simplemente porque no es real. Las mujeres tenemos pelos en las piernas. Tenemos pelos en las axilas. Y en el pubis. Y en mil sitios más. Somos peludas. Igual que los hombres. Algunas menos, otras más. Y eso es real. Una realidad que las mujeres, presionadas unas por otras, nos empeñamos en esconder.
Entre los comentarios que ha recibido el post de ilustraciones de Rocío Salazar en Pikara, me quedo con este: “Las viñetas representan a mujeres con una distribución pilosa uniforme: vello en las piernas, en los genitales y alguna zona perigenital y en las axilas. Me hubiera gustado más diversidad aquí también, puestas a representar el vello de las mujeres: hay muchas mujeres con vello en la linea alba (zona baja de la tripa), en los pezones, en las nalgas…y hay algunas que también tienen algo de vello en el pecho, en la parte baja de la espalda.. pero claro, tener vello y dejárselo en estas zonas sí que hoy en día significa ser leída como “hombre” y es una transgresión mucho más fuerte que dejárselo en las piernas”.
Goñi da en el clavo al señalar la obsesión de las mujeres por esconder el hecho de que tenemos pelos. En mi opinión, es reflejo del empeño de una sociedad sexista por acentuar el dimorfismo sexual. El patriarcado se basa en la asunción de que las personas nos dividimos en dos grupos: mujeres y hombres, a los que asigna cualidades físicas y de personalidad antagónicas. De ahí parten los roles de género (cómo se supone que somos y qué se supone que tenemos que hacer las mujeres y los hombres). En cambio, no se suele cuestionar tanto la supuesta evidencia de que mujeres y hombres somos seres con cuerpos muy diferentes.
Con este esquema binario se invisibiliza la enorme diversidad morfológica. Existen mujeres con espalda ancha, sin pechos o trasero prominente, con caderas estrechas, y existen hombres con espalda estrecha, trasero prominente, mamas abultadas o caderas redondeadas. Existen mujeres con vello y hombres lampiños (yo misma soy más peluda que la mayoría de mis amigos centroamericanos). Existen mujeres con barba y hombres a las que solo les crece un discreto bigotito. No son excepciones; la norma es que las personas somos diversas. No son pocas las llamadas personas intersexuales, que combinan caracteres sexuales de ambos sexos o ambiguos. O las mujeres con altos índices de testosterona (de los hombres con altos índices de estrógenos o progesterona no he oído hablar).
Total, que en una sociedad sexista se trata de remarcar el dimorfismo sexual todo lo posible. Interviniendo médicamente sobre quienes se salen de la norma binaria, obstaculizando la libre vivencia del transgenerismo, mediante la educación sexista (siempre me pregunto cómo serían los cuerpos de las mujeres y su capacidad física si se promoviera tanto el deporte en las niñas como en los niños) y mediante mandatos como la depilación.
Las mujeres que se dejan crecer los pelos cuestionan la ficción del dimorfismo sexual. Por eso se castiga tanto. Recordemos eso de que las mujeres no tenemos bigote sino labio superior. ¿Qué ocurriría si aceptásemos que tenemos bigote? Y por eso, mas por todo lo dicho (y en especial por el estigma que enfrentan las mujeres que no se depilan; no te digo ya las que se dejan crecer la barba), tiene sentido que el feminismo reivindique la posibilidad de lucir nuestros pelos cuando nos dé la gana.
Y por eso tampoco se depila la protagonista de la portada del nº2 de Pikara en papel, dibujada por Emma Gascó:

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