Paco Bello
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Pongámonos serios, hay que cambiar de personajes, los que hay ya no son divertidos. Y no, no se está pidiendo a nadie que haga política ni que proponga algo modesto pero efectivo, con consecuencias directas, como por ejemplo lo que ha pedido Diego Cañamero (el único que parece saber qué es lo que quiere) con la supresión de los aforamientos, instando así a los diputados a posicionarse más allá de la palabrería hueca. Que no, que no, que no hace falta, porque no hay nada que hacer en ese sentido, es todo una comedia en la que los unos y los otros nos toman el pelo. Solo hay que pedir, apelando a los únicos derechos que aún se respetan esporádicamente y por intereses espurios –los del consumidor del mercado capitalista– que nos cambien los payasos por otros que innoven en los malabares y los chistes, que nos sorprendan y nos diviertan. Porque estos que nos ofrecen los productores del espectáculo ya dan más grima que risa. Siempre se pelean igual aunque cada día cambien de discurso y de principios; ya sabemos hacia qué lado van a caer cuando se dan esos guantazos dialécticos de pega y hasta las flores que se sacan de la manga están descoloridas y mohosas.
Aquí todos se mean sobre nuestras cabezas, pero si al menos el orín tuviera otro color y hedor no se haría tan monótono ir todo el día meados. Hay que salir a la calle a manifestarnos: ¡Queremos otros payasos! ¡Queremos nuevos chistes! ¡Queremos que algún mercenario del poder real sea sacrificado como chivo expiatorio y pase por la cárcel! Y ya que estamos en esas, que se empiece a emitir un Gran Hermano talego vip, con sus motines, sus reyertas carcelarias y sus pastillas de jabón.
No podemos pedir otra cosa, son malos tiempos para la sensatez. Aquí ni un solo político de primera línea o gran empresario responde penalmente por sus fechorías, porque las leyes se hacen cumplir únicamente en materia represiva y solo contra los que no tienen poder. E incluso la Constitución ha pasado a ser papel mojado no solo en lo de siempre, en lo que respecta a derechos del pueblo y obligaciones de los representantes políticos –del poder económico–, sino también incluso en aquello que parecía intocable porque aportaba una aparente consistencia al sistema. Hasta tal punto ya da todo igual que ahora cualquiera se permite contravenir la Carta Magna sin rubor y dejar en bragas a la monarquía y/o al Parlamento a la mínima de cambio, como por ejemplo en la pasada legislatura merced a un rebelde Rajoy o ahora mismo, que enmierdando a la tercera magistratura del Estado nos mantienen sumidos en un inexistente limbo reglamentario sin que alguien dé un puñetazo en la mesa y señale que se ha pervertido toda legalidad y que se acabó la función.
Hoy defiendo una cosa…
Y mañana sostengo justamente la contraria.
A quién le importa que toda esta broma macabra sea tan evidente si hasta las elecciones, el único y triste atisbo existente de democracia –cuyo recuento fraudulento o no, pero totalmente opaco, recae en manos de una empresa privada salpicada por casos de corrupción política– resultan solo un vistoso atrezo que disfraza de democracia a la oligarquía existente.
¿Bajo qué argumento íbamos a pedir algo más que nuevos payasos si hasta algunos de los efímeros representantes autodenominados ‘del cambio’, cuando asumen responsabilidades en la administración local, más allá de aplicar cuatro medidas cosméticas y de aprender a desvanecerse junto a sus reivindicaciones pasadas, se dedican a batir récords de pago de deuda, muy por encima de lo exigible, en lugar de paliar con lo poco disponible las muchas y urgentes carencias asistenciales existentes?
Es por todo esto y muchísimo más, que si no estamos dispuestos a salir a la calle a decir que ya está bien; si nos hemos acomodado, sectarizado o preferimos ponernos la venda en los ojos y no estamos dispuestos a cuestionar esta gran farsa, ¿qué podríamos pedir sino nuevos payasos? Al menos, aunque sonara a claudicación y a broma, esa aceptación implícita de la situación, ese nihilismo sarcástico, puede que ayudara y diera algo que pensar a alguna buena gente que ha sido devorada por la estructura de partido y las instituciones. Además es lo que mejor se nos adapta.
Oye, que si os animáis nosotros también nos apuntamos. Venga, al menos para que no se diga que nos han desmovilizado:
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