Aníbal Malvar
Año 1982. Discurso de Gabriel García Márquez al recibir el premio Nobel de Literatura, “En los últimos 11 años 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100.000 perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de 1.600.000 muertes violentas en cuatro años”.
Son datos aportados por Gabriel García Márquez en su discurso de recepción del premio Nobel de Literatura en 1982. Un discurso que es un escupitajo de mariposas amarillas en el careto de unos académicos que nunca han olido a un niño muerto, de unos políticos que lo alaban porque ignoran que era castrista, de unos periodistas que evocan paseos analfabetos por Macondo y de unos lectores que creen recordar haber visto la película.
Aunque perro no muerda a perro hoy tengo ganas de morder ojos de perro azul.
Me vuelvo al discurso nobelero del respetadísimo Gabo unos párrafos más atrás: “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. [...] Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”.
El gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. A mí me parece una buena forma de describir a los periódicos que no recordaron en titulares que Gabo, en el discurso de su Nobel, contaba que “en los últimos 11 años 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970″. Si yo fuera periodista, actualizaría el dato o perdería el uso de la razón por el pavor de mi propia imagen. Ayer, día triste, busqué en los suplementos especiales de El País y El Mundo (en papel, en la web hicieron sus paripeítos) el análisis de aquel discurso de Gabriel García Márquez escupiéndole mariposas amarillas a los académicos suecos, tan falsamente vivos. Y no lo encontré. No es una crítica feroz a un periódico que me ha dado de soñar y a otro que me ha dado de vivir. Es solo la constatación de una tristeza.
Perdonadme,
compañeros,
pero prefiero no veros
(siempre me encantó insultar rimando).
La literatura no es una cosa muy bien rimada, sino Gabriel García Márquez y sus 20 millones de niños muertos antes de cumplir dos años. Eso sí es literatura, en el lugar y en el momento adecuados, cuando no pueden callarte. Eso sí fue periodismo, compañeros. El discurso del Nobel o es un discurso, sino una parte de la pelea. Cien años de iniquidad. El coronel no tiene quien le escriba porque todos los coroneles son unos asesinos. Y el amor en los tiempos del cólera ha de ser más cólera que amor.
Da asco leer tantas anécdotas de improbables escritores que trataron a García Márquez recordando cómo se fumaba un puro mirando al infinito. Los poetas no miran al infinito. Gritan, en ese extraño rato en que les dan el Nobel, que “en los últimos 11 años 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970″. Quizá no sea el verso más hermoso de la historia. Pero quizá, y dicho entre los dinamiteros suecos, sea la única manera de pedir que la historia sea algún día un bello verso. Gracias, coronel. Yo no escribiré muy bien, pero ya tiene usted quien le escriba.
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