Por: Tinejo
Semana a semana el nivel de corrupción
que vamos conociendo es proporcional al volumen de nuestras exigencias
ciudadanas. Las respuestas, las consecuencias, resultan tan sobrecogedoras como
la ausencia creciente de repercusiones en aquellos delitos a plena luz del día,
políticos y penales, que nos han llevado a pisar la calle sin abrigo, expuestos
al desprecio de irresponsables políticos y la amenaza violenta de quien ya
parece no hacer el paripé de estar para servir y protegernos. Ya no es que se
atrincheren en la casa común, que nos adviertan de consecuencias desagradables
por tomarnos en serio el cuerpo legal de derechos y libertades, su osadía no se
reduce a eso; directamente, desde escopetas de caza menor, se dedican a
compararnos por casualidades onomásticas con animadores del quebranto
constitucional, como si las pistolas rupturistas fueran equiparables a su
contrario, a la llamada al cumplimiento riguroso de, al menos, ese articulado
sacrosanto que nos dicen inmutable salvo para imponernos ladrillos de déficit o
entregarnos a los brazos raquíticos de una Bruselas en llamas.
Cuanto más se reniega de esa entelequia
que son las dos Españas a imagen y semejanza de todo lo que suene a
complaciente bipartidismo, a la placidez de lo dual, más se gesta un contigo o contra mí. Aunque las mareas inunden las
avenidas, a pesar que las encuestas certifiquen un descrédito galopante de todo
aquello que tenga ínfulas institucionales, contestar a algunas cuestiones
telefónicamente, al calor del piso con las facturas en orden, no corresponden
con una voluntad proporcional de enfrentar cambios que exijan sacrificios
equivalentes. Si hoy no salimos al encuentro de la honradez, mañana tampoco lo
haremos por algo tan peregrino como introducir un sobre en una urna, menos aún si
se empeñan en convocarnos cuando las hojas han comenzado a batir en retirada. Y
así, con la tranquilidad que otorga haber invertido en la desidia y el
conformismo ajeno, se sentarán a esperar la colecta canjeable por sillón,
dietas y coches.
Seguramente, a este lado de la calle, no
se nos puede ni pasar por el inconsciente el escenario en que todo permanezca
inmutable durante tres años, a la espera de tiempos catastróficos. Estamos
convencidos que todo esto sirve de algo, que la Historia no puede ser cruel de
manera constante, violenta con los golpes recibidos en las mismas mejillas, si
bien la memoria no invita al optimismo; una gota no hace océano pero hay
millones de ellas que no sólo vienen buscando su reagrupamiento sino que, por
sí solas, van inundando la esperanza colectiva con aventuras heróicas, plenas
de firmeza en el convencimiento de que los siguientes pasos valdrán la pena ser
transitados, sin huellas debajo que marquen la ruta.
Claro que estamos ante un golpe de
Estado, pero no ante una coincidencia de violentas fechas. El actual
levantamiento no ha dispuesto de armas y uniformes, ni falta que hace. Les ha
bastado unos millones de papeletas electorales en el contexto idóneo. ¿Quién
nos defiende ante la toma de nuestra patria? Nosotros, como de costumbre.
¿Quién si no? Esa paciencia infinita que mostramos se va reposando en el ánimo
de los sobrecogedores, que continúan disponiendo de lo ajeno a sabiendas que
somos gente de orden, bien educada, y que tenemos un límite. ¿O no?
Sobre-se-i-miento
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