Nazanín Armanian
“Si durante un terremoto, un hombre que vive en una segunda planta cae en la primera donde vive una mujer, ¿el hijo que nace de ellos, es legítimo o no?”. No es un chiste malo, sino una de las dudas más famosas que han intentado responder los doctores en la fe islámica, con más o menos fortuna. Se trata de una pervertida ocurrencia que no deja de ver a unas personas (mujeres) inertes objetos sexuales al servicio de otras, los hombres, considerados un colectivo de ingenuos violadores en potencia.
Esta obsesión por el sexo de las religiones abrahámicas también se ve en España, entre quienes ajenos a la tragedia en la que viven millones de cristianos desesperados por el secuestro de sus derechos, insisten en saber con quién se levanta la gente cada mañana. Incapaces de ofrecer ni una sola solución a los desahucios, al desempleo, o al robo de las pensiones de los trabajadores, sacan de los baúles prehistóricas recetas petrificadas para los “enfermos” de la homosexualidad, tan curable como una hipertensión. Falsos doctores, que desconocen el Juramento Hipocrático, el indecible sufrimiento que les infringe tal mentalidad a las personas con dicha orientación sexual, y que lleva a miles de ellas a la exclusión, el suicidio, la tortura o la pena de muerte.
La importancia de los genitales es tal que cuentan que la alianza de Abraham y su clan con los dioses se selló con la circuncisión (Gen 17). Los musulmanes, a pesar del silencio del Corán al respecto, también someten a sus hijos varones a lo que la Unión Europea considera “la violación de la integridad física de los niños”. En las religiones antiguas persas o indias, desde el zarvanismo, el mitraismo hasta el mazdeísmo, budismo y maniqueísmo, donde la sexualidad carece de tal relevancia, no existe esta práctica; posible marca de distinción étnica, que curiosamente, y al contrario de otros pueblos, no se hacía en el lugar más visible del cuerpo como es el rostro.
Que mil millones de personas pasen hambre, y que 2,6 millones de niños menores de 5 años mueran cada año por ésta causa (a pesar de que se les prometió nacer con un pan bajo el brazo), que otros 66 millones de esos seres “concebidos y nacidos” vayan al colegio sin desayunar, o que otros 45 millones de almas hayan huido de sus hogares por guerras y desesperación con los pies y corazón destrozados, no son asuntos de nuestros líderes religiosos, demasiado ocupados con el tema morboso de la sexualidad de los fieles. Temas que no les incumben, de hecho participan en el festín organizado en el otro lado, compartiendo con el César del turno y en nombre de Dios lo que pertenece a los desheredados.
Durante siglos se presentaron como guardianes de la moral, ya que pocos conocían que los textos sagrados mandan a violar a las mujeres vírgenes prisioneras en las guerras –por ejemplo-, o que muchos de los santos hombres practicaban pedofilia, casándose con niñas pequeñas o apoderándose del cuerpo de los niños en los sótanos de los templos.
La ofensiva religiosa que hoy presenciamos es una reacción a la pérdida, quizás irreversible, de la autoridad moral milenaria que ostentaban las instituciones religiosas (ver: Los vicios del clero).
Sexo: poder y control
Las religiones abrahámicas –estos sistemas de creencias fantásticas sobre el universo y el ser humano-, son doctrinas totalitarias: nacieron en pequeñas comunidades con la misión de ordenar la vida del grupo. En caso del judaísmo y el Islam, la escasez de alimentos en su hábitat fue determinante para que todos los aspectos de la vida de los miembros del grupo fuesen controlados por las autoridades. En caso del cristianismo, el hecho diferencial residía en su desarrollo en el Occidente de abundancia.
En los desiertos de Oriente Próximo, los jefes espirituales, todos hombres, se negaron a repartir los recursos entre la población, santificaron el hambre (con los ayunos), justificaron la desigualdad en los derechos económicos, políticos y sociales –entre los géneros, los grupos étnicos y religiosos, etc., por la venia de Dios, que le había preferido a unos, dejando en la desgracia a otros. Luego para impedir la sublevación de los oprimidos, utilizaron el terror, el sexo y la sexualidad como claves de dominar sus mentes, y lo hicieron con tanta habilidad que las víctimas llegaron a ser sus principales defensores.
El control ritualizado sobre qué, cuándo, o dónde comer, bañarse, o realizar el acto sexual que antaño respondía al objetivo de salvaguardar la supervivencia, la paz en el grupo y garantizar el poder de una casta, se ha normalizado tanto que no se cuestiona ni hoy.
La lógica desfasada
La prohibición del aborto, el infanticidio, la homosexualidad masculina, antaño formaba parte de las políticas pronatalistas en unas sociedades cuya población se diezmaba por las guerras, enfermedades y hambrunas. Que el islam y el judaísmo autoricen el aborto cuando el embarazo pone en riesgo la vida de la madre, responde a un sencillo cálculo: una madre salvada podrá dar más hijos al grupo, mientras el niño salvado, no tiene garantizado sobrevivir más allá de los pocos años. Serían dos pérdidas. La persecución a los homosexuales también ha tenido sus etapas. Por ejemplo, una vez que el islam gobernó las tierras fértiles de Babilona, Persia o India, toleró esta opción sexual. En el Irán del siglo XVI, existían “amard-jane” (Casa de los “no-hombres”), burdeles públicos que, pagando impuestos, ofrecían afecto y sexo a otros hombres. El tabú de la virginidad de las chicas, aumentaba, sin duda, su clientela. Pertenecen a estas épocas cuando en el libro de Mil y Una noches aparecen relatos de amor gay tanto masculino como femenino.
La fijación por el control de los súbditos fieles era tal que establecieron que un hombre antes se casaría con una viuda o divorciada mayor que él, con varios hijos a su cargo que con una jovencita bella que haya perdido su “inocencia”, infringiendo las normas y los “valores” de obediencia y sumisión a los varones del poder. Se mitificó tanto la virginidad de la mujer que en la figura de María, madre de Jesús, ella no solo desafía la materialidad anatómica, sino permanece virgen (aunque sea en el sentido metafórico) después del parto. ¿Saben cuántos crímenes de honor se cometen por el ensalzamiento de tenencia de la dichosa membrana? Si el principal motivo de salvaguardar la virginidad de las muchachas (y la prohibición del adulterio) era asegurar la paternidad del hombre sobre su descendencia, la prueba de ADN hoy se presenta como un golpe a las razones y normas defendidas por los integristas.
. El dominio sobre la sexualidad de la persona, es dominar a la persona. Pues, relacionar el sexo con la vergüenza, el pecado, la culpa le convierte en un ser frágil, apta para ser manipulada y sometida.
. Ya que las ciencias han desmontado las verdades infalibles que defendían (de cuándo y cómo la vida apareció, el lugar de la Tierra en nuestro sistema, etc.), lo único que queda bajo su dominio son cuestiones subjetivas como la sexualidad, en las que tampoco acertaron, sino la casi totalidad de los habitantes del globo, desde hace miles de años hasta hoy deberían haberse quedado ciegos por aquello de “autocomplacerse”.
. Permanecer activos —aunque de forma encubierta— en la vida política, infringiendo el principio democrático de la separación entre la religión y el Estado.
. Al carecer de un programa viable para resolver los graves problemas de la humanidad, piden que la gente renuncie al gozo y a la felicidad de “aquí” con la promesa de tenerla “allá”. Es así que les disgusta cualquier signo de apego a la vida: la música, el baile, el uso de los colores vivos (la indumentaria de los musulmanes practicantes y el hábito de las monjas y los monjes), una sexualidad divertida, etc.
. Siendo parte del poder político y económico, con tales discursos desvían la atención pública de los problemas reales de la sociedad.
En esta lógica entra su defensa a la familia tradicional: núcleo social basado en la ley del más fuerte, en los roles sexuales de dominación y sumisión que rige la estructura de una sociedad de clases, levantadas sobre los mismos cimientos. Estos fundamentalistas que impiden la educación sexual, hacen apología de la cultura patriarcal con “cásate y sé sumisa (ver: La guinda del Bunga Bunga), luego dejan a su suerte a las adolecentes embarazadas para que den a luz en cualquier lúgubre trastero, mueran en el parto, o que sus hijos engrosen las files de los Niños de la calle, cebo perfecto de los pedófilos y traficantes de seres humanos.
La batalla por una sociedad secular es primordial para el progreso y un mundo justo. ¡Cuánto trabajo queda por hacer para los ateos y los creyentes progresistas!
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