mércores, 8 de novembro de 2017

La izquierda, al fondo

<p>Josep Borrell se dirige desde el escenario a los asistentes en la manifestación por la unidad de España convocada por Societat Civil Catalana el pasado 29 de octubre.</p>
Josep Borrell se dirige desde el escenario a los asistentes en la manifestación por la unidad de España convocada por Societat Civil Catalana el pasado 29 de octubre. Antena3

XOSÉ MANUEL PEREIRO
http://ctxt.es/


“Ser bueno es fácil; lo difícil es ser justo”
Victor Hugo
“É possível ser de esquerdas e nacionalista? A minha única certeza é que
o que não é possível é ser de esquerdas e nacionalista espanhol”
Tuit de Carlos Taibo
El eufemismo no es solo “la manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”, según explica, en relamidos binomios, la RAE. Es también una de las armas de distracción masiva que se utilizan para blanquear y diluir delitos y faltas, tanto por los delincuentes o culpables como por los/las que miran para otro lado o justifican esas conductas. Por ejemplo, decir de un acosador que es alguien que “tiene las manos ligeras”, como si en vez de tener la propensión a invadir por las bravas cuerpos y voluntades ajenas acostumbrase a tañer el arpa con la delicadeza de un querubín. Harvey Weinstein, el productor cinematográfico abusador, el tycoon tocónera conocido en el todo Hollywood como Harvey Manostijeras. Tan conocido que una serie de HBO llegó a incluir un personaje paródico que se llamaba Harvey Weingard (hasta que el parodiado amenazó con enviar cabezas de caballo o cualquier otra muestra de desacuerdo que establezca el protocolo hollywoodense). En definitiva, en California las manos de Harvey eran como la falla de San Andrés: un peligro sobradamente conocido y siempre latente (aunque en este caso solo para las mujeres). De la misma forma, ahora la izquierda española tiene, en el mismo momento y por el mismo precio, dos revelaciones de algo que siempre ha estado ahí: que la derecha no ha evolucionado demasiado desde aquel Calvo Sotelo (José, no Leopoldo) que prefería una España roja a una España rota, y que los nacionalistas llamados periféricos son, en el fondo, independentistas. “¡Esto es un escándalo!, ¡he descubierto que aquí se juega!”, que decía el capitán Renault mientras se embolsaba sus ganancias en el Rick’s Bar.
Sobre la realidad y/o la política catalana, sus pompas y sus obras, no digo nada, porque prefiero no incurrir en la soberbia del tuitero de la Manga del Mar Menor (o Torrevieja, Alicante, por decir dos lugares con los que martillearon mi infancia) que ilustra al de Olot sobre el adoctrinamiento en las aulas catalanas. Únicamente manifestar mi sorpresa --similar a la del capitán Renault-- por lo muy españoles y mucho españoles que son los usos y maneras de la clase dirigente catalana (salvo en lo de conocimiento de idiomas) y su relación con la legalidad vigente, aunque a la vista de los últimos acontecimientos, tonto el último. No me resisto, sin embargo, a confiarles tres conclusiones. Una (breve y obvia): en toda sociedad, oprimida u opresora, independientemente de quien los dé, los palos caen siempre del mismo lado. Ya hace cien años Ambrose Bierce definía “tumulto” ―yo de la Fiscalía miraría si está en Código Penal― como “entretenimiento popular ofrecido a los militares por espectadores inocentes”.
Dos: creo que a nadie debería sorprenderle que el objetivo de los nacionalismos sin estado sea constituir uno, o decidir si lo hacen o no. Eso es lo que dicen sus idearios políticos (sus eslóganes, para los que no sean de mucho leer) y en el caso catalán, sus programas electorales. Que el PP se extrañe de que alguien intente cumplir lo que promete es comprensible, pero que lo haga la izquierda, que añora el mantra aquel del programa por triplicado, y tiene a la coherencia en un pedestal es más raro. Si dices “plurinacional” tres veces delante de un micrófono, hay ilusos en las provincias remotas que se lo creen y exigen la tal coherencia. Ignoran que la democracia, en esta monarquía constitucional, es como el sagrado Simurg de la fábula árabe (Bierce de nuevo): omnipotente, a condición de que no haga nada.
Tres: tenemos un campo progresista que ha sido incapaz de aprovechar un movimiento social de indignación y dos ocasiones a puerta vacía para asumir el gobierno, que consiente que un ejecutivo en minoría no solo mantenga leyes inicuas, sino que las amplíe o se las invente. Y el único relato --con perdón del palabro-- que construye es el descubrimiento de que el nacionalismo es burgués. Desde aquel que se integró en el Frente Popular hasta ese o este que gobernó o gobierna con el PSOE et altrii en Cataluña, Euskadi o Galicia, se supone. Ante lo cual, la reacción lógica es sumarse al bando de un presidente del Gobierno que lleva 18 años cobrando en negro. El político anteriormente conocido como José Borrell, que estaba llamado a ser el lúcido Gordon Brown del “Better Together”, muda ese destino por el speaker de Sociedad Cívica Catalana, sea lo que eso sea, y aprovecha para sacudirle a la “emperadora” (sic) Ada Colau, en compañía de Paco Frutos, un líder de los soviets de obreros y campesinos que ya no recuerda haber ido de la mano de los felipistas a unas elecciones generales. Una izquierda --y ya acabo, que me conozco-- que solo se reproduce por derechización o por gemación, que ha cambiado de compañeros de viaje y se ha buscado a unos acostumbrados a controlar el volante, que los ha arrumbado al maletero.
Claro que todo esto posiblemente no pasaría sin la diferencia esencial entre el caso Harvey Manostijeras y el conflicto este de las narices. Allí lo reveló el New York Times y lo airean ahora desde Pravda hasta Hortaleza, periódico vecinal de ídem (Madrid). Aquí, los medios arengan a su público, oé, mientras una verdad conocida como que el Santander necesitaba al Popular como un vampiro sangre fresca lo tenemos que leer en los digitales, y no creo que vaya a salir de ahí.

Ningún comentario:

Publicar un comentario