domingo, 9 de outubro de 2016

Porno, sexo y feminismo

La atención que el feminismo presta a la sexualidad y al deseo no ha sido siempre de la misma intensidad durante los últimos cuarenta años y, a juzgar por el interés que el tema despierta hoy en día, parece que hay ganas y necesidad de que hablemos bastante más de ello.

Clara Serra Sánchez
http://www.pikaramagazine.com/

Ilustración de mujeres performando el papel de domina

“El problema que plantea el porno reside en el modo
en el que golpea el ángulo muerto de la razón”.
Virginie Despentes, Teoría King Kong

El pasado 31 de mayo La Morada de Madrid, sede cultural de Podemos, organizó el debate “Sexo, porno y feminismo” invitando a mi compañera Beatriz Gimeno, a la actriz porno Amarna Miller y a mí misma a charlar sobre el asunto. Dos horas antes de la charla ya había gente en La Morada y a las siete, hora del comienzo, tuvimos que pedir disculpas a las muchas decenas de personas que no pudieron entrar por falta de aforo. El debate sobre la pornografía ha ocupado a las feministas desde los años 80 y desde entonces se han dedicado kilos de páginas a pensar sobre ello.

Desde mi propia experiencia como feminista diría que me han faltado referentes feministas dedicados a abordar este problema, y no tanto en el mundo militante y activista, sino sobre todo en el ámbito del feminismo académico. Siempre me ha parecido que el deseo y sus vericuetos, especialmente el deseo constituido en un mundo de relaciones de poder patriarcales, era una excelente ocasión para considerar algunas de las problemáticas principales que la Academia debe pensar en la época contemporánea. Cuando se revisan autores de la filosofía de las últimas décadas que se hayan dedicado a pensar el deseo una se encuentra fundamentalmente con nombres masculinos, como de costumbre. Y no es que Deleuze o Derrida no sean o puedan ser feministas, pero creo que el patriarcado en toda su crudeza es el más difícil de todos los contextos –y por ello el más interesante– para pensar bien en el deseo y en toda la problemática política que el deseo comporta. Y esa crudeza la he encontrado más en la literatura erótica o en Teoría King Kong que en los ensayos canónicos.

Virginie Despentes escribía en Teoría King Kong: “La fantasía de la violación existe. La fantasía sexual. […] La idea de ser entregada, forzada, obligada era una fascinación mórbida para la niña que yo era entonces. Después esas fantasías me acompañan. Estoy segura de que son muchas las mujeres que prefieren masturbarse fingiendo que eso no les interesa, antes de saber lo que les excita. No todas somos iguales, pero no soy la única. Esas fantasías de violación, de ser tomada por la fuerza, en condiciones más o menos brutales, que yo declino a lo largo de mi vida masturbatoria, no me vienen out of the blue: “Se trata de un dispositivo cultural omnipresente y preciso, que predestina la sexualidad de las mujeres a gozar de su propia impotencia”. Esta no es una mirada acrítica sobre la pornografía y sus imaginarios, sino todo lo contrario. Estas páginas se han escrito con la voluntad decidida de pensar hasta el final y en toda su dificultad las contradicciones que nos encontramos cuando nos asomamos a la construcción del deseo en condiciones patriarcales. Una dificultad que se elude cada vez que consideramos que la pornografía no tiene nada que ver con el deseo femenino, que el porno es para hombres y que a las mujeres no nos gusta el sexo con humillación y violencia. Si eso fuera así, el problema sería bastante más sencillo, pero me temo que eso es nada más que esquivar acríticamente la dificultad del asunto.

Virginie Despentes lo aborda de lleno. Ella sabe que sus deseos, nuestros deseos, –y no los de todas las mujeres del mismo modo–, son resultado de los dispositivos patriarcales que han troquelado nuestra identidad. Lo dice una autora que unas páginas antes ha contado su propia violación como la experiencia más desgarradora y destructiva de su vida, lo dice una que ha vivido en sus propias carnes la bestialidad de la sexualidad patriarcal. Y, sin embargo, justamente desde la plena consciencia de que el patriarcado nos configura, se enfrenta al problema del porno, de la sexualidad y del deseo, con la convicción de que la solución no pasa por decretar, proponer o querer otros deseos para las mujeres que acaso pudieran disfrutar con la pornografía.

Una postura crítica con el porno no es la que afirma que el porno es indeseable e indeseado por las mujeres. Quizás nos quedaríamos más tranquilas con nosotras mismas diciendo que no nos gusta el porno, que ninguna mujer disfruta con ello y menos aun una feminista. Pero yo no llamaría a eso un enfoque crítico del problema. En realidad me parece enormemente ingenuo suponer que hemos sido inmunes al patriarcado y a su poder de configurar nuestra sexualidad, que los roles patriarcales nos han resbalado por una piel impermeable y que la sexualidad masculina nos violenta cuando vemos pornografía, pero nos violenta desde fuera, porque nunca nos ha calado dentro. Nos quedaríamos más tranquilas suponiendo que la violencia y la humillación forman parte de lo que los hombres de la industria pornográfica hacen para ellos mismos, para los hombres, y que más allá del porno, las mujeres no queremos un sexo donde aparezca violencia, dominación, humillación o donde seamos objetos.

El problema es que el deseo es ese punto ciego de la razón que siempre se encuentra constituido y moldeado por las relaciones de poder que preceden a los sujetos. El liberalismo construyó su proyecto teórico sobre la premisa de un sujeto hiperracional que se autoconstituye con plena transparencia y voluntad soberana. Pero frente a esa pretensión liberal y masculina, la filosofía contemporánea vino a recordar que los sujetos, todos ellos, están constituidos por mecanismos ajenos a su decisión y su voluntad y que ninguna teoría política que obviara este escollo sería un proyecto verosímil. En esa crítica a la Modernidad han sido fundamentales la crítica feminista y los y las teóricas del deseo, que, empezando por Freud, nos obligaron a pensar que hay lugares oscuros e inaccesibles que no pueden ser racionalmente edificados. El deseo es juntamente eso que no se decide y que, si se decide, se arruina por el camino. Para nosotras las feministas esto se plantea especialmente problemático, puesto que sabemos que esas relaciones de poder que imperan en el mundo son patriarcales y, por tanto, nos vemos en la aporía de reconocernos a nosotras mismas construidas por “el enemigo”.
La pregunta se plantea, entonces, a partir de esta consciencia, la de saber que no nos hacemos a nosotras mismas, que no elegimos nuestros deseos. Si ninguna de nosotras, tampoco nosotras, las feministas, podemos decidir qué deseamos ¿cuál sería, estando en esta encrucijada, una propuesta emancipatoria?
A veces vemos una salida del túnel cuando nos fijamos en las prácticas sexuales no normativas. Cuando decimos vale a que haya humillación, sadomasoquismo y violencia consensuada, pero siempre y cuando se haga rompiendo la normatividad, por ejemplo la heteronormatividad. Aceptamos las prácticas sexuales perversas, la escenificación de los roles de poder, solamente si son sujetos no normativos quienes las practican, si son sujetos marginales. La escena que nos provocaría rechazo en el caso de estar protagonizada por una mujer heterosexual en una película porno mainstream, nos resulta subversiva si la protagoniza una mujer trans, un cuerpo fuera de los cánones de belleza o una persona con diversidad funcional. No nos negamos a que exista humillación o dominación en el postporno porque le exigimos que sea revolucionario, que lleve lo marginal a escena y visibilice a los sujetos que Butler llama “abyectos”.

Creo que esta tarea, la de introducir la pluralidad, es fundamental para combatir una industria pornográfica hecha por hombres que tiende a homogeneizar los contenidos y deja de mostrar fantasías posibles. Multiplicar los contenidos de la pornografía es imprescindible para poder dar la oportunidad a todas las personas de ver representados sus deseos y para poder mirar críticamente a una industria monopolizada por hombres blancos heterosexuales al mando de uno de los negocios más lucrativos del mundo. Una de las tareas es la de pensar cómo hacer posibles las condiciones materiales en las que se puedan multiplicar los sujetos que hacen porno y, por tanto, los contenidos pornográficos, para que exista porno hecho por y para todas.

Ahora bien, reconociendo que la defensa de la pluralidad en la pornografía es una tarea feminista, creo que es importante decir que no lo es ninguna distinción entre un porno mainstream y un porno “feminista”. No estoy de acuerdo con la defensa de un porno que sería de suyo subversivo, ni siquiera con la exigencia a la pornografía de que para tener nuestro consentimiento tenga que llevar a cabo una intervención política. Y esta es una de las paradojas en las que cae el postporno, que es un discurso político más que interesante para reflexionar, pero es algo radicalmente diferente a la pornografía, ya sea en su formato audiovisual, escrita o dibujada. Si la pornografía excita lo hace porque apela a ese lugar oscuro que está previamente construido y que no puede ser explicitado. Dice Despentes que “el problema que plantea el porno reside en el modo en el que golpea el ángulo muerto de la razón. Se dirige directamente al centro de las fantasías, sin pasar por la palabra ni por la reflexión. Primero no empapamos o mojamos, después nos preguntamos por qué”. Un postporno que pretenda autogestionar nuestros deseos se verá irremediablemente conducido a la imposibilidad de activar nuestros deseos. Sin duda, es un discurso político y, como tal, puede ser un discurso subversivo. Pero siempre me acaba pareciendo algo más parecido a una instalación de un museo de arte contemporáneo –con lo minoritario y culturalmente elitista que puede ser eso– que a algo capaz de excitarnos. Porque creo que no hay deseo autoconstituido, creo que no hay una sexualidad autogestionada y desconfío de una concepción extremadamente racionalista y liberal que late en la voluntad de decidir políticamente sobre nuestros deseos.

Por eso, porque creo que el discurso político sobre el porno –incluyendo el postporno– no es porno, tendría mucho cuidado con hacer una distinción por la cual las feministas debemos impugnar el porno y quedarnos con el postporno. Básicamente porque me parece que eso es quedarnos sin pornografía. Y hay algo políticamente subversivo en el placer y la afirmación del deseo femenino que podría quedar arruinado por el camino.

Hace falta pornografía plural, para todos los sujetos y todos sus deseos, pero dentro de esa pluralidad deben estar también representados los deseos de las mujeres heterosexuales que disfruten siendo objetos en una relación sexual, los deseos de las mujeres que sean masoquistas o los de las mujeres que tengan como fantasía ser compartida por varios hombres. No creo que sea una vía emancipatoria ni feminista aquella que condene los deseos de tantas mujeres configuradas en coordenadas patriarcales. No veo que la vía de solución pueda ser la de tratar de disfrutar con un postporno que no interacciona con el deseo realmente existente. No entiendo que todas las mujeres tengan que esforzarse –en vano- por disfrutar con pornografía que da carta blanca a las perversiones sexuales siempre y cuando no sean heterosexuales o no sean coitocéntricas.


Creo que haríamos un pésimo negocio feminista apuntalando uno de los pilares del régimen patriarcal, que es la autocensura y la culpabilidad de las mujeres con respecto a su sexualidad activa. Cuando defendemos la libertad sexual de las mujeres lo hacemos en guerra contra un sistema patriarcal que siempre y en toda sociedad ha tratado de censurar, impedir o mutilar el placer femenino, que ha arrancado los genitales, ha santificado la virginidad y ha perseguido la promiscuidad femenina como enemigos del mantenimiento del orden. En el disfrute sexual individual de cada una de las mujeres, el de las mujeres lesbianas y las mujeres trans, el de las que desean sodomizar en vez de ser sodomizadas pero también en el disfrute de las mujeres que sí disfrutan dentro de su papel de objeto, hay una sacudida brutal de las relaciones de poder. En la libertad sexual de cada una de nosotras hay un significado político colectivo. Hay, por tanto, una tarea feminista, la de ser las mujeres, todas y cada una de nosotras, construidas todas por el poder y sus normas, sujetos activos que afirman su placer y lo defienden. Pensemos el porno dentro de esa tarea. Cambiemos el mundo y sus relaciones, combatamos el monopolio masculino y hagámosle la guerra al patriarcado en todos sus frentes –también en el del monopolio de una industria–, pero no renunciemos por el camino a nuestro placer sexual, no paguemos ese precio, no sacrifiquemos nuestras fantasías en nombre del feminismo, no nos sintamos culpables por nuestros deseos. Afirmemos que somos sujetos, también sujetos sexuales. Digamos al patriarcado lo que nunca ha querido oír, que a pesar de vivir aun bajo sus reglas y sus normas podemos, no obstante, ser dueñas de nuestro placer. No seamos aliadas del orden en la impugnación de nuestro deseo, seamos aliadas de nuestros deseos contra el orden.

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