luns, 1 de agosto de 2016

Marcial de la Isla y su amigo Feijóo

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Aunque ya habíamos estado muchas veces en la Illa de Arousa, diría que fue a partir de 1988 cuando empezamos a hacerlo por sistema, verano tras verano. Habíamos quedado prendados de ella, un paraíso, pero ya no el casi virgen que había sido antes de la construcción del puente que la unió al continente en 1885, si mal no recuerdo; dos kms. de longitud que lo convertían en el más largo de los puentes gallegos. De aquella otra época, la de la isla de verdad, hacia atrás, los abuelos y menos abuelos arousanos contaban mil historias de esas que solo escuché en y sobre mi tierra, increíbles siempre. Por ejemplo, cómo, cuando las cosas venían torcidas, se trasladaba, y en dorna, en días invernales de lluvia, frío y temporal, uno de esos días en que los pesqueros no se hacen a la mar, a quienes enfermaban lo bastante como para que se temiera por su vida y, con ellos delirantes, o medio muertos, se ponía proa a Villagarcía, por una difteria, un infarto, un parto mal resuelto, porque en Arousa ni siquiera había médico; o cómo, los chiquillos, que cada día y con el mismo sistema de comunicación acudían a la escuela, recibían impertérritos las maliciosas indagaciones de sus curiosos y crueles compañeros urbanitas: ¿Es verdad que el medio de transporte que usáis en la isla son las líanas? ¿Que saltáis de árbol en árbol como Tarzán o como monos? Por fortuna, los gallegos, aun los niños, tienen la lengua ágil, así que los maliciosos preguntones tenían que tragarse la suya y dejarlos en paz hasta mejor ocurrencia. Y también, y esto lo escuché de la adorable mujer de un marinero, cómo, para el día de la primera comunión, su madre le había confeccionado unas primorosas sandalias de cartón, la mar de ben feitas, Luisa, pero, como había llovido, siempre llueve en casa del pobre, al salir de la iglesia había tenido que regresar descalza a casa como si hubiera sido un día cualquiera y no el de su primera comunión. ¡Pena de sandalias, miña nena, a chuvia non deixou nada delas, tiña que haber feito a comunión cos zocos! Poco después, había empezado a trabajar en una fábrica de conservas como las más de las niñas arousanas de entonces, cuando los mejillones, los berberechos o las zamburiñas se hervían en enormes calderas fuera de las fábricas -por adelantar el nombre que le correspondió-, al aire libre y en el fuego de leña que encendían ellas mismas. _Pero el dueño era muy buena persona, ¿sabe don Fulano? Si era fiesta, nos decía que, si corríamos y terminábamos antes, podíamos irnos a bailar… _¿E iso é ser boa persoa, papoia, que non pensades endexamáis? Y entonces, se entraba a discutir la moral del patrón, desconsiderando a Marx, aunque difícilmente llegaba a apearse aquella mujer de sus devociones respecto a los señoritos buenos: _Que eu coñecinlle a moitos, ¿sabe? A mala fama sempre lévaa o rico, e só por ser rico, xa sabe_. A que sabía, e moito, máis que nada con quen falaba ou creía falar, era ela, xógome un peso dos que valían cincuenta euros polo menos a que ela coidaba que aquel señor tiña cartos, que era un daqueles señoritos.
El primer año nos alojamos en un hotel, pero a mí, a todos en realidad, me enloquecía la idea de poder llegar a vivir como ellos, sobre todo en lo que concierne a cocinar; poder encargarme del marisco o de aquel pescado tiesecito, el rigor mortis apenas advenido al descargar las barcas en la playa o en el puerto a media mañana, en ocasiones, aún vivo; ganas de integrarme en una comunidad que me cautivaba. Así que, en adelante, estuvimos alquilando una casita de pescadores, allá en Cabodeiro, una punta de la isla marinera, nunca en el centro, donde algunos comercios, hoteles, pensiones, casas de comida, terrazas y mercados atraían a demasiados forasteros, y aun había apartamentos para alquilar en casas de no más de tres o cuatro alturas, si no menos, pero que no podían competir con una toda para nosotros donde disfrutar cuanto prometía la isla, casa cuya puerta permanecía abierta hasta la noche como las más de Cabodeiro, y casas que, aunque por fuera ofrecieran el aspecto modesto de sus dueños, empezaban a tener un par de cuartos de baño y dormitorios y comedores… de cine, como solían decir ellos. ¿Cómo era posible? ¿De dónde salía todo aquel dinero? Al principio, había risas maliciosas si se tocaba el asuntito, después, cuando empezaron a considerarnos casi de los suyos, llegó alguna  explicación aislada: Da droja, non, Luisa, non sexas malpensada, eiche do tabaco, e logo, ¿de dónde, se non? ¿Das luras ou dos camaróns? Y se reían y se iniciaban las enconadas discusiones… ¡Pero os nosos fillos, non, ¿eh? Nin á droja nin ó tabaco, Dios nos libre!, y se santiguaban… Pero los cartones de rubio se vendían en los supermercados y en muchos de los bares de la isla, y si no andaban a la vista, bastaba con que los pidiera un rostro que les resultara familiar. Y en ese sentido, solía decirse siempre que Marcial era el único que solo “andaba al tabaco”, que no quería saber nada con la droga. Y tal pareció ser, al menos durante tantos y tantos veranos que estuvimos yendo allí; y aunque los hechos lo desmintieron después, parece que fue un salto que tardó en dar, que se lo estuvo pensando mucho. Pero así funcionan las cosas; si las infraestructuras que existen para algo sirven para algo más, el resto viene dado casi contra la voluntad del más pintado.
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Marcial Dorado también vivía en aquella punta de los amaneceres y las puestas de sol de Arousa, O Cabodeiro, justo donde se alzó años después Villa PSOE, una palurdada con piscina en cada apartamento ¡a 20 metros del mar! En cambio, él habitaba una sobria y hermosa mansión de granito construida sobre un pequeño promontorio que se alzaba justo frente a nuestra casa y frente a la ría, no una casualidad: Galicia es la mar. Por la noche, parecía convertirse en el faro que advertía a las lanchas rápidas del contrabando qué hacer con la mercancía, aunque esa tarea solía correr a cargo de muchachos muy jóvenes que, por vigilar sobre un acantilado, o casi en la playa, las luces del coche o de la moto ejerciendo idéntica función que la casa de Marcial, cobraban lo que consideraban una fortuna, y que lo era, si prescindimos de un montón de considerandos, al punto de haber abandonado la escuela muchos de ellos para dedicarse de lleno al ‘oficio’, huyendo de los tradicionales a los que solían dedicarse sus hermanos, su padre, su abuelo o los tíos: la mar o la carpintería. Fue una de las brutales consecuencias del narcotráfico que sufrió la juventud; la otra, la del consumo ignorante e indiscriminado, estuvo algo más limitado, lo que pudo limitarlo el sentido común aprendido del miedo de haber sido testigos del trágico desenlace de amigos y hermanos que no remontaron los veinte años. Varios de ellos conocían como su propia casa la de Marcial, una mansión a la que acudían a llevar mercancía, marisco, pescado, carne, o a realizar chapuzas diversas, en fin, recados y servicios, y de la que contaban ‘cosas de no creer’, como la inmensa piscina de fondo transparente -respecto a la cual, lo probable es que fuera despreciada por su dueño, que no es leyenda que los marineros no saben nadar, sino sabiduría aplicada a la probabilidad de un naufragio en lugares de casi imposible salvación, evitar que se prolongue esa agonía-, la impresionante bodega, los cuartos de baño, las habitaciones… Todo eiche de película, Luisa, non podes maxinar o que é aquelo.
Marcial, según contaban unos y otros, y no sé cuánto habría de fantasía en un pueblo que no sabe vivir sin ella, había aparecido en la isla siendo un rapaz, un niño del que nadie sabía nada, su origen, ‘de quién era’*. Esto de sentir al próximo -cultismo que se corresponde con el patrimonial prójimo- propiedad de uno a la que cuidar o no, en razón de una mayor o menor proximidad, contaba mucho en Arousa, en realidad, en toda la Galicia rural, y debió de pesar lo suyo cuando Marcial, descalcito, se dejó caer por allí; en ese sentido, no quiero recordar el día en que le di unas monedas a una mendiga en la plaza del mercado; me chistaron como advertencia, me llegaron llamadas de atención de todas partes, de las pescaderas, las fruteras, las vendedoras de queso de tetilla, ofrecido sobre la hoja verde de mi infancia: E ti, ¿qué fas, carallo? ¿Non ves que isa rapaza non é nosa? Ten a malicia de chegar a Illa a pedir, sindo que ela non é deiquí… E ti, nena, ¡cómo sabes pedirlle a unha forasteira, a min non me pedirías, lista! Fora, a pedir a túa casa, nos temos os nosos pobres… Como sea, habían amparado y recogido a Marcial, un día de generosidad habrá que suponer, y cuando creció, empezó a salir a la mar como uno más. Luego, a dedicarse al contrabando de tabaco. Le fue muy bien, y no solo a él, para qué contar que el contrabando se remonta a saber en la historia gallega de la miseria y de los caciques, o mejor, de la miseria que le procuraron a Galicia, y sin fallar una sola vez, sus caciques, aquella miseria absoluta que empujaba a chiquillos de doce, y de menos años aun, a embarcarse de polizones para América, a salir a pescar a las cuatro de la mañana, a irse a donde hubiera cualquier trabajo para poder satisfacer el hambre, pra mata-la fame, pra poder comer, que dice una canción popular. Los que quedaban pasaban tanta como sus ascendientes, porque el pescado no solía probarse, había que venderlo para comprar pan y cubrir necesidades tan imprescindibles como el pan. Pero esa parte de la historia la contaron ya muchos gallegos, aunque fue Castelao, entiendo, quien mejor lo hizo, con todas sus letras, sus dibujos y los pies con los que los ilustraba, palabras gallegas ácidas que le ponían nombre a las cosas de los gallegos, que vienen a ser las cosas de los pobres de cualquier otro lugar. Así a la ley, LEX, llevada a enterrar en un ataúd que carga una anciana a su espalda; el pie dice: ¡Cánto pesa e cómo fede! (¡Cuánto pesa y cómo apesta!). La gente quería a Marcial, al que se podía encontrar desde primeras horas de la mañana en un restaurante, el Oasis, en la playa del Bao, debajo del puente, con un enorme espacio verde delante, varias mesas de piedra, palmeras y hortensias, sin duda de su propiedad; allí comimos y cenamos muchas veces, tan bien como se come siempre en mi tierra. Moría por saber mil cosas, por que me contaran más de Marcial, de las aventuras nocturnas en la ría, cuando las lanchas rápidas de los contrabandistas esquivaban a los del orden, refugiándose debajo de la batea más a mano, si las cosas se ponían feas y se corría el peligro de que alguna bala perdida alcanzara a alguno de ellos. Si aquellos les colocaban a las suyas tres motores, los del contrabando, cuatro; era una lucha encarnizada y sin tregua, pero no sé, me dije tiempo después, cuánto tendría de aparente, de puesta en escena, la caza del contrabandista, a pesar de los tiros, y a pesar de que, de cuando en cuando, aparecía ahogado alguno que se habían ido de la lengua; la gente que trabaja para el orden suele andar muy mal pagada, y al fin y al cabo todos se conocían, eran paisanos, algunos incluso compañeros de escuela que se decantaron por el otro oficio. De día, mientras permanecía tumbada en una de aquellas playas de arena finísima y de rocas alisadas por el mar, las únicas playas en las que se puede leer con casi la comodidad de casa, las veía volar alegres de un lado al otro de la ría, cara a Villagarcía, o mucho más allá. Y ganas me dan de contar una aventura en la que me vi involucrada sin quererlo y que, por más años que hayan pasado desde entonces, permanece en el recuerdo como ocurrida ayer; quizá en otra ocasión, pero puedo adelantar que los episodios de Corrupción en Miami que pasaban por la tele se quedaban cortos comparados con aquel otro en el que se me confió el papel, no sé si de protagonista o de antagonista, pero desde luego un papel importante y de responsabilidad.
De la relación de Marcial, y no solo de Marcial, de tantos narcotraficantes, con políticos del PP, y no solo pero esencialmente, se sabía tanto como uno quisiera, en Arousa, en Galicia entera, y si no en toda España, sería porque la gente lee poca prensa o porque no sabe leer entre líneas. Así, por la prensa escrita, pero también por la radio o por la televisión, tenía que haberse enterado el sordo y ciego Núñez Feijóo cuando su amistad con Marcial, cuando se tomaron las dichosas fotografías mediados los noventa, en qué barco real andaba embarcado su amigo; hay montañas de papel con episodios muy sonados de mucho antes de su estrecha y entrañable amistad con el contrabandista, y tanto más de mucho después de que todo el mundo hubiera aprendido a declinar de memoria las actividades de Marcial y las de tantos narcotraficantes, tanto de las del mar, como de las de pisar tierra del PP en alegre camaradería todos, los unos y los otros. De las dos grandes operaciones contra el contrabando -y del blanqueo de capitales- realizadas en Galicia, ¿quién no sabía? Pues no se reía en los bares la marinería de las operaciones tan sigilosas contra el narco, pero que todos conocían antes de que se produjeran. Marcial de la Isla, otro de sus apodos, estuvo imputado y fue detenido en al menos dos ocasiones; la primera causa se archivó por haber prescrito los delitos; en la segunda, fue puesto en libertad por falta de pruebas, y de todo ello supimos por los medios locales, los nacionales y los internacionales.
Hace un tiempo que estamos siendo espectadores del desenmascaramiento de una obscura trama, la del PP, de la salida a la luz de la financiación ilegal de ese partido. Pero entonces, en la década de los ochenta, y mucho después y siempre, del cáncer del clientelismo, pero no me refiero ahora al de toda la vida, aún tan vivo, el de de ciertos partidos y políticos que se benefician en las urnas como caciques ejercientes (esta no es estampa de Castelao, pero permanece en mi memoria como si lo fuera: una anciana, allá en la prehistoria, con una foto de Fraga Iribarne en la mano ante la mesa del colegio electoral donde debía votar, elevándola a la altura de los ojos de los que integraban la mesa: Eu quero votar por iste, non sei cómo se chama nin de qué partido é, por iso truxen os seu retrato, pra que poñan ahí que votei por él). Ahora me refiero al de los políticos respecto a los narcotraficantes de altura, altura a la que, en ocasiones, volaban juntos capos y políticos como capos a países muy considerados con el origen del dinero. “No sé si sería Andorra o si serían los picos de Europa, lo que sé seguro es que había nieve”, afirmaba impertérrito, ida la memoria, en la rueda de prensa, Núñez Feijóo. ¿Y sería nieve, sería harina para hacer pan, o sería el pesebre del niño Jesús? Pero resulta que el mismo Rajoy, antes de irse a la capital del reino, lo había frecuentado, ¡cuánto y cómo!, que el dónde lo conocen los gallegos: el parador de Cambados, diminuto, íntimo, precioso, con sus rosales y el trato campechano que dan a los clientes, el restaurante Casa Rosita, también de esa villa mágica que es Cambados, el de las puestas de sol que no hay en ningún otro lugar del mundo, o el de la mujer del Luis Falcón, Falconetti, tan capo como los de la extinta UCD, AP, conocidas a día de hoy como PP, junto al padrecito Iribarne y alcaldes y altísimos cargos de las mismas falanges, ¡en compañía del gentleman Marcial, eres el más grande! Y Vicente Otero Pérez, Terito*, el histórico contrabandista, también arousano y con excelentes relaciones políticas, había sido condecorado con la medalla, o insignia, de oro y brillantes de AP. Y años después, Rajoy estaba tan enamorado de uno de los barcos pesqueros de Os Caneos, una de las mayores organizaciones de narcotráfico dedicada a la introducción de cocaína en Europa, que el PP gallego arrancó cara a las elecciones europeas de 2009 con él a bordo, precisamente a bordo del Moropa.
En mi tierra ocurrió, y ocurre, pero condensado y a la vista de todos, aunque los más callen porque nacen aprendidos, lo que en el resto de la nación, y así, tampoco dejan de votar los muertos, es más, los muertos que votan son tan vivos que siempre votan derecha, PP. Tiene que ser que su dios, el dios del PP, es un experto desmenuzador y analista de sus programas y un experto en cuestiones gallegas. Creo en dios padre, creador de la droja y de los capos de la droja y del PP, desde antes de Iribarne, con Iribarne y después de Iribarne, con Feijóo, el pan nuestro de cada día dánoslo hoy, y si puedes, mañana. Según un informe policial que sacaron a la luz varios periódicos en septiembre de 2009, más del 52% de los gastos derivados del PP de Galicia en cuentas de empresas relacionadas con el caso Gürtel fue pactado en dinero negro entre 1996 y 1999, siendo por entonces Pablo Crespo el secretario de organización del partido. No olvidemos que el caso Naseiro se reveló por casualidad en el marco de una investigación de narcotráfico, lo cual llevó a invalidar las escuchas que probaban los delitos, ¡qué paradoja, o qué lógico, señoría! De momento, Laureano Oubiña, máximo exponente del tráfico de hachís en España, reconoció en una entrevista desde la cárcel -a Vanity Fair en su edición española- haber financiado a AP y a UCD; así que, allá, en los orígenes del PP, ya andaban los capos confundidos con los políticos, al punto de que, en ocasiones, la simbiosis era perfecta, los capos venían a ser políticos y los políticos eran capos. Una cosa como ahora mismo, vaya. De hecho, recuerdo cuantos capos ejercían de mecenas del pueblo, y uno, al leer en la prensa, se decía: ¡Qué buena gente es esta del PP!
La amistad entre Marcial Dorado, un pobre animalito, y Feijóo, ¿cómo cuajó? Si todos conocían mejor que la palma de la mano a Marcial, a qué se dedicaba, ¿con qué tuvo que taparse los oídos el Presidente de la Xunta Galega para que no le hubiera llegado el mínimo rumor? ¿Cómo pudieron mantenerse los siempre delicados lazos de la amistad? ¿Qué tenía en común un varón de treinta y tantos años, más o menos educadito, con su flamante carrera de Derecho, su puesto de trabajo estable y un futuro político más que prometedor, que ya le había echado el ojo más de un senil y menos senil pepero, con aquella pobre gente, un rapaz abandonado, llegado a saber de dónde, pero llegado a donde todos sabíamos? ¿De qué hablaban aquellos dos varones de las fotos con una diferencia de edad de once años, Feijóo en la treintena? ¿Y en qué lengua? ¿En castellano o en gallego? ¿Qué gallego, el de la Isla de Arousa? Tan cerrado, tan de la geada, tan de andar por la isla… ¿Hablaban por ventura de Castelao? ¿De leyes? ¿De política? ¿De la Ley d’Hont? ¿De la música del Barroco, de Quevedo, al menos de nuestra madre común Rosalía, adiós ríos, adiós fontes, adiós regatos pequenos? ¿De tías buenas? A saber de qué hablarían aquellos dos hombretones de extracción social tan distinta, no queda más remedio que imaginarlo, durante los prolongados paseos en el yate o en el barco de Marcial, en las largas y frecuentes visitas a su mansión, en los viajes familiares conjuntos. ¿Por qué me acudirán al recuerdo las charretas telefónicas, cariñosísimas, pelín coquetas, de la mujer de Francesc Camps, el molt honorable, hagan memoria, con el Bigotes, para agradecerle los ‘detallitos’ navideños para con sus hijos, para con ella misma? “Álvaro, te has pasado veinte pueblos”. “Dudo que para los de Oriente de esta noche haya más expectación e ilusión que para los tuyos que abriremos esta noche. Eres ideal, Alvaro”. Del antiguo vicepresidente del Xunta, Anxo Quintana, del BNG, también aparecieron unas fotos en 2009 a bordo del yate del empresario Jacinto Rey, y Núñez Feijóo exigió que el presidente gallego de entonces, el socialista Emilio Pérez Touriño, destituyera a Quintana de inmediato. Pero resulta que Jacinto Rey no tenía antecedentes penales, el narcotraficante Marcial Dorado, aunque se hubiera zafado de unas cuentas, andaba ya hasta el cuello. Cierto que Feijóo se movió en terrenos dudosos desde la infancia, que él nació y vivió, hasta que le llegó la hora universitaria en Santiago, en Os Peares, allá entre las provincias de Orense y Lugo; de forma que, esa su histórica pertenencia de su lugar de nacimiento a dos provincias a la vez hizo, y aún hace, imposible su municipalidad. Esa debe de ser la cuestión, que el haber nacido y vivido con un pie aquí y otro allí conduce a dudar de la identidad de uno.
Aunque Marcial Dorado terminó por dedicarse también a la droga -él, cuya manera de entender las cosas lo había limitado al tabaco en los inicios de la delincuencia-, si me viera obligada sin remedio a tener que elegir entre él y Feijóo, y tantos otros políticos, no lo dudaría un instante: Marcial, esa pobre bestia. Y hay un detalle más para que me hubiera decantado por él, quien, al parecer, y como la iglesia católica, también inscribía fincas a su nombre, en este caso, parcelas y casas pendientes de embargo, Robatierras, que lo llaman también: frente a esta otra tropa de impresentables, insaciables políticos capaces de, no solo negar a los amigos que hubo, sino de arramblar con personas, su pan, su escuela, sus hospitales, su derecho al trabajo, ciudades enteras con sus paisajes, no se le ocurrió a Marcial construir su casa a 20 metros del mar, llevándose por delante un enorme pinar con su chiringuito de madera -donde devorábamos sardinas asadas después del baño interminable-, casi en la playa, como construyeron ciertos elementos del PSOE edificios como contenedores, pero de apartamentos de 150 o más metros y con su piscinita cada uno de ellos, ¡tamaña palurdada! Todos esos, Feijóo y los demás, se alimentaron en la infancia como muchos habrían querido, ingirieron sus vitaminas y sus sales minerales, recibieron educación, aunque eclesiástica, ¡qué tendrá la iglesia católica, señora mía!, y en especial, gozaron de todas las posibilidades para poder llegar a ser personas sin haberlo lograrlo. No carecieron de nada. Marcial, de todo.
Xosé Manuel Beiras, portavoz del grupo Alternativa Galega de Esquerda (AGE) acaba de decir de Núñez Feijóo: «Debía ser un dos poucos cidadáns […] que non sabía quén era Marcial Dorado, nunha etapa na que o sabían perfectamente tódalas mulleres que organizaban a loita contra o narcotráfico». «É indispensable que compareza ante o pleno da Cámara», y que deje de comportarse como «un adolescente do Opus Dei que foi cachado nas patacas».
Notas.
1. En la lengua gallega oral de la mayor parte de las Rías Bajas, y no solo, se da la geada o gheada, admitida por la Real Academia Gallega. Consiste en pronunciar el fonema oclusivo velar sonoro ‘g’ como ‘j’, es decir, que el fonema ‘g’, que también existe en el sistema fonológico gallego, se realiza en el sonido de una casi jota castellana, de la que carece el sistema gallego, o bien como la hache aspirada inglesa.
2. Lura. Se trata de un calamar de tamaño medio, tirando a pequeño, pero que no es, al menos no en la isla, choco, jibia o sepia, que apenas se consumían en la cocina gallega, se despreciaban; ignoro si las cosas siguen igual, en tanto que en mi infancia, las navajas, por ejemplo, corrían la misma suerte, pero desde hace ya muchos años se consumen a la plancha, las medianas y en especial las pequeñas.
*Perfecto Conde, periodista y escritor gallego, en una entrevista en el diarioPúblico -09/04/2013- afirma: “Si hace veinte años paseases por Vilanova, A Illa o Vilagarcía de Arousa, no tardarías mucho en escuchar que Dorado era hijo natural de Vicente Otero (Terito), un cacique de la zona e histórico patriarca del contrabando de tabaco. Fue amigo personal de Manuel Fraga, y Alianza Popular (AP), lo que hoy es el PP, le dio una insignia de oro y brillantes.” Y añade: “Fuese o no su hijo, Marcial tuvo una juventud pobre y difícil. Trabajó muchos años como piloto en un barco de pasajeros, propiedad de una familia de A Illa, antes de empezar en el negocio del tabaco de la mano de Terito.”
Castelao.
Redada en Vilagarcía (Vilagarcía de Arousa, Vilanova de Arousa, la Illa de Arousa, Cambados y aun algo más vienen a ser un todo).
El País, 13 de junio de 1990: “El juez Garzón encarcela a los grandes jefes del narcotráfico.”
Me disculpo por el exceso. Soy gallega hasta la medula y cometí la torpeza de escribir sobre mi tierra. Y resultó el cuento de nunca acabar:
MULLER
Fuxan os ventos. Letra: Marica Campos. (Con traducción en youtube de muy dudosa reputación al inglés -que he desdeñado íntegra, dicho sea de paso- para un mi amigo que querría que esa lengua fuera la coiné de los europeos. Quien, no siendo gallego, le diera por escuchar y mirar, que no se pierda por nada del mundo el nombre del barco que tiene un niño en sus brazos)
Ai, meu gaiteriño,
inda me acordo
de cando baixabas polo monte abaixo
e viñasme ti dicindo:
Bota carne no pote, Marianiña,
bota carne no pote, Mariana,
un molete enteiro enservelletado,
unha bota de viño, e chupaená …
Muller, fartura de loita,
¿qué che hei decire eu, mullere?
Se ti és coma a terra nosa
i a terra coma ti é …
Deixeivos entrambas soias
anque convosco eu quedei
valeira quedou a terra
ti, sementada, abofé (bis)
E o vento decía
pronto hei de volver,
pra tira-la fame, pra poder comer (bis)
Ai, muller, cántas noitiñas
te deitaches coa tristura
e o vento frío traía
as novas dos que marmuran …
E o vento decía
pronto hei de volver …
RECITADO
Ti és o milagre da terra
i a terra é un milagre teu
mistura de mel e cerna
de fera e de anxo do ceo.
Pariches de pé o fillo
como fan no monte as bestas
E hoxe que volto vencido
para que eu venza, ti te deitas.
E o voltar, ¿qué che hei decir?
Maldito o día e a hora
en que vos deixei aquí
pra percurar vida fora!
¡O inverno da emigración
roubounos a primavera,
quén eu era, xa non son,
e ti non és a que eras!
¡Xa poden os leiros dar
colleitas ben abondosas,
poden en Madrid falar
con palabras ben fermosas,
que nunca, nunca nos han pagar
a nosa fame de outrora!
E o vento decía
pronto hei de volver,
pra tira-la fame,
pra poder comer …

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