David Torres
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El sábado la Comisión Federal del PSOE empezó con un poco de retraso. Con unos treinta y tantos años de retraso. Parecía un ataque de democracia interna pero lo que había detrás era una simple cuestión de poder, un problema sucesorio agravado por la persistencia de ciertos cuadros de mando y jarrones chinos que permanecen enquistados como fantasmas familiares invulnerables a la lejía y a la ouija. Cada vez que un secretario general frota una baldosa en Ferraz aparece el ectoplasma de Felipe González en forma de acné sobre el busto de Pablo Iglesias. Cuando la desenterraron en los jardines del Retiro, a la cabeza monumental del patriarca esculpida por Emiliano Barral le faltaba la nariz; José Noja Ortega hizo una réplica exacta pero le colocaron una napia nueva para que el abuelo fundador del psocialismo pudiera esnifar de un tiro toda la ideología felipista.
En Ferraz nunca han sabido qué hacer con Felipe, aunque él sí ha sabido muy bien qué hacer con Ferraz. Gracias a diversos lameculos, amas de llaves y jardineros, su cara de Bélmez sigue ocupando todo el interior de un partido que jamás lo ha repudiado a pesar de todos esos pequeños estirones que iban convirtiendo la chaqueta de pana en una mochila donde cabía de todo: la OTAN, las reformas laborales, las reconversiones industriales, las puertas giratorias, los sillones de administración de Repsol y Endesa, Boyer, Solchaga, Roldán, Barrionuevo, los GAL, la cal viva, pa pa pá. A Felipe sus adoradores ferratinos lo llamaban Dios en la intimidad y no lo decían en broma: como que podía permitirse cualquier cosa. Incluso le disculparon que pusiera como ejemplo de demócrata al genocida Pinochet por delante de Nicolás Maduro, con la de ejemplos que había para poner, empezando por Chaves o Chávez.
A Pedro Sánchez lo colocaron como niño de los recados, sancionado por la militancia; lo reclutaron igual que esos clanes de la mafia que escogen un cabeza de turco para que se lleve los perdigonazos, y el hombre estaba haciendo el paripé perfecto tal y como se lo habían encargado. Era lo bastante alto y lo bastante guapo como para firmar un pacto con Ciudadanos, una tregua al estilo de las que hacían los Corleone y los Tataglia que no les llevó al gobierno ni a la oposición sino exactamente a la mierda. A dónde pretendía ir el PSOE del brazo de Albert Rivera es un misterio que entra de lleno en la teología felipista. Después también le echaron la culpa a Sánchez de los pésimos resultados electorales en Galicia y el País Vasco, como si también él fuera responsable de la deriva gallega y la esquizofrenia pepera de Patxi López. De repente, el niño de los recados les salió respondón e hizo lo que no hizo Borrell en su día cuando lo descabalgaron de una patada para estrellarse con Almunia e inaugurar los años locos del aznarismo.
Si es por cortar cabezas de Secretarios Generales, antes que la de Pedro deberían decapitar la hidra de Felipe, ese monstruo múltiple repleto de Susanas y Bibianas, Zapateros y Carmonas, ese Godzilla con acento andaluz que lleva dos décadas comiendo a dos carrillos por Dos Hermanas y defecando a pierna suelta en Madrid. El cagajón definitivo lo ha depositado en plena calle Ferraz, sobre un montón de viejos militantes que se reunieron para asistir llorando a la enésima traición de su amo y señor, y que salieron la noche del sábado limpiándose los hombros, como si les hubiera sobrevolado todo el día una bandada de gaviotas. No les importa porque ellos son del PSOE igual que otros forofos son del Betis o del Madrid, manque pierda y manque llueva estiércol. Del auténtico PSOE tampoco es que quedara mucho, salvo la nostalgia, pero a partir del sábado sólo va a quedar el busto de Pablo Iglesias como la Estatua de la Libertad enterrada en una playa apocalíptica mientras Charlton Heston juega a hacer castillos de arena.
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