MERITXELL FREIXAS
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"Aquí la izquierda se lucra y adoctrina con la memoria de chilenos torturados”. Fue el mensaje que el grupo de extrema derecha chileno Movimiento Social Patriota (MSP) dejó en Villa Grimaldi, uno de los centros de detención y tortura de la dictadura de Pinochet, hace dos semanas, en plena preparación para la conmemoración de los 45 años del golpe de estado.
Su portavoz, Pedro Kunstmann, aseguró a la prensa que no se trataba de un ataque ni tampoco de un acto negacionista. “Queríamos evidenciar es que es tiempo de dar vuelta a la página, hay cosas más importantes en las que enfocarse”, dijo entonces.
Nacido hace un año y medio e inspirado en las experiencias europeas de CasaPound (Italia) u Hogar Social (España), parte de una ideología “nacionalista”, basada, según detallan en su web, en “la protección de los recursos naturales, la familia, la identidad, la biología y la historia nacional”. No se consideran “ni de izquierda, ni de derecha”, sin embargo, sus postulados son profundamente xenófobos, racistas, misóginos y homófobos. Promueven la pena de muerte, el rechazo a la “ideología de género” y al aborto.
El pasado 25 de julio, durante la multitudinaria manifestación por Aborto Legal, Libre y Gratuito en Santiago, desplegaron un lienzo que decía "Esterilización gratuita para las hembristas" y cubrieron con sangre y vísceras de animales las calles. La movilización terminó con tres mujeres apuñaladas, pero los ultraderechistas negaron tener responsabilidad alguna en los hechos.
Semanas antes, habían colgado un cartel con la frase “Daniela Vega es hombre. La verdad antes que la paz”, en referencia a la actriz transexual que protagonizó Una Mujer Fantástica, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera.
"La derecha convencional necesita soldados para la brega política confrontacional y violenta"
“No son movimientos nuevos de ahora, sino que son parte de una reserva fascistoide que está presente desde principios del siglo XX en el mundo y también en América Latina”, explica a Público el sociólogo de la Universidad de Chile, Miguel Urrutia. Según él, ahora encuentran grietas para manifestarse porque “la derecha convencional necesita soldados para la brega política confrontacional y violenta, y ahí reactiva estos grupos que son rescoldo social, y están preparados y alerta”. Su vocación es “contener los fenómenos de cambio social en la región”, dice.
El MSP se ha convertido hoy en la cara más visible del neoultraconservadurismochileno, pero no es el único actor relevante de este sector ideológico. Hace poco más de un año, con la llegada a Chile del llamado “Bus de la libertad”, que difundió mensajes transfóbicos por varias ciudades de España y América Latina de la mano de Hazte Oír, tomó protagonismo el nombre de Marcela Aranda. Erigida como portavoz del bus, ha sido asesora legislativa en distintas sesiones del Congreso, donde hace lobby político sobre temas como aborto, diversidad sexual y derechos humanos.
Todos ellos mantienen vínculos con el ex candidato presidencial de la derecha más radical José Antonio Kast y su movimiento Acción Republicana, que obtuvo un 8% de votos en las últimas elecciones. Más a la derecha que el presidente Sebastián Piñera, para quien pidió el voto en la segunda vuelta electoral, Kast es la expresión personificada del neopinochetismo: “El 11 de septiembre de 1973, Chile escogió la libertad y el país que tenemos hoy, es gracias a los hombres y mujeres que se alzaron para impedir la revolución marxista en nuestra tierra”, tuiteó para la efeméride. Su discurso de odio amparado en la libertad expresión es fuertemente avalado por los sectores militares y gran parte de los evangélicos, que cada vez toman más importancia en la política del país.
El rol de los evangélicos
En Chile, la injerencia de los evangélicos en la política es reciente, pero en otros países de la región como Brasil, que tiene una de las mayores comunidades del mundo, se da desde hace unos 20 años, según expertos. En el Congreso brasileño existe la llamada "bancada evangélica", formada por 87 diputados y tres senadores. Además, tienen también autoridades a nivel local, como el alcalde de Río de Janeiro, Marcelo Crivella.
Uno de los pastores más influyentes del país y líder de una red de más de 50 iglesias es Silas Malafaia, que ya ha fijado la orientación del voto de sus fieles para la próxima campaña electoral. A través de las redes sociales, donde tiene más de un millón y medio de seguidores, ha alertado sobre los candidatos de izquierda que apoyan una "basura moral”, en referencia a la defensa del matrimonio homosexual y el aborto, y ha anunciado su respaldo al candidato ultraderechista Jair Bolsonaro. "En Brasil necesitamos a un macho como él, que con su vida limpia lidere el país para enfrentar al sistema corrupto", dijo.
El sector evangelista observa con muy buenos ojos el discurso autoritario y religioso de Bolsonaro, líder del Partido Social Liberal (PSL), ex capitán del ejército y nostálgico de la dictadura militar (1964-1985). Las últimas encuestas (Ibope) revelan que, entre los evangélicos, Bolsonaro reúne el 33% de intención de voto, por encima de su media total nacional y de las postulaciones de la ecologista (y evangélica) Marina Silva y el socialdemócrata Geraldo Alckmin, con un 10% cada uno. Además del ultraconservador, éstos son los únicos candidatos con cierto potencial electoral para los electores evangélicos.
Miguel Urrutia explica que en Brasil “se ha logrado confeccionar un espacio de la religiosidad protestante en términos ultra reaccionarios e irracionales, una especie de desmodernización de las relaciones políticas, que tiene sus características propias porque a la noción jerárquica de lo social y de autoritarismo le agregan lo espiritual, que le da más fuerza”.
Para el politólogo de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) Max Quitral, la iglesia evangélica ha logrado mayor influencia, más allá del culto, porque ha hecho una apuesta por su discurso en los medios de comunicación, sobre todo televisión y prensa, “para instalar su visión conservadora de los temas valóricos y éticos que están en el debate público”.
En países como Costa Rica, República Dominicana, Perú y México los evangélicos han liderado las movilizaciones en contra del movimiento LGBTI. En Colombia, se asociaron con el ex presidente Álvaro Uribe y ejercieron un papel fundamental en la derrota del plebiscito para de los Acuerdo de Paz, en 2016, y en la victoria del conservador Iván Duque en los comicios del pasado junio.
El monopolio del catolicismo en la política, que hasta hace unas décadas no tenía competencia, se rompió para cederle terreno al evangelismo, que ha penetrado con especial fuerza en las clases más bajas de la sociedad.
Migrantes en el punto de mira
Otro clásico flanco de los ataques racistas y xenófobos de la ultraderecha es la migración. En los últimos meses, los países de acogida de las personas que huyen de los conflictos latinoamericanos han sido escenario de tensiones y hostilidades. Una dinámica que empieza a parecerse a la que se vive en Europa en los últimos años y que obliga a plantearse si América Latina está caminando en la misma dirección.
"Las migraciones se han visto como amenazantes desde que tenemos concreciones de estados nacionales fuertes. Se ven como un peligro interno por una especie de trasvasije constante [de personas] que genera miedo a la otredad, a la diferencia, a lo no entendido como lo idéntico a uno mismo”, reflexiona Miguel Urrutia.
En Chile se ataca de forma particular al afrodescendiente haitiano
La “endofobia” es el concepto que ha acuñado el Movimiento Social Patriótico chileno para referirse a una supuesta discriminación al chileno y en contraposición a la preferencia por el migrante y lo foráneo. A través de la publicación de datos y noticias falsas, llaman a la expulsión de extranjeros, a frenar la migración, en especial la procedente de Haití, y a negar toda ayuda social o del Estado a los que provienen de otro país. “Si no aporta, se deporta”, dijo Pedro Kunstmann en una entrevista. Un racismo que, en Chile, ataca de forma particular al afrodescendiente haitiano y que se reproduce en varios lugares de América Latina.
Más de 40.000 venezolanos han llegado a Brasil por la localidad fronteriza de Pacaraima, en el estado de Roraima, donde a finales de agosto hubo un enfrentamiento entre venezolanos migrantes y brasileños de la zona que provocó el regreso de 1.200 venezolanos a su país y la intervención del Ejército brasileño.
Autoridades del estado de Roraima han advertido que el flujo migratorio ha desbordado los servicios sociales, y han alarmado a los vecinos por un supuesto aumento del número de delitos, la prostitución y la transmisión de enfermedades.
Autoridades del estado de Roraima han advertido que el flujo migratorio ha desbordado los servicios sociales, y han alarmado a los vecinos por un supuesto aumento del número de delitos, la prostitución y la transmisión de enfermedades.
En el caso de Costa Rica, el rechazo se produce hacia los migrantes nicaragüenses que huyen de la represión del gobierno de Daniel Ortega. El mes pasado, a través de las redes sociales, se convocó una manifestación de tinte xenófobo, autocalificada de "pacífica" y "nacionalista", y que pretendía "recuperar" y plantar una bandera de Costa Rica en el parque La Merced, un sitio de encuentro entre nicaragüenses ubicado centro de la capital, San José. La movilización, que convocó más participantes de los que muchos se esperaban, acabó con disturbios, insultos y agresiones hacia los nicaragüenses, además de dejar un saldo de 44 detenidos.
Max Quitral apunta que la xenofobia en América Latina “tiene que ver con el color, más que con el origen de las personas”, el hecho de proceder de Nicaragua o de Venezuela. En el caso chileno, es muy claro el rechazo de la comunidad haitiana, por encima de cualquier otra de las que han llegado al país.
Max Quitral apunta que la xenofobia en América Latina “tiene que ver con el color, más que con el origen de las personas”, el hecho de proceder de Nicaragua o de Venezuela. En el caso chileno, es muy claro el rechazo de la comunidad haitiana, por encima de cualquier otra de las que han llegado al país.
Coincide con él Urrutia, que ejemplifica: “La sociedad brasileña es profundamente racista respecto con el negro, al igual que la chilena, como se demostró con la llegada de la migración haitiana. Antes lo había sido siempre con sus pueblos originarios”. El sociólogo habla de “un racismo propio en América Latina, que en algunos aspectos es peor que el europeo porque tiene rasgos de sometimiento colonial”. Según él, los racismos se “complementan de forma global, no siguen un patrón universal, sino que es como si existiera una división internacional del trabajo racista”. En su conclusión, “cada cual, en su espacio, responde a formas históricas de practicarlo y todas son regresivas y violentas”.
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