domingo, 27 de outubro de 2013

Frágil carne de carretera

Jacinto Antón

El fotógrafo Txema Salvans recoge en un libro su metódico trabajo de ocho años retratando la espera de las prostitutas que se ofrecen a los conductores.




Asombra de las fotos su placidez, casi un lánguido lirismo. Están esas mujeres muy a menudo solas en medio de la nada, la nada sucia de un paisaje desolador de polígonos abandonados y carreteras vacías, y sabemos qué es lo que están aguardando, claro, la vida penosa que llevan y los innumerables peligros y sevicias que arrostran. Y todo eso aparece implícitamente en las fotos, pero no podemos evitar dejarnos llevar por la sensación de indolencia y lasitud, de sosiego y serenidad de esas interminables jornadas que van a estallar en rápidos y desafectos (y arriesgados) desahogos de pago.
El fotógrafo Txema Salvans (Barcelona, 1971) ha pasado ocho años fotografiando prostitutas de carretera, en más de 500 localizaciones del corredor (y valga la palabra) mediterráneo desde la frontera francesa hasta Andalucía. El resultado, parte del cual se exhibe hasta el 3 de noviembre en Madrid, en 5CS, aparece ahora en forma de libro, The Waiting game, con textos de Martin Parr y de John Carlin. El volumen, con 41 fotos, se presentó este sábado en la librería barcelonesa Kowasa, especializada en fotografía.
“Empecé haciendo unas fotos de prostitución de carretera para la prensa, y entonces vi que ahí había la posibilidad de un proyecto de largo alcance”, explica Salvans. “La clave estaba en poder fotografiar a esas mujeres en sus paisajes sin llamar la atención, para reflejar su cotidianeidad, y se me ocurrió la idea de mimetizarme de algún modo, como hacen algunas especies en el mundo animal”. El fotógrafo urdió una hábil estrategia de camuflaje. “Le pedí a un amigo topógrafo que me dejara un trípode geodésico y pertrechado con el equipo y el correspondiente chaleco invadí el territorio de las chicas como si fuera a lo mío. Empleé una cámara de placas que parece una herramienta técnica más, y el truco funcionó. Siendo perfectamente visible yo era invisible”. No hablaba con las chicas y ellas lo ignoraban.



Txema Salvans afirma que tenía una duda ética constante. Estaba fotografiando a las prostitutas con engaño, sin su consentimiento y con el fin de dar un uso público a las instantáneas. “Pero en realidad no retrataba tanto a las prostitutas como las condiciones en las que trabajan, centrándome además en la espera y sin fotografiar el displayerótico provocador, el trato con los clientes y el comercio sexual en sí. Acabé enseñando un paisaje, el de carretera y de extrarradio, con todas sus características y a plena luz del día, sin tratar de dulcificarlo ni de escamotear su fealdad. Una mirada de laboratorio”.

El fotógrafo insiste en que su proyecto protege a la persona. “No es un trabajo retratístico, no busco las caras sino las actitudes sumergidas en un paisaje y el gesto decisivo de la espera”. Salvans recalca que sus fotos tienen una clara faceta documentalista y de “trabajo de campo”. De la emoción que desprenden, admite que ese mundo de humanidad demolida en un un entorno inhóspito genera “un desconsuelo” y una opinión crítica. Pero advierte que su trabajo está al margen de cualquier prensión explícita de denuncia. Le digo que las fotos inspiran piedad. “No era esa mi intención. Eso lo provoca la polisemia de la fotografía. Para mí son imágenes que en realidad tienen algo de topografía de la humanidad. Dan razón de una situación. De alguna manera yo no estoy y ellas hacen lo que harían sin mi presencia”. En cuanto a la paradójica belleza de algunas fotos dice que “eso pasa con la fotografía, retratas cosas desagradables y de golpe surge una estética inesperada”.
Mientras hablamos, la hija pequeña de Salvans se ha empleado con sus lápices sobre algunas de las fotos de la serie que el fotógrafo tiene en la mesa. La niña de cuatro años ha dibujado casitas sobre las chicas, para protegerlas.




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