EL GRAN WYOMING
¿Y si el más allá estuviera más cerca de lo que creemos y fuera, en realidad, un más acá?
¿Y si los reptilianos hubieran decidido abandonar sus guaridas y presentarse a las elecciones tras la muerte de Franco?
¿Y si los extraterrestres no fueran cabezones con antenas sino rubias con mechas?
¿Y si fuéramos víctimas de una invasión alienígena silenciosa y progresiva?
¿Y si esa invasión no tuviera otra finalidad que la de llevar a cabo reformas estructurales profundas?
¿Tendría que ver esa superioridad de casta con la risa sardónica que ostentan algunos líderes políticos y que les distingue de la masa?
Todo parece indicar que hay una casta superior de origen desconocido que se comunica con un código secreto y domina a los españoles colonizándoles el inconsciente para llevar a cabo sus execrables fines mientras hacen creer a los súbditos que son, como ellos, humanos.
Al parecer, del mismo modo que la virgen escogió un pilar en Zaragoza para presentarse en sociedad, estos entes han comenzado la invasión terrestre por España. La lógica nos hace pensar que hubiera sido más práctico entrar directamente en EEUU como en la película Mars Attacks! y así, una vez conseguida la rendición del amo, privatizar el planeta, pero ésa es la forma de pensar indolente, pragmática y reacia al trabajo del humano medio que tiende a la horizontalidad y la reducción de esfuerzo físico en su afán por alcanzar la felicidad contrarreloj, dado lo breve de su paso por la vida.
Sin embargo, estos seres de otra galaxia son inmortales o casi y, por tanto, no tienen prisa en alcanzar la solución final. A diferencia de los obreros, sí se reencarnan unos en otros y esa maldición la pagamos teniendo que sufrirlos eternamente. Mientras, el común de los mortales, y nunca mejor dicho, viene del polvo, que así lo define la santa madre Iglesia en un adjetivo que simplifica como ninguno el acto de la reproducción, y al polvo regresa, y no nos referimos aquí al intento desaforado por dar rienda suelta a los bajos instintos, sino a la degradación que sufre nuestro cuerpo un vez sometido a la acción de microorganismos que lo dejan reducido a sus más elementales componentes cuando yace bajo tierra.
Nosotros pasamos a formar parte de esa tierra que nos vio nacer mientras ellos se perpetúan en líneas sucesorias.
La invasión comenzó hace mucho y es lenta. Ya tienen tomada España y su próximo objetivo es Gibraltar. Van como digo, poco a poco. ¿Por qué Gibraltar? ¿Acaso se alimentan de monos?, pensará algún lector poco ducho en conflictos y estrategia internacionales. La razón es que Gibraltar es un punto clave en la defensa de otra de sus posiciones consolidadas: la isla de Perejil que, a pesar de estar a doscientos metros de la costa marroquí, reivindican como propia porque saben que a ellos les jode, y aquí entramos en otra de sus características incuestionables junto al afán desmedido por poseerlo todo: el síndrome táctil dermoescrotal.
Sí, establecen con los súbditos una relación sadomaso que pasa por tocar los genitales del español medio haciendo que salte y poder así soltarle una gaya en el proceso de doma permanente que llevan a cabo, para ponerlo de nuevo en su sitio cada vez que saque los pies del tiesto, expresión que delata la consideración que tienen estos seres extraterrestres de los españoles, a los que clasifican dentro del reino vegetal. Del mismo modo que los griegos, según Freud, nos transmitían mensajes cifrados a través de sus tragedias, José Luis Cuerda nos intentó prevenir de esta cuestión en su película Amanece que no es poco, donde retrataba huertos en los que crecían nuevos españoles.
Lo que le pasó el otro día en Madrid a una prócer local que protagonizó un extraño suceso paranormal por las calles de la ciudad no es más que un episodio anecdótico de esta invasión como consecuencia de un pequeño fallo técnico.
A esta representante intergaláctica en la tierra le falló el teletransporte y tuvo que desplazarse por las calles de Madrid como un ciudadano más, siendo víctima de las incomodidades que nos procuran sus propias leyes y sus formas de organización social, viviendo una auténtica pesadilla. No les gusta a estos seres probar su propia medicina. La pobre marciana tuvo que soportar la brutalidad policial en forma de multa por el simple hecho de parar en el carril bus de la Gran Vía a sacar dinero de un cajero. Todo, probablemente, dentro de uno de sus ejercicios periódicos de camuflaje donde intenta parecer una ciudadana normal, terrestre, como los demás.
Tuvo suerte de que le tocó una acción policial de medio pelo, podría haberle fallado el teletransporte frente a un antidisturbios de esos que resultan ser sus héroes cuando atizan a los demás y entonces se hubiera tragado seis implantes, o hubiera acabado en el suelo con las manos esposadas atrás mientras uno de estos guerreros anticiudadanos le clavaba las rodillas en la región lumbar ante el estupor de una de sus compañeras de invasión, que es la delegada encargada de azuzar a esas criaturas represivas contra los súbditos, criaturas a las que, por cierto, ya visten a la moda de su galaxia.
La calle estaba desierta según relata la alienígena y es que, al parecer, con sus ojos de bujía solo perciben vida a partir de la emisión de cuatrocientos mil megahercios de vibración del aura: todo lo que se encuentra por debajo de ese parámetro no es vida aunque, claro está, en su estrategia conquistadora que pasa por convertir al español al conformismo triunfalista, venden como brote verde de felicidad lo que para ellos no es mas que penuria vital de supervivencia.
También fue bueno para ella que el suceso ocurriera en España y no en Inglaterra, a la que cita este ser con frecuencia para bien, porque por allí pasó hace tiempo una admirada compañera intergaláctica a la que tiene como modelo, con su cardado característico donde esconden los microprocesadores que operan como controles remotos y balizas de ubicación. Tuvo suerte, decía, de que el fallo ocurriera en España porque aquellas tierras que tanto admira no están del todo conquistadas y hubiera acabado en una celda dando explicaciones a un terrícola con toga y peluca de los que no se dejan impresionar por la alcurnia del delincuente.
Un fallo absurdo que delata la cada vez más evidente presencia de estos seres del más allá. Acaban de privatizar el servicio de extracciones de los donantes de sangre, comercian con nuestros hematíes. ¿Hacen falta más pruebas?
Están entre nosotros y parecen de los nuestros, pero no lo son. Debemos estar prevenidos, no se ha inventado el muro ni la concertina que les detenga.
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