David Torres
En España la culpa siempre es del chófer. España es un país donde no hay causas, sino culpas. No hay responsables, sino culpables. No hay investigaciones, sino linchamientos públicos. A las pocas horas de la mayor tragedia ferroviaria del último medio siglo ya circulaba una broma que el maquinista había colgado en facebook, como si una foto de unos años atrás valiese lo mismo que unos antecedentes penales. Como si el hombre fuese un conductor suicida que sólo esperaba el momento idóneo para echarle una carrera a la muerte. Renfe, Adif, el ministerio de Fomento y demás siglas rimbombantes le han cargado todos los muertos de un plumazo a Francisco José Garzón, como si él también hubiera diseñado el trazado de la vía, decidido suprimir las balizas de seguridad en una curva terrorífica y ahorrar así unos cuantos millones siempre necesarios para los buenos asuntos de gobierno. Si la responsabilidad por los casi ochenta muertos, y los que puedan venir en los próximos días, es exclusivamente del maquinista, me imagino entonces que su sueldo debe calcularse acorde con su responsabilidad. En ese caso, sería estratosférico y más aun, astronómico. Ni el propio Dios podría cargar con tanta culpa.
Pero en España, perdonen que me repita, la culpa siempre es del chófer. En la catástrofe aérea de Spanair en Barajas los culpables fueron exclusivamente los pilotos, no la compañía, por ahorrar tiempo y dinero en una revisión más, ni del aeropuerto, por obligar a otro chequeo de seguridad. En el accidente de metro de Valencia, la culpa también fue del maquinista, no tuvo nada que ver la planificación previa ni la falta de una señalización adecuada. En ambos casos, los culpables obtuvieron su merecido y resultaron muertos. Garzón ha tenido la mala suerte de sobrevivir al accidente. La mala suerte de no haberse desmayado un par de kilómetros antes de la curva, de no haber perdido el conocimiento ni de haber sufrido un infarto. Porque yo, la verdad, no tengo ni puta idea de seguridad ferroviaria pero me imagino que los muy altos responsables de Fomento, de Adif, de Renfe y de las demás siglas rimbombantes habrían previsto esas circunstancias con su sabiduría y su presciencia incomparables. No me puedo creer que todo, absolutamente todo, dependa de la salud y la atención de un solo hombre. ¿No había dinero para otra baliza de seguridad? ¿No había dinero para pagar a un copiloto a setenta euros el billete?
Al final, lo más terrible de la tragedia de Santiago es que acabará convirtiéndose en una metáfora de este triste país donde los aeropuertos se construyen al tuntún, para que caguen las palomas y se paseen los nietecitos de los caciques locales, mientras que las líneas ferroviarias se confían a las manos de un pobre hombre falible que lleva un tren como si llevara a sus espaldas el mundo. Al final, mira tú qué pena, Renfe se va a quedar sin vender otro tren de alta velocidad a los brasileños. Una vez más, señores, hemos viajado por encima de nuestras posibilidades.
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