Luis García Montero
Estamos acostumbrados a utilizar diversas perspectivas a la hora de explicar los sucesos históricos. Las determinaciones económicas, las influencias del medio, la vanidad, la avaricia, la ambición, las religiones, los dogmas políticos, las intrigas de los cortesanos astutos, el sexo, los traumas del inconsciente, las malas amistades, la enfermedad, el miedo, el amor, la envidia, la calumnia, la soberbia, el vicio, el patriotismo, la manipulación mediática y el fútbol han provocado guerras, escándalos políticos, revoluciones, nacimiento de sectas, naufragios, caídas de imperios, cambios de gobierno, hundimientos de iglesias y apariciones virginales o demoníacas. Eso es lo previsible.
Lo que resulta más extraño es que un tonto con voz de flauta sea la causa última de un revuelo nacional. Y no puedo, sin embargo, evitar la sensación de que el escándalo del informe erróneo de Hacienda sobre la venta de fincas de la infanta Cristina es la obra maestra de un tonto. Cuando un cortesano tonto quiere servir a su rey puede desatar una inmensa chapuza.
España es un país de cortesanos. Muchos de los grandes listos de la nación se han dedicado desde el periodismo, la economía, la Academia de la Lengua, la Universidad y la política a servir al rey. Gracias a la santa Transición, hemos conocido a notables especialistas en ocultar escándalos, justificar fortunas y levantar el prestigio de su señor. Hay gente que paladea la palabra majestad como si tuviese una fruta deliciosa en la boca. El rey ha sido modelo de buen hijo, buen marido y buen padre. La transparencia de sus cuentas y de su fortuna es comparable con el agua clara. Heredero de un dictador y situado constitucionalmente por encima de la ley, ha llegado a representar el vivo espíritu de la democracia. Nadie como él para dar premios o desatar ovaciones en el Parlamento con frases históricas. Todos somos iguales ante la ley, dijo, y sus señorías se derritieron de la emoción durante un aplauso interminable.
Este país de cortesanos y pactistas acata la costumbre de servir al rey. Eso crea tendencia. Se ha hecho general la actitud de agradar al de arriba y humillar al de abajo. La política y la justica persiguen a los miserables y levantan murallas sólidas en defensa de los poderosos. ¡Ay del juez que se atreve a cuestionar a un corrupto, un genocida o un estafador si pertenece a la estirpe de los vencedores! Las instituciones españolas son un coto privado de caza de elefantes, conejos o privilegios.
Como es normal y lógico, la Agencia Tributaria y la Fiscalía se pusieron de inmediato al servicio de la Casa Real cuando los negocios familiares de la Infanta Cristina pasaron del castaño a oscuro. El juez del caso empezó a recibir mensajes, presiones y órdenes encaminadas a entorpecer su trabajo. Eso entra en la normalidad de un país cortesano cuya Casa Real e atreve a hacer comunicados sobre la pertinencia de que una Infanta sea imputada en un proceso evidente de corrupción. El Gobierno llegó a declarar que una medida de ese tipo ensuciaba la marca España, como si la corrupción impune, la ley saltada a la torera, los privilegios de casta y las desigualdades clamorosas no fuesen el motivo principal de que los inversores y los ciudadanos decentes sientan pavor cada vez que oyen hablar de este reino.
Hasta aquí todo normal. Se analizó con lupa institucional lo que afectaba a la Casa Real y se puso la fuerza del Estado al servicio de su Majestad y de sus descendientes. Pero de pronto, en medio de este entramado de inteligencia servil, irrumpió el cortesano tonto. Un juez pidió a Hacienda datos sobre las finanzas de la infanta Cristina y recibió un informe falso y ridículo. Se atribuyeron ingresos de un 1,43 millones de euros por la venta de 13 fincas que nunca habían sido suyas y no apareció una operación inmobiliaria real de más de dos millones. Tras el revuelo lógico, el ministro de Hacienda achacó el disparate a un error y puso a los pies de los caballos a los notarios, los registradores y los inspectores de Hacienda. De camino hundió para siempre en el fango de la sospecha a la Casa Real.
Lo dicho: un cortesano tonto puede provocar una chapuza con rumor de guillotina histórica. He leído mil teorías, explicaciones y argumentos sobre el asunto. Pero yo no consigo quitarme de la cabeza que todo este entuerto lo ha desatado un cortesano tonto que por su afán de servir a través de la mentira ha provocado el escándalo de la verdad. La monarquía, las cuentas y la historia de este país son una pura equivocación, un error de registro, un informe oficial manipulado. Menos mal que hay tontos que nos ponen en contacto con la verdad.
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