David Torres
La monarquía empieza a ser la línea más corta entre dos juzgados. Este curioso axioma geométrico también puede ser formulado en términos de teoría del caos, al establecer la hipótesis de que la realeza forma por sí sola un atractor extraño que se abre en la Zarzuela y va a parar al talego. Desde Manuel de Prado y Colón de Carvajal hasta Urdangarín, pasando por Mario Conde, Alfonso Armada, Javier de la Rosa o los celebérrimos Albertos, la lista de amigos, afectos, banqueros, manos diestras y comendatores de la corona caídos en desgracia es algo así como la pasarela Cibeles de la delincuencia española.
Ahora le ha tocado la china (nunca mejor dicho) a tres parientas del rey, dos de ellas (María Margarita Borbón Dos Sicilias Lubomiska y su hermana María Inmaculada) con tantos apellidos que casi no queda sitio para escribir los cargos. Sabíamos que los borbones están vinculados con los más rancios linajes europeos e incluso que tienen tratos con jeques árabes, pero no que sus contactos alcanzaban a las altas dinastías de la mafia china. El mundo, en efecto, es un pañuelo, un pañuelo bordado incluso. Mejor no descifrar las iniciales.
Entre el caso Gürtel, el manuscrito Bárcenas, las estafas bancarias, el misterio de los eres andaluces y los cuatro versos sueltos de la familia real, la justicia española no va a dar abasto. Acabaremos teniendo que importar jueces del extranjero, eso sí, explicándoles previamente que aquí la costumbre es delinquir en familia aunque sólo de refilón. Primero el yerno y ahora las primas del rey, el marido de Ana Mato, el hermano de Fátima Báñez, en fin, una auténtica epidemia del choriceo. De cualquier modo, da mucha pena ver cómo los corruptos se casan, se emparentan y se hermanan con la gente honrada. Y la gente honrada se deja emparentar porque en el fondo son buena gente, un poco ingenua, si acaso. Se dejan para que en comparación, al lado de los putrefactos, resalten más aun sus muchas virtudes.
Yo, la verdad, no tengo mucha idea de etiqueta ni sé muy bien cuál es el tenedor del pescado, pero da la impresión de que lo que se lleva últimamente en los cócteles de alto copete es el traje a rayas. Al final el trullo va a convertirse en un auténtico signo de distinción, como en otros tiempos lo fueron el monóculo, las joyas y los títulos nobiliarios. Quien no pueda presumir de dos sentencias consecutivas y un tatuaje carcelario en el culo, no es nadie. Que te cite Jaime Peñafiel en las negritas de una crónica rosa es una ordinariez; lo chic es que te impute un juez o que salgas en una orden de busca y captura. Antes una señorona coleccionaba catorce o quince apellidos kilométricos, con sus correspondientes marquesados y ducados, pero la moda ahora es jugar a los chinos con Gao Ping y que, cuando vaya a buscarte la policía al palacete, te despida agitando la patita, dorado y melancólico, un gato de la fortuna.
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