2017 se ha cerrado como el año con mayor número de grandes incendios (de más de 500 hectáreas) de la década, un dato bajo el que se esconde una tendencia creciente causada por el cambio climático y el abandono de las zonas rurales.
Un bombero, en uno de los incendios que arrasó Galicia el pasado octubre. EFE
LUCÍA VILLA
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El año había arrancado con mal pie para los incendios. Antes de que comenzara el verano ya se había superado la media de hectáreas quemadas de toda la décaday las previsiones meteorológicas para los meses siguientes hacían temer lo peor, que terminó llegando: primero, en el gran incendio de Doñana, que afectó a más de 10.000 hectáreas –el 70% dentro del parque natural- y después en la arrasadora ola de fuegos que calcinó decenas de miles de hectáreas en Galicia y Asturias.
El último balance de incendios forestales del Ministerio de Medio Ambiente, a falta de las cifras de diciembre, deja a este año como el segundo peor de la década en superficie arrasada por las llamas. 176.587 hectáreas, frente a las 87.385 del año anterior, la inmensa mayoría en territorios del Noroeste. Pero aún hay un dato más preocupante: 2017 pasará a la historia como el año de los superincendios. Desde el 1 de enero hasta el 30 de noviembre se han contabilizado 53 grandes fuegos (de más de 500 hectáreas cada uno), una cifra que ni siquiera se llegó a alcanzar en 2012, el año más catastrófico, cuando se contabilizaron 41.
Detrás de estas cifras no se esconde la casualidad de un año fatídico, sino una tendencia sobre la que se viene advirtiendo desde hace tiempo desde el ámbito científico, técnico y ecologista. Hace 20 años había más incendios y se quemaba mayor superficie que ahora, pero el cambio climático, el paulatino abandono de los bosques y el caos territorial y urbanístico han hecho que cada vez sean más frecuentes estos fenómenos, que además son cada vez más grandes, ingobernables y que afectan a mayor población.
Aunque el 95% de los incendios en España son provocados por la acción humana, -ya sea por una negligencia, un despiste, mal uso, o acciones pirómanas o intencionadas (muy minoritarias)-, las nuevas causas antes mencionadas están haciendo que el fuego encuentre un entorno más favorable para su rápida y extensa propagación.
El informe anual sobre incendios forestales de WWF, que también pone el foco sobre este tipo de sucesos, explica cómo, por un lado, el cambio climático está cambiando el comportamiento y características de los bosques, alargando la temporada de riesgos de incendios a casi todo el año. Por otro, la despoblación rural ha hecho de los bosques lugares sin actividades de pastoreo o aprovechamiento maderero, que ayudan a mantener el monte limpio. También las nuevas urbanizaciones en áreas forestales han hecho centrar las estrategias de extinción en salvar vidas humanas y no en atacar el fuego forestal.
Un cóctel explosivo que este año han sufrido también otros países como Portugal, que vivió el peor incendio de su historia el pasado junio, en el que murieron 64 personas y otras 135 resultaron heridas; o en el reciente fuego masivo de California, que acabó con la vida de una persona y obligó a evacuar a otras 27.000.
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