David Torres
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Con la ministra de Sanidad recién dimitida y el presidente Pedro Sánchez exhibiendo su tesis a todo trapo para pasmo y regocijo del respetable, la situación de Pablo Casado se vuelve insostenible por momentos. Lo que pasa es que si el PP pudo sostenerse durante años y años a pesar de la Gürtel, de las cuentas en Panamá, de los ministros medievales y de los cuadernos de Bárcenas, no parece que un expediente académico de mierda vaya a dañar un poquito más su reputación intachable. Ahí no hay quien tache ya ni los borrones de típex. Sin embargo, gracias a esta moda de la ITV intelectual, el PP podría verse perjudicado de un modo similar al que proponía aquella célebre infamia improvisada por Samuel Johnson: “Señor mío, su esposa, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, pasa género de contrabando”.
La tesis de Sánchez será un refrito, una minucia o una morcilla de Burgos, pero oye, ahí está, y encima el presidente se ha cachondeado dilatando su presentación mediante un suspense hitchcockiano. Un ejército de periodistas hizo cola durante horas en la biblioteca de la Camilo José Cela para consultar la tesis como beatos esperando en Lourdes. Claro que para suspense, lo que se dice suspense, el que está consiguiendo Casado con su máster, que de momento va para una teleserie de tres temporadas. Con tanta expectación se espera que entre sus páginas esté la cura del cáncer, la resolución del asesinato de Kennedy, o, al menos, el secreto para apretarse cuatro años de carrera en dos meses sin ir a clase ni pegar palo al agua.
En su día (parece que fue el siglo pasado), Casado se regodeó ante las cámaras enseñando el máster a las cámaras, no fuesen a confundirlo con su ilustre precedesora en el viacrucis académico, Cristina Cifuentes. No fue hasta algún tiempo después que los periodistas comprendieron que en realidad Casado no les había enseñado más que el titular, una carpeta y una gomilla, igual que John Carradine en El hombre que mató a Liberty Valance, alardeando de que tenía un discurso escrito, pero que no quería dar la brasa al personal: hace una pelota con el discurso, lo tira al suelo y entonces un parroquiano lo desarruga y comprueba que es un folio en blanco.
Con sus cubiletes, su rapidez de manos y una sonrisa a prueba de escándalos, Casado logró engañar a la prensa gracias al viejo truco del trilero, y la prensa, varios meses después, está pidiendo que le enseñen el guisante. Lo que les cae encima, de momento, son huesos de aceituna. “Mayor ejercicio de transparencia que Casado no ha hecho nadie” dijo el secretario general del PP, Teodoro García Egea, entre güito escupido y güito escupido. Ahora bien, es verdad que Casado más transparente no puede ser: está mostrando al mundo entero las vergüenzas, la poca vergüenza, la desvergüenza absoluta, y al través se le ve hasta los huesos, los capilares, el alma, cualquier cosa, excepto el máster. Acaba de presentar ante el Tribunal Supremo un escrito de 28 páginas defendiendo su inocencia y alegando que los delitos de los que se le acusa no los ha cometido y que además ya han prescrito. Ni los ha cometido ni los va a volver a cometer. Viva el rey.
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