Alejandro de los Santos
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Sentimos desilusionar a las miles de visitas que se encontrarán con el siguiente artículo, pues está bastante lejos de servir como guía de películas porno africanas. Desde la publicación en afribuku del texto sobre el mito del sexo sobredimensionado de los negros en 2013, un buen puñado de usuarios ha descubierto un análisis que poco debe interesar a quien busca términos en Google como “hombres negros de churos grandes”, “sexo de negros con animales”,”negrito y blanca sexo”. Lamentamos interrumpir su propósito, pero esto va de otra cosa. De porno, sí. Y, ¿para qué hablar de porno? Hasta hace relativamente poco, reflexionar sobre la industria del porno escandalizaba a más de uno, incluso en el ámbito académico, y sin embargo, es una materia que alcanza unos índices de adhesión descomunales en plena era de la información. Se sabe que un 12% de las páginas de Internet son de contenido sexual explícito y que es la segunda industria del entretenimiento con mayor facturación por detrás de los videojuegos y muy por delante del cine o de la música. Según la mayor encuesta sobre el consumo de pornografía a nivel internacional que se ha realizado hasta el momento, uno de cada tres hombres consume porno a diario y una de cada cuatro mujeres se expone a estos contenidos todas las semanas. A pesar de las gigantescas cifras de exposición, los estudios profundos sobre el porno en el mundo occidental son exiguos y en África casi brillan por su ausencia.
Es imposible hacer un recuento exhaustivo de la producción pornográfica africana u occidental en África, pues desde los últimos años cualquier usuario de un teléfono móvil con cámara puede grabar y subir un vídeo a cualquier plataforma de visualización gratuita. De hecho, la gran mayoría del porno africano es de calidad amateur y casi se pueden contar con los dedos las producciones con guion, actores e implicación financiera. Al observar con atención las películas de mayor envergadura presupuestaria, podremos hacernos una idea de la representación de África que más despierta el deseo sexual de un público, que como ocurre en general en el mundo del porno es masculino, occidental y heterosexual, tal y como critica la actriz porno española Amarna Miller en una entrevista de la revista Jot Down.
Cabe diferenciar dos universos casi paralelos entre producciones occidentales y locales. Los directores extranjeros percuten una y otra vez en los mismos argumentos preconcebidos que han empapado el imaginario occidental a lo largo de los siglos: África territorio primitivo y salvaje abierto de par en par a los apetitos del extranjero. En contrapartida, la relación de los africanos con el porno fluctúa entre el rechazo firme por la supuesta inmoralidad de su propósito, que alcanza el extremo de la prohibición en un cuarto de los Estados africanos, y el interés velado de medio continente que se asoma cada vez más a los portales de visionado online gratuito. Aunque como veremos más adelante, la definición de pornografía no siempre es entendida del mismo modo por todo el mundo y su uso ha sido desvirtuado en ocasiones para condenar a activistas o ciudadanos que se salen de la norma.
La vuelta a la tribu y el safari sexual
Al igual que para Hollywood, África ha sido para la industria del porno un escenario recurrente para la construcción de fantasías amorosas cautivadoras. Si en Mogambo de John Ford, África era el decorado perfecto para el trío amoroso entre Clark Gable, Grace Kelly y Ava Gardner, en la mayoría de las películas porno occidentales cuya trama se desarrolla en África, el continente negro es el paisaje perfecto donde recrear las aventuras extravagantes de los antiguos exploradores y viajeros. En efecto, si hacemos un breve barrido en Google, el safari sexual en plena naturaleza exótica por África es el planteamiento que más se repite. Escenas que nos trasladan a un territorio tribal donde lo humano casi se confunde con el mundo animal. La búsqueda desesperada del frenesí en un mundo alejado de la civilización donde todo es posible, un hábitat desacomplejado y fuera de contexto donde todo es posible. Como sucede en la película Africa Rising de Heatwave (1997), que abre su primera escena con un norteamericano armado vestido de camuflaje que entre los matorrales de la sabana divisa a una joven africana huyendo de un cocodrilo. El hombre la abraza y ahí, sin más, se inicia la escena amorosa. En otra escena, un africano sale de una choza a ritmo de tambores y con torpes danzas tribales posee a una extranjera atada a un árbol, como si fuera el preludio de una muerte caníbal. Es especialmente esclarecedor el argumento de la película Africa Erotica de Louis Soulanes (1970), traducida al español como Jungla erótica: “Jóvenes mujeres tienen aventuras en la selva africana… donde son acosadas por hombres amables y animales salvajes”. Y a juzgar por el cartel del film, no hace falta explicar mucho más.
La representación del safari más abominable y nauseabunda es obra de la producción alemana de bajo coste Safarisex, en la cual las mujeres africanas son tratadas como auténticos animales. Un grupo de hombres viaja a Sudáfrica y toma por rehenes a jóvenes locales a las cuales maltratan manifiestamente atándolas por los pezones con cadenas de hierro, golpeándolas o agarrándolas por el cuello. El machismo, la atrocidad de las escenas y la explotación de las chicas que desprenden las imágenes son escalofriantes. Los responsables deberían ser denunciados y los vídeos tendrían que ser retirados inmediatamente de Internet. Las grabaciones han sido reproducidas cientos de miles de veces y algunos usuarios no dudan en atacar a los autores en la sección de comentarios acusándolos de nazis y o racistas. Aunque no todo el mundo comparte la misma opinión y hay quien parece excitarse con las escenas: “Sexy nice” o “me gusta”, escriben dos usuarios. Si navegamos un poco más por la red podremos encontrar un portal llamado African Sex Slaves (Esclavas sexuales africanas) que reúne vídeos de pago que recuerdan más a 12 años de esclavitud que a la película de John Ford citada más arriba. Una forma degradante y enfermiza de humillar la integridad física femenina.
Fuera del género pornográfico una de las películas relacionadas con África más polémicas de los últimos años ha sido Paradise: Love del director austríaco Ulrich Siedel. Grupos de mujeres entradas en los sesenta viajan de vacaciones a la costa de Kenia de vacaciones a la caza y captura de aventuras sexuales fáciles con jóvenes africanos. Las escenas son largas y bastante explícitas, y la obra tiene la virtud de aproximarse a una realidad sórdida pero que se presenta de forma frontal, despojada de cualquier victimismo barato. Tras su estreno en el Festival de Cannes en 2012, la crítica no tuvo ningún pudor en tacharla de obscena y escabrosa. Carlos Boyero afirmó que la obra induce “un sentimiento de asco físico y mental en el espectador”. Lo que muchos repudian en un largometraje de ficción no recomendado para menores de 18 años, es una reproducción a todo color de los mecanismos del turismo sexual en diversos puntos geográficos del continente africano. Asimismo, este argumento del road trip o viaje sexual por África se encuentra en el centro de las producciones pornográficas occidentales en África: la recreación de la fantasía de poner un pie en el “continente negro” y conquistar a quien se ponga por delante.
Un ejemplo claro de ello son los vídeos de African Fuck Tour. Un joven viajero occidental recorre África subsahariana y se graba a sí mismo manteniendo relaciones sexuales con diferentes mujeres africanas. En la imagen de fondo de la página web se aprecian fotografías del pasaporte del autor llenas de sellos de los diferentes países por donde ha pasado, en una demostración de buen conocedor del continente y de sus mujeres, a quienes describe en los siguientes términos: “Grandes tetas negras, culo negro redondo, adolescentes de ébano y chicas negras de todos los tamaños y formas que muestran en qué consiste el sexo africano”. De entrada el reclamo con el que pretende llamarnos la atención es con el color de la piel de las jóvenes, que se repite en cuatro ocasiones en una misma frase, si contamos el eufemismo “ébano”. Esto nos recuerda los datos del portal Pornhub de 2015 sobre hábitos de consumo del porno: el décimo término más buscado en todo el mundo fue “black” (negro). La misma obsesión patológica con el color negro que en su día criticó Chinua Achebe en su ensayo sobre El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, en la que arremete contra el británico por la obstinación que tenía con la raza negra: “Una figura negra se levantó, dando zancadas con largas piernas negras y agitando brazos largos y negros”. Nos permitimos imitar la ironía del escritor nigeriano y retomamos la frase del autor de la web: “¡Como si pudiéramos esperar unas grandes tetas y un culo blanco redondo!”.
Al mismo corazón de las tinieblas creen viajar unas jóvenes refinadas para conocer de cerca las costumbres y tradiciones de los masáis en la serie japonesa Naked Continent. Unas niponas se inmiscuyen en una tribu y en el intento de mostrarse más integradas en el ambiente, deciden prescindir del sujetador para estar a la misma altura que las africanas que afloran en la escena. En los momentos de intimidad se apartan de la vida comunitaria con jóvenes masáis vestidos con atuendos tradicionales y, tras las repetidas muestras de sorpresa al descubrir los atributos del amante, mantienen relaciones sexuales en plena naturaleza. La imagen de África que se proyecta en este caso remite al mundo primitivo desposeído de tabúes, a pesar de que en todas las películas de esta colección las partes íntimas quedan camufladas con un parche borroso. Natural High, la empresa de producción de la serie, atormentada de remordimientos de consciencia y angustiada por la pobreza en la región de Kenia donde habían rodado, al acabar el rodaje entregó 10.000 dólares a una organización de la zona y decidieron donar 10 dólares por cada copia vendida de las películas. No hay nada como una buena acción humanitaria…
El calco más flagrante del turismo sexual en el norte de África es una producción de cine porno gay francesa. Tunisian Holiday es fiel a la dinámica de los occidentales que viajan cada verano al encuentro de jóvenes tunecinos que cada verano se agolpan en las playas de Hammamet, Djerba o Sousse con la intención de ligar con algún occidental a cambio de dinero o de un “passeport rouge” (pasaporte europeo). A principios de los 90, cuando Túnez se abría al turismo, el director de cine Nouri Bouzid denunciaría en la película Bezness, nombre que deriva de la palabra business (negocio) en inglés y como se conoce a nivel popular esta práctica, el crecimiento galopante del turismo sexual masculino en un país donde “la belleza masculina es una de las grandes riquezas”, tal y como afirma uno de los personajes de la obra. Un contexto en el que los viajeros franceses sienten el morbo de tocar un fruto prohibido por la religión y de trasvasar los muros de la legalidad en un país que donde la homosexualidad sigue siendo ilegal.
África, entre la hipocresía y la reapropiación de las narrativas
En una entrevista de la revista francófona Jeune Afrique a la mayor estrella africana del cine porno a escala internacional, el togolés Joachim Kessef declaró que le gustaría producir “contenidos light” 100% africanos “para mover las barreras de la hipocresía”. Lo dice quien ha actuado en más de 2.000 películas de sexo explícito, que se ve obligado a ocultar su profesión en su país de origen pues no se tolerarían algunas de sus actuaciones. La publicación de esta noticia en la página de Facebook de la revista desencadenó 621 comentarios que en gran parte se quejan de la banalidad de la información y por otra parte se extraen informaciones como “no es digno de ser hijo de África”, “¿queréis alentar que los hijos de África se hagan pornográficos?” o “¿no habéis encontrado otra forma mejor de humillar a Togo?”. El porno sigue siendo un tabú no siempre comprendido por una mayoría en un continente donde es considerado ilegal y duramente castigado en 13 países.
Se puede comprender que la moralidad de un país determinado no encaje con ciertos contenidos que puedan ir en contra de la idiosincrasia nacional. Con todo, existe una distancia abismal entre lo que queda manifiesto en el ámbito de lo público y las revelaciones de las estadísticas de Google y de algunos portales de contenido pornográfico. Nigeria es un caso paradigmático en este sentido. Hace unos años, varios directores de Nollywood, la industria de películas amateur de Nigeria, anunciaron una nueva era de producciones pornográficas nigerianas. Tal y como critica la bloguera Cosmic Yoruba en el artículo Sex, Nollywood and Nigerian hypocrisy, esa serie de películas contiene escenas de sexo pero están muy lejos de considerarse pornográficas pues se prescinde de las imágenes explícitas que caracterizan a este género. Son simplemente secuencias donde el sexo aparece de forma más evidente, como en tantas otras producciones de Hollywood con las que el público está completamente familiarizado. El hecho de que sean Made in Nigeria y narren situaciones cotidianas ha acarreado el enfurecimiento de parte de una sociedad que, en palabras de la autora, mantiene “una actitud esquizofrénica con respecto al sexo”, a pesar de que es el primer país africano en visualizaciones de vídeos porno en Internet y que según la autora se posiciona en quinto lugar a nivel mundial en la búsquedas en Google de porno gay.
En el norte de África, exceptuando Túnez, la pornografía es ilegal en el resto de países. Aunque según datos ofrecidos por Google, Egipto es el segundo país del mundo que más términos busca relacionados con el porno en Internet y Marruecos el quinto. Y en toda la franja septentrional la palabra que más veces se introduce en la barra de búsqueda es “sexo árabe”. En unas sociedades con una fuerte represión sexual provocada por los convencionalismos religiosos y sociales, y una falta de educación sentimental inquietante, no es de extrañar que los usuarios busquen contenidos que les hagan fantasear con situaciones más cercanas a su realidad, escenas que se podrían dar a la vuelta de la esquina y que se les es negada. Y efectivamente, no nos consta la existencia de producciones pornográficas propias, a pesar de ser este un adjetivo que se utiliza muy a menudo cuando se estrena alguna película que toca algún aspecto relacionado con la sexualidad. El clásico tunecino Halfaouine de Férid Boughedir es todavía recordado por algunos tunecinos como un “film érotique”, por el mero hecho de mostrar los primeros deseos sexuales de un preadolescente al ver a mujeres aseándose en un hamam. En Marruecos el pasado año saltó la polémica por el estreno de la película Much Loved del director marroquí Nabil Ayouch en el Festival de Cannes por poner en imágenes los senderos más oscuros de la prostitución en Marrakech. Acusada de “pornografía” por varios sectores de la sociedad y prohibida por el Ministerio de las Comunicaciones, el revuelo de la película ha sido tal que la actriz principal, Lobna Abidar, tuvo que salir corriendo del país tras ser agredida en la calle y ser posteriormente ignorada por la policía marroquí. Si bien el director se recrea en las tomas más explícitas con un sensacionalismo que aleja la obra del supuesto propósito de abrir debate, el film de Ayouch no tiene nada de pornográfico.
Aunque la interpretación más interesada y manipuladora del término se ha producido en países donde la pornografía es asunto vetado y sirve como pretexto para condenar a alguien que denuncia algún mal interno o entra en conflicto con la moral local. Uno de los casos más alarmantes fue el de la periodista Chansa Kabwela, redactora en jefe del periódico The Post, que envió a las autoridades de Zambia una fotografía de una mujer dando a luz en la calle para evidenciar las condiciones sanitarias del país y fue encarcelada por “puesta en circulación de imágenes pornográficas”. Tras la presión de algunas asociaciones en favor del cumplimiento de los derechos humanos quedó absuelta de las acusaciones. La misma suerte corrió la artista de pop ugandesa Jemimah Kansiime (foto de portada a la derecha), recluida por grabar un vídeo en tanga que fue tachado de pornografía.
Jacky Kapo, director camerunés, es uno de los pocos africanos que se atreve a hacer porno sin ningún tipo de tapujos. Si bien hay que decir que el llamado “rey del porno africano” fundó su empresa de producción en París y ha rodado parte de sus obras en Francia. En un continente en el que el porno no es bien acogido, sus películas se distribuyen sobre todo en Francia y se dirigen principalmente a un público occidental. En la línea de las filmaciones occidentales en África, Jacky Kapo es autor de una serie conocida como Africa X Sauvage (África X Salvaje), en la que capta a varios africanos manteniendo relaciones sexuales en espacios naturales y en lugares inverosímiles como en lo alto de un árbol. De nuevo el africano salvaje cercano al animal, expreso en el propio título de la cinta, aunque esta vez el estereotipo primitivista es reproducido por un africano. Otra de sus creaciones más exitosas es “Jacky Kapo piège les touristes” (Jacky Kapo engaña a las turistas), cuyo hilo argumental reside en el engaño de turistas blancas que viajan a África de vacaciones. En este caso hay una inversión de los roles en relación a las películas extranjeras y es el africano quien toma la sartén por el mango, mostrando el mito de la blanca extranjera como presa fácil. El mismo esquema que desarrolla Franz Fanon sobre las relaciones interraciales en las que las mujeres blancas se dejan seducir casi sin oposición, a semejanza de la actitud laxa de Desdémona ante los encantos de Otelo en la obra de Shakespeare.
Sudáfrica es uno de los casos más polémicos y contradictorios ligados al género del porno. De acuerdo con un artículo de la célebre revista francesa Les Inrocks, algunos sondeos indican que la mayoría de la población sudafricana se opone a la pornografía y el ministro del interior, Malusi Gigaba, llegó a proponer un proyecto de ley que obligase a las operadoras telefónicas a bloquear todo contenido pornográfico. Aunque el porno a día de hoy sigue siendo legal. Y no sólo. Sudáfrica es el décimo país con mayor paridad entre hombres y mujeres en el acceso a vídeos pornográficos, por encima de España, Noruega o Estados Unidos, según datos de Pornhub. En lo que se refiere a las creaciones locales, Sudáfrica también ha sufrido el traspié de la segregación racial y la mayoría de la producción pornográfica está en manos de la población minoritaria blanca, al igual que una gran proporción del sector audiovisual en general. Desde los años 80, únicamente una película porno mezcló a actores negros y blancos, y tan solo en el año 2010 llegó a las pantallas la primera propuesta pornográfica nacional cuyo casting estaba formado exclusivamente por negros. Mapona funcionó además como proyecto de sensibilización sobre los riesgos de no usar el preservativo en uno de los países más contaminados por el virus del sida. Según el propio productor, Tau Morena, fue una forma de quebrar ciertos estereotipos sobre los negros en Sudáfrica de personas irresponsables, culpables de la expansión de la enfermedad.
También en 2010 se estrenó la primera película del género en afrikáans, Kwaai Naai del director Johann Greeff. La trama versaba sobre un ama de casa que es infiel cuando su marido sale de casa con el jardinero. Un planteamiento a priori estereotipado y manido dentro del porno, con la diferencia de que el que cuida el césped y los rosales es otro afrikáners, algo insólito en un sector de la población sudafricana acostumbrada a que ese tipo de trabajos los hagan los negros. Greeff recibió cuatro o cinco amenazas de muerte por la película y le supuso la ruptura con parte de la familia. La película se convirtió rápidamente en la segunda obra de cine para adultos más vendida de Sudáfrica. Y el director se siente orgulloso y explica sus razones: “He cubierto un vacío en el mercado. He ayudado a la gente. ¿Por qué el porno debería estar destinado solo a aquellos que hablan inglés?”.
Esta misma idea de la auto-representación, la de querer ver escenas de sexo de tu mismo entorno, se repite en palabras de Greeff, en los contenidos adaptados a la moral de los africanos que le gustaría hacer a Joaquim Kessef o en las búsquedas de los norteafricanos en Google. Es exactamente el mismo sentimiento que motiva a mujeres profesionales del sector como Amarna Miller a lanzarse a crear contenidos adaptados a la sensibilidad femenina y cuestionar un modelo narrativo de dominación masculina. Es comprensible que alguien de Ciudad del Cabo, Luanda o Dakar se sienta más atraído por escenas en las que de cierta forma se sientan reflejados por películas que los traten como salvajes. Toca asumir que el porno es una realidad cotidiana de las poblaciones urbanas de todo el planeta y, por supuesto, de África. Datos como los ofrecidos por Pornhub que señalan que en el período de 2014 a 2015 el país que mayor crecimiento registra en el acceso a vídeos pornográficos a través del móvil a escala internacional ha sido Etiopía, hablan por sí solos. ¿Tal malo sería que un etíope decidiera rodar una película para adultos siguiendo su propia sensibilidad? Asimismo, el cine para adultos tiene la capacidad de influir sobre los comportamientos sexuales del público y sobre el imaginario de las personas. Al igual que Mapona surge como forma de autoafirmación ante un panorama excluyente y racista en Sudáfrica, la existencia de obras creadas a la manera local pondría en entredicho los esquemas de un modelo imperante caracterizado por la degradación de la mujer, la animalización de los africanos y el embrutecimiento de los negros en general. Y ya va siendo hora.
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