La Biblioteca Nacional de España atesora en su colección valiosas piezas, como el Auto de los Reyes Magos o códices medievales y renacentistas, que nos permiten reconstruir cómo se forjó la leyenda de los tres Reyes Magos durante la Edad Media.
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En el Evangelio de Mateo, el único texto bíblico que los cita, “se habla solo de unos ‘magos’, no se precisan sus nombres, ni que fuesen reyes ni tan siquiera que fuesen tres”, explica Javier Docampo, director del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros de la BNE.
A lo largo del medievo, se fue configurando la leyenda que conocemos hoy en día: fueron dignificados como ‘reyes’, se estableció que eran tres -por las tres ofrendas que cita el Evangelio (oro, incienso y mirra) y porque se prestaba mejor al simbolismo trinitario-, se les ‘bautizó’ como Melchor, Gaspar y Baltasar y su culto se extendió por toda Europa.
Gracias a los testimonios escritos y artísticos que guarda la BNE podemos acercarnos a la construcción de esta leyenda a lo largo de los siglos. Una de las piezas más excepcionales es el llamado Auto de los Reyes Magos(siglo XII), obra fundamental en la historia de la literatura española por ser el texto teatral más antiguo conservado en lengua castellana. Fue descubierto en el siglo XVIII por un canónigo de la catedral de Toledo, Felipe Fernández Vallejo, en un códice misceláneo y entró en la Biblioteca Nacional junto a otros manuscritos toledanos en 1869.
En la obra aparecen Melchor, Gaspar y Baltasar pero que no son definidos como “reyes” sino como “steleros”, es decir, astrólogos, señala Docampo. A pesar de la inexistencia de acotaciones escénicas, el auto se suele dividir en cinco escenas.
La primera son tres monólogos simétricos en los que los tres magos debaten sobre el hallazgo de una nueva estrella y su posible significado. La segunda escena narra cómo deciden emplear los regalos para averiguar la verdadera naturaleza del infante: si fuera un rey de la tierra, preferirá el oro; si fuera un rey del cielo, querrá la mirra. Pero dejará las dos por el incienso. La tercera los muestra visitando el palacio de Herodes, que promete adorar también al Niño. La cuarta es un monólogo de Herodes que teme el nacimiento del nuevo rey y hace llamar a sus sabios para tratar sobre lo ocurrido. Finalmente, en el debate con esos sabios se interrumpe la obra.
Miniaturas en códices medievales
La BNE custodia también testimonios artísticos sobre la leyenda de los Reyes Magos, como los dibujos y grabados conservados en el Departamento de Bellas Artes y Cartografías, aunque sobresalen las miniaturas de los códices medievales y renacentistas, tanto de libros de horas como de otras tipologías, indica Docampo.
El Libro de horas Clinton, elaborado en Francia en el tercer cuarto del siglo XIII para una dama inglesa, contiene una secuencia de seis escenas donde también aparecen los tres magos. En la primera se les representa siguiendo la estrella; en la segunda se encuentran delante de Herodes, a continuación hay una escena doble en la que están adorando al Niño y después la representación de un sueño en el que un ángel les advierte para que no regresen junto a Herodes. La escena final, la Matanza de los Inocentes, es la consecuencia de todo lo anterior.
En el Breviario de amor de Matfré Ermengaud, una obra catalana fechada en torno a 1400, hay también escenas con los tres sabios de Oriente. Los vemos ante Herodes y en una adoración al Niño, en la que un rey está arrodillado y los otros dos de pie, con uno de ellos señalando la estrella que los ha guiado.
No obstante, la escena más común en la iconografía cristiana será siempre la Epifanía o Adoración de los Reyes Magos. En los libros de horas del siglo XV es muy común, sobre todo para ilustrar la hora de Sexta dentro de la secuencia de Horas de la Virgen. La BNE cobija numerosos ejemplos en libros de horas flamencos y franceses. También existen en la Biblioteca Nacional evangeliarios italianos del siglo XII o franceses del siglo XVI en los que se observa esta frecuente representación.
La leyenda de los tres Reyes Magos en Occidente
En el Evangelio de Mateo (Mateo, 2-12), se cuenta que unos magos de Oriente llegan a Jerusalén buscando al rey de los judíos, cuyo nacimiento les ha sido revelado por una estrella. Herodes el Grande, gobernante de Palestina, les convoca a su palacio, les interroga y les hace prometer que regresarán cuando hayan encontrado al Niño para que él también vaya a adorarlo. Después, llegan hasta el lugar donde se para la estrella y descubren al Niño con María y se postran ante él para ofrecerle oro, incienso y mirra. Advertidos en sueños de no volver ante Herodes, toman tierra por otro camino.
Para remediar la parquedad del relato evangélico, se desarrolló la historia de los “magos de Oriente” en los evangelios apócrifos (Protoevangelio de Santiago, capítulo XXI; Evangelio de Pseudo Mateo, capítulo XVI y Evangelio árabe de la infancia, capítulo VII).
El término de mago debe ser interpretado en sentido de astrólogo, de especialista en el firmamento, asegura Docampo, que explica que dados los significados negativos del término, pronto fueron dignificados como reyes. Tertuliano, en el siglo III, fue el primero que les denominó como tales.
Fueron diversas las especulaciones sobre cuántos eran estos magos y la Iglesia siria los elevó a doce en paralelismo a las tribus de Israel y a los doce apóstoles. Sin embargo, el número tres se impuso por varias razones. El evangelio cita tres ofrendas –oro, incienso y mirra- y así, se asoció los regalos a los donantes. El tres además se prestaba mejor al simbolismo trinitario y a que representasen las tres partes del mundo conocido en la Edad Media (Europa, Asia y África).
Los nombres –Melchor, Gaspar y Baltasar- aparecen por primera vez en el mosaico de San Apolinar el Nuevo de Rávena (siglo VI) y después se generalizaron en todo Occidente.
El culto a los tres Reyes Magos se extendió por toda Europa, en parte vinculado a sus reliquias, que se conservan en la catedral de Colonia dentro de un sarcófago de orfebrería de Nicolás de Verdún, fechado en torno al año 1200. Fueron considerados como protectores de los viajeros y de los peregrinos, a causa de la rapidez y el éxito de su viaje a Belén. También se les consideraba protectores contra la epilepsia, ya que habían “caído ante los pies de Cristo”. Asimismo se usaban sus iniciales G.B.M. en las puertas de las casas y de los establos el 6 de enero, día de los Reyes Magos, para proteger a las personas y animales contra demonios y brujas.
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