David Torres
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El juicio al procés va camino de convertirse en una adaptación teatral de La crítica de la razón pura, de Kant, uno de los pocos libros, aparte de los míos, de los que hasta ahora no había película. A grandes rasgos, puede decirse que Kant se preguntaba por la naturaleza última de la realidad, una naturaleza sobre lo que varios de los fiscales y testigos presentes en el juicio todavía no se han puesto de acuerdo. La fiscalía ha dejado claro que sólo hubo dos heridos por la actuación policial del 1-O, una afirmación que choca frontalmente con los casi 900 civiles atendidos en los servicios sanitarios según fuentes de la Generalitat, con la lista de 39 policías y guardias civiles heridos proporcionada por el ministerio del Interior (que posteriormente se elevó a 431), y con la infinidad de fotos, videos e imágenes repetidas por la prensa nacional y mundial. Como se ve, la realidad ya no es lo que era.
Kant se preguntaba si la metafísica podía ser considerada una ciencia, pero el Tribunal Supremo va mucho más allá y se está cuestionando si toda la realidad no será ya metafísica. También hay quien empieza a cuestionarse si todo este tinglado, desde el encarcelamiento a la más que probable condena final de los acusados, no será, más que un proceso penal, un juicio sintético a priori, algo así como “dos y dos son cuatro” o “todos los catalanes son españoles, mal que les pese, además de tacaños”. Los vecinos de Könisberg ponían el reloj en hora cuando Kant salía a dar su paseo diario y los ciudadanos españoles aprendemos a distinguir términos como “rebelión”, “violación” o “violencia” gracias a estas vistosas cabalgatas de la justicia.
Uno de los momentos trascendentales de La crítica de la razón purallega cuando Kant precisa las categorías de fenómeno y noúmeno, que aluden respectivamente a la parte sensible de un objeto y al núcleo esencial que queda más allá del alcance de los sentidos. Las declaraciones del ex Delegado del Gobierno en Cataluña, Josep Enric Millo, inciden en esta apasionante cuestión al dar la vuelta a la tortilla y asegurar que él no vio ciudadanos catalanes heridos por las cargas policiales sino numerosos agentes antidisturbios contusionados y heridos por la incontrolable violencia ciudadana. El noúmeno hizo su aparición en la sala mediante su escalofriante testimonio de “un chaleco antibalas rajado de extremo a extremo”, lo cual, según él, “no se puede hacer con una uña”. No especificó si los vándalos habían destripado también el kevlar, el material irrompible con que se hacen los chalecos antibalas, ni la técnica que utilizaron para conseguirlo. ¿Un cuchillo jamonero? ¿Poder mental? ¿Una butifarra?
El fenómeno de ver a nuestras imponentes y pretorianas fuerzas de seguridad transformadas en niñitas indefensas a merced de siete energúmenos y cuatro viejas quedó patentemente demostrado cuando Millo explicó “la trampa del Fairy”, una táctica de guerrilla tan insidiosa que ni siquiera aparece en los informes policiales del 1-O. Consiste en verter un chorro de lavavajillas en el suelo para que los fornidos antidisturbios resbalen y se peguen costalazos como en los mejores gags de cine mudo. Con una sola gota de Fairy concentrado pueden caer hasta quince policías. Chúpate ésa, Buster Keaton.
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