David Torres
Sin pretender ofender a nadie, el obispo de Málaga, Jesús Catalá, comparó el matrimonio homosexual con la unión entre un hombre y un perro, o el ayuntamiento carnal entre un niño y un anciano. De otra cosa no, pero de uniones contra natura, los obispos católicos saben lo que no está escrito. La zoofilia, la gerontofilia y la pedofilia son algunas de sus especialidades. Aunque la mayoría respete el voto de castidad y otros incluso el código civil, conviene no menospreciar la cultura sexual de un colectivo que va por ahí combinando sotanas con calzoncillos de cuello alto. Por lo menos, el padre Mundina tenía el buen gusto de limitarse a los geranios.
A lo mejor mis palabras suenan ofensivas para gran parte de los católicos, pero a mí los jerarcas católicos me ofenden cada vez que abren la boca y no soy yo el que inventó lo de poner la otra mejilla. Además, no tengo yo la culpa de que les guste vestirse como friquis descartados de Star Wars en una fiesta de fin de curso. Para pedir respeto primero hay que practicarlo y esta gente lleva veinte siglos de quemar herejes, desmembrar brujas, prohibir libros, cagarse en la medicina e impedir estudios científicos. Podemos darnos con un canto en los dientes si últimamente sólo se dedican a tocar las narices y a no pagar impuestos.
Ahora nos toca aguantar toda la barbarie de la Semana Santa, la abominable creencia de que un pobre hombre fue torturado y sacrificado como un cordero pascual sólo por nuestra culpa y para salvarnos de nuestros pecados. La geografía española va a poblarse de snuf movies retrógradas, de caperuzas del Ku Klux Klan, de enseñas antisemitas y de viejos ritos caníbales mientras la iglesia sigue sirviendo a los ricos y los ricos desollando a los pobres en una formidable exaltación de hipocresía. Dostoievsky escribió que si Jesucristo cometiera la locura de regresar y predicar el Evangelio en Sevilla, acabaría visitando las cárceles del Santo Oficio y llevándose dos hostias por parte de un inquisidor. Hoy, además, le obligarían a sacarse el carné del Betis.
Resulta curioso este infatigable afán por la reproducción genital de unos homínidos que han decidido ellos mismos no reproducirse. Algo que, por otra parte, la sociedad nunca les agradecerá bastante. El modelo de familia que proclaman es el de padre, madre e hijo, aunque el que predican ellos en sus libros sagrados está compuesto por una muchacha virgen, un marido cornudo, un ángel correveidile y un inseminador celestial trabajando fuera de plano. A lo mejor el obispo de Málaga, al opinar que la boda de dos homosexuales era como la unión de un hombre y un perro, no estaba haciendo otra cosa más que ampliar la curiosa doctrina de follar con palomas. Los niños y jóvenes malagueños que acudieron a la lección magistral de sexualidad familiar de Jesús Catalá salieron del acto entre perplejos y asqueados, aunque al menos no les mandó deberes ni tuvieron que asistir a demostraciones prácticas. Deo gratias.
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