Luis García Montero
La palabra ahorro se ha convertido en el centro del activismo político de una derecha neoliberal que tiene como meta el empobrecimiento generalizado de España. La crisis económica puso en marcha tres procesos paralelos: castigar a la mayoría social en beneficio de unos bancos con problemas, imponer una ideología contraria a los servicios públicos y dar por terminada la famosa Transición.
La avaricia hipotecaria de los bancos españoles, muy alentada por las instituciones financieras alemanas, desembocó en la simple irracionalidad. Su entramado de negocios fáciles y de falta de responsabilidad profesional se vino abajo al estallar la burbuja inmobiliaria. La catástrofe se pagó entonces con dinero público, es decir, se empobreció a los ciudadanos para salvar a los bancos. Los grandes partidarios de las privatizaciones no tuvieron ningún problema en nacionalizar las deudas particulares.
La situación creada sirvió de excusa para desmantelar los servicios públicos. Empezaron a llover los recortes como si la austeridad fuese la única respuesta a la crisis. La sanidad, la educación, los sueldos, los derechos laborales y la cultura han sido sacrificados en el altar de esta dichosa austeridad. Como era de prever, las pretendidas fórmulas del ahorro terminaron de hundir el consumo y la economía. Los responsables de esas medidas eran conscientes desde el principio de lo que iba a pasar. Nunca en la historia se ha salido de una crisis grave por medio de la austeridad. Pero se trataba en realidad de utilizar las dificultades económicas para imponer un ideario político neoliberal que desmantelara los equilibrios del Estado del bienestar. Se dio por buena la dinámica de agudizar el empobrecimiento de la población si a través de ella se conseguía liquidar los servicios públicos.
Estas operaciones supusieron en España el final de una Transición marcada por la lógica de los pactos. Más que una reconciliación entre fascistas y demócratas, absurda ya en la España de esos años, la Constitución de 1978 significó el pacto de dos ideas sobre la democracia: la propia de unas élites económicas que necesitaban romper la autarquía para abrirse a los negocios del capitalismo avanzado europeo y la de los movimientos obreros que exigían derechos sociales y una transformación de la realidad. Así se produjo una negociación final en la que se lograron las libertades democráticas y algunos derechos sociales a cambio de respetar en España el predominio de las viejas élites del franquismo. Este pacto se dio por liquidado cuando PSOE y PP acordaron en agosto de 2011 el control del déficit como nuevo valor constitucional. Las élites económicas dieron por terminada la Transición y se precipitaron a liquidar todos los equilibrios. Cualquier gasto público es hoy para ellas un exceso.
La dialéctica del ahorro y del exceso se extendió también desde el punto de vista cultural. Una cuidada mentalidad social se ha desatado para completar las cosas con la degradación de la democracia. El miedo traduce el concepto económico del ahorro al mundo de los sentimientos. Miedo que paraliza las protestas. Hay que ahorrar en protestas y rebeldías. Miedo a perder el puesto de trabajo, miedo a Europa, miedo a la policía, miedo a que pase algo peor, a que los bancos… ¡La bolsa (el IBEX 35) o la vida!, nos gritan en el atraco del miedo. Aceptamos que el dinero se acumule en otras manos a cambio de un ahorro en nuestro castigo y nuestras pérdidas. En vez de una pastilla diaria para la tensión me tomo tres a la semana y así tú no acabas conmigo de un sólo golpe. Esa es la negociación ahorrativa del miedo.
Las protestas son consideradas en esta lógica como una forma de exceso. Los ciudadanos que denuncian a los políticos responsables de un empobrecimiento generalizado al servicio de los poderes financieros son exhibidos como derrochadores del espíritu democrático, gentes cercanas al nazismo, al crimen organizado, a la banda terrorista ETA. La extensión calculada del miedo y la criminalización de las víctimas, armas principales del ideario político actual del Gobierno, suponen la aplicación de la dinámica económica del ahorro y el exceso a los sentimientos de los ciudadanos. Pero siempre queda la posibilidad de romper la hucha con forma de cerdito y salir a la calle a comprar un poco de soberanía.
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