David Torres
Una de las pocas cosas donde se han puesto de acuerdo nuestras dos grandes piaras políticas mayoritarias es en que las mamadas no son buenas, algo que debería hacernos reflexionar. Francina Armengol ha pedido una reunión urgente para atajar el problema de las felaciones en Magaluf, algo que aterra a nuestros ganaderos mucho más que la saludable práctica del balconing, la hidrografía de orines que inundan las zonas de copas de Palma y el estrépito de decibelios que no deja dormir a los vecinos. Yo no veo ningún problema siempre y cuando las (o los) practicantes se arrodillen por propia voluntad y no manchen luego el suelo.
Estamparse los dientes contra el fondo de una piscina, descalabrar a un turista que pasaba por allí, pisar un charco de meados o despertarte a las tres de la mañana porque la policía mallorquina es básicamente sorda: todos ellos son deportes isleños ya perfectamente institucionalizados. De hecho, nos extraña que no haya equipos federados de balconing, o una liga de tontos con la vejiga floja. En cambio, la felación (del latín fellatio) les parece una práctica degradante siempre que se haga al natural, no cuando se practica en plan metafórico entre políticos y constructores.
Regular la conducta privada para calzarla en una mentalidad medieval es la principal ocupación de los legisladores mallorquines. En cuanto a la justicia local, desde Munar hasta Bauzá, lleva tantos años deleitándonos con pornografía barata que parece mentira que vayan a preocuparse ahora por unos cuantos preliminares. Sin embargo, nuestros prebostes son muy capaces de convertir en delito una simple gamberrada por la misma razón que han bendecido con la legalidad los negocios farmacéuticos del presidente. Para sexo oral en público, vejatorio, degradante, vergonzoso, sin condón y con asco, el de la fiscalía con la ex infanta Cristina.
Si el periodismo no anduviese de capa caída, yo le pediría al director que me enviase a Magaluf para hacer un reportaje sobre las diversas ofertas turísiticas de la zona. Al fin y al cabo, la felación siempre ha sido un clásico secreto de la literatura en español, desde Lezama Lima a Javier Marías; incluso yo describí una de dos párrafos en una de mis primeras novelas. Contaban las malas lenguas que el éxito amatorio de la Pardo Bazán entre la fauna literaria de la época consistía en su facilidad para desprenderse de la dentadura postiza. Con todo, estoy seguro de que lo de Mamaluf no es más que otro reclamo publicitario para hooligans incautos que acabarán lanzándose desde alguna terraza. Habría que denunciarlos, sí, pero por publicidad engañosa.
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