Por Henrique Mariño
Alguien pulsó el interruptor y, cuando la profesión se iluminó, la revista estaba allí. El nombre no podía ser más apropiado: Luzes. Alternaba los brazos de sus padres, Manuel Rivas y Xosé Manuel Pereiro, mientras el partero, Iago Martínez, espantaba al enjambre de vecinos que se había arremolinado ante la buena nueva. Había tanta felicidad en aquella estancia como cuando nace un niño en Os Ancares.
Galicia es la comunidad del estado con peor saldo vegetativo, por lo que entenderán lo que representa para nosotros un nacimiento como éste. La criatura no es blandita ni berrea. No pide teta sino lectores. Huele a tinta y se parece tanto a su padre como a su madre, ahí no hay discusión. En una tierra donde hay más muertes que bebés, cualquier nuevo medio de comunicación es recibido con los brazos abiertos, sobre todo si viene con un pan debajo. Pero la aparición de Luzes trasciende la crisis demográfica y las otras.
Este otoño no se estrenará cualquier publicación, sino una revista dirigida por dos de los mejores periodistas gallegos, secundados por uno de los relevos generacionales más sobresalientes. Rivas es el alma y Pereiro, la osamenta. Martínez, que ejercerá de coordinador, el músculo. Junto a ellos, firmas consagradas (Xurxo Lobato, Antón Losada, Vari Caramés o Manolo Barreiro) compartirán el centenar y pico de páginas con la prosa de nuestro nuevo periodismo (María Yáñez, Daniel Salgado o el propio Iago Martínez).
Habrá opinión y análisis, fotografía e ilustración, aunque lo trascendental del asunto reside en los textos de largo recorrido. Toma el testigo de la desaparecida sección cultural de la edición gallega de El País y, como recordarán los no tan viejos, de la vanguardista Luzes de Galiza, aquel soplo de libertad con formas de fanzine. La diferencia viene marcada, como decíamos, por la introducción del gran reportaje, que permitirá contar Galicia sin límite alguno. En gallego. La cosa promete: de tales palos, imagínense qué astilla.
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