La atención que el feminismo presta a la sexualidad y al
deseo no ha sido siempre de la misma intensidad durante los últimos cuarenta
años y, a juzgar por el interés que el tema despierta hoy en día, parece que
hay ganas y necesidad de que hablemos bastante más de ello.
Clara Serra Sánchez
http://www.pikaramagazine.com/
“El problema que plantea
el porno reside en el modo
en el que golpea el
ángulo muerto de la razón”.
Virginie Despentes,
Teoría King Kong
El pasado 31 de mayo La Morada de Madrid, sede cultural de
Podemos, organizó el debate “Sexo, porno y feminismo” invitando a mi compañera
Beatriz Gimeno, a la actriz porno Amarna Miller y a mí misma a charlar sobre el
asunto. Dos horas antes de la charla ya había gente en La Morada y a las siete,
hora del comienzo, tuvimos que pedir disculpas a las muchas decenas de personas
que no pudieron entrar por falta de aforo. El debate sobre la pornografía ha
ocupado a las feministas desde los años 80 y desde entonces se han dedicado
kilos de páginas a pensar sobre ello.
Desde mi propia experiencia como feminista diría que me han
faltado referentes feministas dedicados a abordar este problema, y no tanto en
el mundo militante y activista, sino sobre todo en el ámbito del feminismo
académico. Siempre me ha parecido que el deseo y sus vericuetos, especialmente
el deseo constituido en un mundo de relaciones de poder patriarcales, era una
excelente ocasión para considerar algunas de las problemáticas principales que
la Academia debe pensar en la época contemporánea. Cuando se revisan autores de
la filosofía de las últimas décadas que se hayan dedicado a pensar el deseo una
se encuentra fundamentalmente con nombres masculinos, como de costumbre. Y no
es que Deleuze o Derrida no sean o puedan ser feministas, pero creo que el
patriarcado en toda su crudeza es el más difícil de todos los contextos –y por
ello el más interesante– para pensar bien en el deseo y en toda la problemática
política que el deseo comporta. Y esa crudeza la he encontrado más en la
literatura erótica o en Teoría King Kong que en los ensayos canónicos.
Virginie Despentes escribía en Teoría King Kong: “La
fantasía de la violación existe. La fantasía sexual. […] La idea de ser
entregada, forzada, obligada era una fascinación mórbida para la niña que yo
era entonces. Después esas fantasías me acompañan. Estoy segura de que son
muchas las mujeres que prefieren masturbarse fingiendo que eso no les interesa,
antes de saber lo que les excita. No todas somos iguales, pero no soy la única.
Esas fantasías de violación, de ser tomada por la fuerza, en condiciones más o
menos brutales, que yo declino a lo largo de mi vida masturbatoria, no me
vienen out of the blue: “Se trata de un dispositivo cultural omnipresente y
preciso, que predestina la sexualidad de las mujeres a gozar de su propia
impotencia”. Esta no es una mirada acrítica sobre la pornografía y sus
imaginarios, sino todo lo contrario. Estas páginas se han escrito con la
voluntad decidida de pensar hasta el final y en toda su dificultad las
contradicciones que nos encontramos cuando nos asomamos a la construcción del
deseo en condiciones patriarcales. Una dificultad que se elude cada vez que
consideramos que la pornografía no tiene nada que ver con el deseo femenino,
que el porno es para hombres y que a las mujeres no nos gusta el sexo con
humillación y violencia. Si eso fuera así, el problema sería bastante más
sencillo, pero me temo que eso es nada más que esquivar acríticamente la
dificultad del asunto.
Virginie Despentes lo aborda de lleno. Ella sabe que sus
deseos, nuestros deseos, –y no los de todas las mujeres del mismo modo–, son resultado
de los dispositivos patriarcales que han troquelado nuestra identidad. Lo dice
una autora que unas páginas antes ha contado su propia violación como la
experiencia más desgarradora y destructiva de su vida, lo dice una que ha
vivido en sus propias carnes la bestialidad de la sexualidad patriarcal. Y, sin
embargo, justamente desde la plena consciencia de que el patriarcado nos
configura, se enfrenta al problema del porno, de la sexualidad y del deseo, con
la convicción de que la solución no pasa por decretar, proponer o querer otros
deseos para las mujeres que acaso pudieran disfrutar con la pornografía.
Una postura crítica con el porno no es la que afirma que el
porno es indeseable e indeseado por las mujeres. Quizás nos quedaríamos más
tranquilas con nosotras mismas diciendo que no nos gusta el porno, que ninguna
mujer disfruta con ello y menos aun una feminista. Pero yo no llamaría a eso un
enfoque crítico del problema. En realidad me parece enormemente ingenuo suponer
que hemos sido inmunes al patriarcado y a su poder de configurar nuestra
sexualidad, que los roles patriarcales nos han resbalado por una piel
impermeable y que la sexualidad masculina nos violenta cuando vemos
pornografía, pero nos violenta desde fuera, porque nunca nos ha calado dentro.
Nos quedaríamos más tranquilas suponiendo que la violencia y la humillación
forman parte de lo que los hombres de la industria pornográfica hacen para
ellos mismos, para los hombres, y que más allá del porno, las mujeres no
queremos un sexo donde aparezca violencia, dominación, humillación o donde
seamos objetos.
El problema es que el deseo es ese punto ciego de la razón
que siempre se encuentra constituido y moldeado por las relaciones de poder que
preceden a los sujetos. El liberalismo construyó su proyecto teórico sobre la
premisa de un sujeto hiperracional que se autoconstituye con plena
transparencia y voluntad soberana. Pero frente a esa pretensión liberal y
masculina, la filosofía contemporánea vino a recordar que los sujetos, todos
ellos, están constituidos por mecanismos ajenos a su decisión y su voluntad y
que ninguna teoría política que obviara este escollo sería un proyecto
verosímil. En esa crítica a la Modernidad han sido fundamentales la crítica
feminista y los y las teóricas del deseo, que, empezando por Freud, nos
obligaron a pensar que hay lugares oscuros e inaccesibles que no pueden ser
racionalmente edificados. El deseo es juntamente eso que no se decide y que, si
se decide, se arruina por el camino. Para nosotras las feministas esto se
plantea especialmente problemático, puesto que sabemos que esas relaciones de
poder que imperan en el mundo son patriarcales y, por tanto, nos vemos en la
aporía de reconocernos a nosotras mismas construidas por “el enemigo”.
La pregunta se plantea, entonces, a partir de esta
consciencia, la de saber que no nos hacemos a nosotras mismas, que no elegimos
nuestros deseos. Si ninguna de nosotras, tampoco nosotras, las feministas,
podemos decidir qué deseamos ¿cuál sería, estando en esta encrucijada, una propuesta
emancipatoria?
A veces vemos una salida del túnel cuando nos fijamos en las
prácticas sexuales no normativas. Cuando decimos vale a que haya humillación,
sadomasoquismo y violencia consensuada, pero siempre y cuando se haga rompiendo
la normatividad, por ejemplo la heteronormatividad. Aceptamos las prácticas
sexuales perversas, la escenificación de los roles de poder, solamente si son
sujetos no normativos quienes las practican, si son sujetos marginales. La
escena que nos provocaría rechazo en el caso de estar protagonizada por una
mujer heterosexual en una película porno mainstream, nos resulta subversiva si
la protagoniza una mujer trans, un cuerpo fuera de los cánones de belleza o una
persona con diversidad funcional. No nos negamos a que exista humillación o
dominación en el postporno porque le exigimos que sea revolucionario, que lleve
lo marginal a escena y visibilice a los sujetos que Butler llama “abyectos”.
Creo que esta tarea, la de introducir la pluralidad, es
fundamental para combatir una industria pornográfica hecha por hombres que
tiende a homogeneizar los contenidos y deja de mostrar fantasías posibles.
Multiplicar los contenidos de la pornografía es imprescindible para poder dar
la oportunidad a todas las personas de ver representados sus deseos y para poder
mirar críticamente a una industria monopolizada por hombres blancos
heterosexuales al mando de uno de los negocios más lucrativos del mundo. Una de
las tareas es la de pensar cómo hacer posibles las condiciones materiales en
las que se puedan multiplicar los sujetos que hacen porno y, por tanto, los
contenidos pornográficos, para que exista porno hecho por y para todas.
Ahora bien, reconociendo que la defensa de la pluralidad en
la pornografía es una tarea feminista, creo que es importante decir que no lo
es ninguna distinción entre un porno mainstream y un porno “feminista”. No
estoy de acuerdo con la defensa de un porno que sería de suyo subversivo, ni
siquiera con la exigencia a la pornografía de que para tener nuestro
consentimiento tenga que llevar a cabo una intervención política. Y esta es una
de las paradojas en las que cae el postporno, que es un discurso político más
que interesante para reflexionar, pero es algo radicalmente diferente a la
pornografía, ya sea en su formato audiovisual, escrita o dibujada. Si la
pornografía excita lo hace porque apela a ese lugar oscuro que está previamente
construido y que no puede ser explicitado. Dice Despentes que “el problema que
plantea el porno reside en el modo en el que golpea el ángulo muerto de la razón.
Se dirige directamente al centro de las fantasías, sin pasar por la palabra ni
por la reflexión. Primero no empapamos o mojamos, después nos preguntamos por
qué”. Un postporno que pretenda autogestionar nuestros deseos se verá
irremediablemente conducido a la imposibilidad de activar nuestros deseos. Sin
duda, es un discurso político y, como tal, puede ser un discurso subversivo.
Pero siempre me acaba pareciendo algo más parecido a una instalación de un
museo de arte contemporáneo –con lo minoritario y culturalmente elitista que
puede ser eso– que a algo capaz de excitarnos. Porque creo que no hay deseo
autoconstituido, creo que no hay una sexualidad autogestionada y desconfío de
una concepción extremadamente racionalista y liberal que late en la voluntad de
decidir políticamente sobre nuestros deseos.
Por eso, porque creo que el discurso político sobre el porno
–incluyendo el postporno– no es porno, tendría mucho cuidado con hacer una
distinción por la cual las feministas debemos impugnar el porno y quedarnos con
el postporno. Básicamente porque me parece que eso es quedarnos sin
pornografía. Y hay algo políticamente subversivo en el placer y la afirmación
del deseo femenino que podría quedar arruinado por el camino.
Hace falta pornografía plural, para todos los sujetos y
todos sus deseos, pero dentro de esa pluralidad deben estar también
representados los deseos de las mujeres heterosexuales que disfruten siendo
objetos en una relación sexual, los deseos de las mujeres que sean masoquistas
o los de las mujeres que tengan como fantasía ser compartida por varios
hombres. No creo que sea una vía emancipatoria ni feminista aquella que condene
los deseos de tantas mujeres configuradas en coordenadas patriarcales. No veo
que la vía de solución pueda ser la de tratar de disfrutar con un postporno que
no interacciona con el deseo realmente existente. No entiendo que todas las
mujeres tengan que esforzarse –en vano- por disfrutar con pornografía que da
carta blanca a las perversiones sexuales siempre y cuando no sean
heterosexuales o no sean coitocéntricas.
Creo que haríamos un pésimo negocio feminista apuntalando
uno de los pilares del régimen patriarcal, que es la autocensura y la
culpabilidad de las mujeres con respecto a su sexualidad activa. Cuando
defendemos la libertad sexual de las mujeres lo hacemos en guerra contra un
sistema patriarcal que siempre y en toda sociedad ha tratado de censurar,
impedir o mutilar el placer femenino, que ha arrancado los genitales, ha
santificado la virginidad y ha perseguido la promiscuidad femenina como
enemigos del mantenimiento del orden. En el disfrute sexual individual de cada
una de las mujeres, el de las mujeres lesbianas y las mujeres trans, el de las
que desean sodomizar en vez de ser sodomizadas pero también en el disfrute de
las mujeres que sí disfrutan dentro de su papel de objeto, hay una sacudida
brutal de las relaciones de poder. En la libertad sexual de cada una de
nosotras hay un significado político colectivo. Hay, por tanto, una tarea
feminista, la de ser las mujeres, todas y cada una de nosotras, construidas
todas por el poder y sus normas, sujetos activos que afirman su placer y lo
defienden. Pensemos el porno dentro de esa tarea. Cambiemos el mundo y sus
relaciones, combatamos el monopolio masculino y hagámosle la guerra al
patriarcado en todos sus frentes –también en el del monopolio de una
industria–, pero no renunciemos por el camino a nuestro placer sexual, no
paguemos ese precio, no sacrifiquemos nuestras fantasías en nombre del
feminismo, no nos sintamos culpables por nuestros deseos. Afirmemos que somos
sujetos, también sujetos sexuales. Digamos al patriarcado lo que nunca ha
querido oír, que a pesar de vivir aun bajo sus reglas y sus normas podemos, no
obstante, ser dueñas de nuestro placer. No seamos aliadas del orden en la
impugnación de nuestro deseo, seamos aliadas de nuestros deseos contra el
orden.
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