mércores, 5 de outubro de 2016

El PP se lo lleva todo

Quienes se apresuran a explosionar o derruir al partido socialista tal vez deberían contener su entusiasmo. Puede que las noticias sobre la muerte de un partido centenario, que ya ha pasado varias veces por crisis tan o más agónicas, acaben resultando un tanto exageradas

Antón Losada
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Seguro que muchos de ustedes se hacen la misma pregunta ¿Para acabar votando al atardecer la propuesta de primarias y Congreso exprés defendida desde el principio por Pedro Sánchez era necesario semejante destrozo? ¿Para rematar forzando la dimisión del secretario general, tras ver derrotado su plan en el comité federal, no habría resultado más limpio esperar a una votación normal y evitar las diecisiete dimisiones, los tres días de House of cards a la española y las nueve horas de reunión de comunidad de propietarios en Ferraz?
La respuesta obviamente es sí. Las razones que explican semejante despilfarro de recursos políticos caen fuera de la lógica y sólo acreditan el grado de desconexión que puede llegar a darse entre la gente que vive en un partido y la gente que camina por la calle.
Quienes se apresuran a explosionar o derruir al partido socialista tal vez deberían contener su entusiasmo. Puede que las noticias sobre la muerte de un partido centenario, que ya ha pasado varias veces por crisis tan o más agónicas, acaben resultando un tanto exageradas. Pertenecer o votar a un partido responde a una decisión racional, pero también a una identidad y a sentimiento de pertenencia y en no pocos casos incluso a una tradición. Se parece bastante ser de un club de fútbol. Puede cabrearte que cesen a ese entrenador más ofensivo, o traspasen al goleador, o jueguen a amarrar, pero sigues queriendo que gane la Liga.
En aquello que respecta a los odios y amores entre los cuadros del partido hay más ruido que avería real. Los ciclos extremos de la relación amor/odio entre Susana Díaz y Eduardo Madina o Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, o la mismas cuentas de apoyos de ayer y enemigos de hoy del caído Pedro Sánchez, presentan excelentes ejemplos de cómo en la política y en la vida en general todo da muchas vueltas y hay que adaptarse o morir. Ellos lo saben, nosotros también.
El problema crítico que afronta ahora el PSOE se construye sobre un doble dilema más profundo y difícil que las rencillas de sus dirigentes. El primero afecta a cómo resolver la fractura entre una parte no menor de la militancia que quería votar porque ahora era el momento y unos cuadros que han retrasado su voto hasta decidir cuándo es el mejor momento. Que el comité federal haya tumbado al primer secretario general elegido por la militancia tampoco ayuda. El segundo dilema incluye tomar una decisión respecto a la gobernabilidad que significaría la abstención y ahondar aún más la fractura entre unos cuadros y una militancia y unos votantes mayoritariamente instalados en el No a Rajoy, costara lo que costara.
Ambos dilemas se retroalimentan y dejan al PSOE forzado a escoger entre lo malo y lo menos malo mientras multiplican el efecto devastador del daño innecesario causado esta pasada semana. El PSOE se ha quedado con muy poco para negociar con Mariano Rajoy. Si hasta ayer las terceras elecciones representaban un riesgo, desde hoy suponen un desastre asegurado para unos socialistas politraumatizados, sin dirección y sin candidato.
Si el plan B pasaba por pactar la abstención a cambio de unas condiciones duras que permitieran explicárselo a las bases y facilitar una legislatura corta y controlada desde el Congreso, desde el PP ya les han lanzado el aviso de que ahora las condiciones las ponen ellos.
Mariano Rajoy no afronta un dilema sino una elección entre lo bueno y lo mejor: o abstención gratis total y compromiso de estabilidad o terceros comicios. El presidente en funciones solo irá a la investidura si tiene asegurada una legislatura larga y estable. El ganador se lo lleva todo y Mariano Rajoy sigue agrandando su leyenda de eliminar adversarios sin desgaste ni esfuerzo. Pedro Sánchez se suma a la lista de quienes cayeron creyendo que Rajoy estaba en peligro cuando, en realidad, Mariano es el peligro.

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