Juan Carlos Escudier
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Quienes conocen la manera de hacer las cosas del PP y su extraordinaria habilidad para la gestión de la cosa pública sospechaban que en la crisis del ébola había gato encerrado, o por lo menos perro. Resultaba del todo imposible esta catarata de errores, ese colosal disparate que culminó ayer con un simulacro de película de Berlanga a las puertas de un piso de Alcorcón, donde se hacía fuerte un sabueso al que un comando especial tuvo que dar matarile antes de que se inmolara a lo yihadista y propagara el virus en nombre de su divinidad canina.
Como tantas veces había ocurrido con estos servidores públicos en el Gobierno estaba en marcha una conspiración internacional, judeomasónica y chiripitifláutica con el viejo objetivo de desacreditarles. No era creíble tanta estulticia junta, tanta ineptitud arremolinada en torno a cerebros tan privilegiados como el de la ministra Ana Mato o el consejero de Sanidad madrileño Javier Rodríguez, que dice que es médico, que ya tiene la vida hecha y que si está en el cargo es para hacernos un favor.
La verdad ha terminado por abrirse camino. Existe, en efecto, un complot, a cuya cabeza se sitúa la auxiliar sanitaria Teresa Romero, una mujer que se ofreció voluntaria para ofrecer cuidados al misionero fallecido García Viejo no como un gesto altruista sino para provocar un crisis internacional que ha reducido la Marca España a un chiste de Lepe.
En realidad, esta artera mujer es la infiltrada de una peligrosa red que, contagiándose primero del ébola y mintiendo luego sobre las lecturas de su termómetro, ha intentado sin éxito demostrar que África empieza en los Pirineos como se afirmaba con mucha razón hace unas décadas. Afortunadamente, ha sido descubierta y lo habría sido antes si se hubiese llamado al exministro Acebes para que esbozara unas cuantas líneas de investigación.
Algo parecido se había observado en la crisis del Prestige con ese malandrín de Mangouras, el capitán, al que, en una genial maniobra, se envió a alta mar en vez de a un puerto de refugio como él quería, algo que habría dejado a Rajoy compuesto y sin hilillos de plastilina y a Europa sin su mayor catástrofe ecológica. O en la del Yak-42, ese ataúd volante contratado por Trillo, al que encima se le exigía que fuera adivino e identificara sin errores los cadáveres que metió en bolsas a toda prisa. O, por supuesto, en el 11-M, donde todavía hoy hay quien duda que no fuera una operación conjunta de ETA, el PSOE, los servicios secretos marroquíes y la antigua KGB.
Con el ébola asistimos a un nuevo episodio de esta campaña universal de desprestigio que persigue a la derecha española desde que Fraga le pegó un perdigonazo en el culo a la hija de Franco cazando perdices. Y se escenifica justamente ahora que el país es la envidia del mundo civilizado y Cañete tiene todas las papeletas para ser la imagen corporativa de Home English.
Puede que los cursillos para ponerse y quitarse el traje de seguridad debieran de haber durado media hora en vez de 15 minutos, o que los existentes les tiraran de la sisa y les quedasen un poco cortos de mangas a los médicos más altos. Puede que nadie vigilara cómo se vestían y desvestían los sanitarios, que aquí los voyeurs nos dan mucha grima con protocolo o sin él. Puede que se mandara a los conductores de ambulancia que transportaron a la enferma en mangas de camisa o que se usara el vehículo inmediatamente después para atender a pacientes con esguinces de tobillo. Puede que no exista un centro de referencia para enfermedades infecciosas y que aislemos a los virus con unas sábanas unidas con pinzas de la ropa. Puede que las luces del Ministerio de Sanidad sean en realidad de rayos uva para que Mato no pierda su bronceado. Pero nada de eso puede exculpar a Teresa Romero, gallega, residente en Alcorcón y expropietaria de perro, de sus responsabilidades.
La auxiliar es culpable de tocarse la cara con un guante, algo que sólo se le podía ocurrir a Rita Hayworth en Gilda para poner al personal como una moto. Y de pretender engañar a las autoridades con lecturas falsas de su febrilidad. Sus compinches, que ha de tenerlos, han de ser perseguidos y castigados a escuchar sin reírse una rueda de prensa de Ana Mato y sus mariachis. Estamos en contra de la tortura pero es que esta vez se han pasado tres pueblos.
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