Gustavo Duch – Consejo Científico de ATTAC España
Primero fue el control de las semillas.
Las grandes corporaciones sabiendo que son ‘el principio de la vida’ y ávidas
por dominar la vida de todas y todos se lanzaron al control de un bien común
que las haría poderosas. Muchas fueron las estrategias: patentaron la vida;
hicieron desaparecer muchas variedades autóctonas con suposiciones
productivistas; engendraron simientes estériles que se llaman híbridas o
transgénicas; engullen a las pequeñas empresas locales de semillas; o financian
el Arca de Noé en el Polo Norte, donde las preservan [para ellas] en un gran
banco de germoplasma.
Un control que en pocos años ha
alcanzado la categoría de acaparamiento. Como explican los estudios de ETC
Group sólo entre tres empresas se reparten la mitad del mercado global de las
semillas comerciales (Monsanto con una cuarta parte ella sola) siendo
prácticamente las mismas empresas que dominan el polo opuesto: los pesticidas,
herbicidas o plaguicidas, en definitiva ‘el final de la vida’.
Cifras similares de acaparamiento las
encontramos si analizamos el poder corporativo en otros segmentos de la
producción agroalimentaria, como los fertilizantes; la silvicultura; la
comercialización de los granos básicos; la genética; la industria farmacéutica
veterinaria y la producción animal; o el procesamiento y distribución de los
alimentos.
Pero no es suficiente manjar para tantas
tragaderas y en los últimos latidos de un capitalismo que se desmorona, buscan
asegurar sus inversiones en nichos ‘a prueba de bombas’. Así hemos visto, y ha
sido ampliamente denunciado por GRAIN, como en la última década ha brotado un
impulso irrefrenable por el acaparamiento global de tierras. Disponer el
capital como dispone actualmente (y sigue creciendo) entre unos 60 y 80
millones de hectáreas de tierra fértil significa administrar para su beneficio
millones de toneladas de biomasa vegetal, convertida en alimentos,
agrocombustibles o madera, así como otros recursos minerales ciertamente
estratégicos.
El acaparamiento de tierras se extiende
fundamentalmente por África pero también por otros lugares generando violentos
conflictos como en Honduras o Colombia con decenas de personas campesinas
muertas en la defensa de sus tierras; o en Andalucía
(España), donde recientemente campesinos y campesinas sin tierra han
sido desalojados de una finca pública que ocuparon para evitar su venta
especulativa.
Pero no hemos acabado aquí. Un elemento estratégico falta para quien quiera
‘controlar’ el mundo, el agua dulce, pues sin ella es imposible la producción
de alimentos, y la producción de negocios. La conquista por el agua camina de
la mano del acaparamiento de tierras recién explicado. De hecho leyendo en un
nuevo informe de GRAIN al respecto las declaraciones de Peter Brabeck-Letmathe,
presidente y ex director general de Nestlé, las compras en
realidad no son de tierra, sino «del libre acceso al agua que con ellas se
consigue». Ciertamente, en dicho informe se analiza muy bien como la
mayoría de las adquisiciones de tierras que se están dando en estos últimos
años se corresponden con tierras que pueden acceder a buenos acuíferos y
sobretodo a cuencas de importantes ríos como el Níger, el Senegal o el Nilo.
Los discursos en defensa de esta
apropiación ya los conocemos,-utilizamos tierras y aguas que la gente no
aprovecha para grandes plantaciones o cultivos que generarán desarrollo. Pero
la historia de estos megaproyectos, la realidad de estas superplantaciones
ligadas a la exportación, sabemos que no reporta beneficios a la población
local. Hay demasiados ejemplos para ilustrarlo.
El acaparamiento de agua, además de ser un expolio que debe denunciarse y
detenerse, acrecienta el problema de acceso directo al agua de muchos miles de
familias campesinas, mermando sus posibilidades de vida pues estos proyectos se
localizan en cabeceras o puntos estratégicos de los cauces. Pero surge un nuevo
problema, el modelo intensivo de agricultura que se desarrollan para estos
cultivos comerciales, así como los propios cultivos seleccionados para esas
zonas, y el exigir a la tierra que esté en cosecha permanente
(independientemente de lo que dicte el cielo y las lluvias) significa que todas
esas nuevas zonas de cultivo ‘conquistadas’ a la población local van a poner en
grave riesgo un sistema hídrico delicado que sólo con la sabiduría comunitaria
se ha podido mantener. Es como dice GRAIN, un suicidio hídrico.
Semillas para producir intensivamente,
tierra para producir intensivamente,
agua para regar intensivamente
en manos de unos pocos fondos de
inversión para acumular capital intensivamente,
es la peor de las pesadillas.
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