Jorge Moruno Danzi
Observamos con repugnancia como en la plaza Tahrir se han denunciado cientos de casos de acoso sexual a mujeres. Solemos verlo como algo lejano y ajeno, como si no fuera con nosotros. Se puede alegar que es incomparable, pero de serlo, lo es precisamente porque hay gente, mujeres especialmente, que vienen denunciándolo públicamente y luchando por sus derechos desde hace tiempo, en ningún caso es el resultado de una “evolución natural de la civilización”. El otro día en San Fermín ocultados en la masa, un montón de borrachos aprovechaban para ver si podían tocar una teta en medio de un ambiente decadente. Parece ser que no hay fiestas donde no suceda algo similar: en las fiestas de Sant Joan de 2011 en Menorca, donde una turba aprovechó para manosear a las chicas que estaban a su alrededor, nos recuerda lo vigente que está el sistema patriarcal en nuestras relaciones sociales, llegando a tomar aspectos más que desagradables, pero siempre minimizados, escondidos tras el cachondeo. Esto es un extremo, pero tiene su origen en todos aquellos que rebajan el problema del machismo, cuando su ignorancia les lleva a caer en el ridículo y comparar machismo con feminismo, pensando que esa es una opción moderada. Luego están los Toni Cantó y los que hablan de feminazis, su estupidez supina no merece mayor consideración.
En cada noticia sobre este tipo de cuestiones machistas donde la mujer solo puede ser presentada como un objeto de deseo, salen como setas los que negando ser machistas afirman que no se pueden sacar las cosas de quicio, mostrando que de alguna forma se sienten atacados u ofendidos. Es como si denuncias el racismo y por el hecho de ser blanco te sientes atacado y crees que no es tu tarea tocar ese tema. Son los que buscan excusas para no criticar el problema real y desvirtúan apelando a cualquier tontería o experiencia personal, para matizar que no hay que ser radicales. Otros apelan a la costumbre, a la biología, al “es así de toda la vida”, argumento que se cae por su propio peso y que podría ser aplicado al esclavismo, al pauperismo obrero del siglo XIX, a las colonias etc…
Me cuesta creer que mucha gente acepte como algo normal que una chica “provoque” por el hecho de existir, vestirse de tal forma, estar en un lugar y el momento equivocado, por estar buena, desnuda o lo que sea, cuando es una barbaridad. Al contrario, cuando hablamos de un explotador, una gran empresa, un fondo de inversión que vive a costa de empobrecer a la gente, un cerdo especulador, nos suele costar mucho poder señalar como provocación sus actos y su merecida bofetada en la cara, acoso en su casa y hostigamiento en la calle. La tolerancia para los que crean que hay que poner la otra mejilla, porque hay a veces que ser intolerante resulta ser una profunda muestra de ética humana. No todo es igual, ni todas las ilegalidades pueden ser lo mismo, porque el baremo de la ley omite la desigualdad y la legitimidad de partida: no es lo mismo expropiar alimentos en una cadena de supermercados que robar el dinero de la gente para engordar cuentas privadas. No es humanamente lo mismo agredir a las mujeres por el hecho de serlo, que atacar la luna de un banco. Ciertamente no son iguales, desgraciadamente suele ser más criminalizada la segunda que la primera porque vivimos en el mundo al revés. Tarea nuestra es darle la vuelta y poner a cada uno en su lugar.
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