David Torres
Tiene mucho mérito que España haya logrado colarse en la última misión a Marte teniendo en cuenta que nuestro último gran descubrimiento es la fregona. Dicen que se trata de una estación meteorológica pero el aparato parece más bien un consolador casero o un grifo en horas bajas, lo cual no es de extrañar visto el presupuesto con el que cuentan nuestros científicos. “¿Para qué es ese consolador, Peláez?” “No es un consolador, jefe. Es un instrumento que mide los niveles de humedad en la superficie marciana”. “Tú eres tonto, Peláez, haber dicho que era para el sobaco de Messi y seguro que nos daban una subvención”.
Hace poco un físico español desperdició una prometedora carrera de camarero en la Costa Brava para ganar una absurda beca de estudios en una fundación estadounidense. El nivel es bajo, muy bajo. Aquí siempre hemos sido de letras, mayormente bancarias. Cuando le dijeron a Rajoy si quería ayudar a que España aportara su granito de arena en una futura expedición al planeta rojo, el hombre se rascó el bolsillo para ver si llevaba algo suelto antes de preguntar alarmado: “¿Rojo? ¿Pero es que en Marte hay comunistas?”
Hace sólo unas décadas la odisea del Curiosity hubiera paralizado al mundo, pero hoy día una nave que cruza un abismo entre planetas nos hace bostezar: no puede competir en popularidad con un jamaicano apurado. El tamaño sí importa: unas centésimas de segundo nos ponen mucho más que quinientos millones de kilómetros a pelo. Y nos hemos acostumbrado a los milagros hasta el punto de que ya no bautizamos los viajes espaciales con nombres de dioses griegos. Nada de Apolo: curiosidad y punto, como si explorar las cuevas de Marte fuese lo mismo que husmear las bragas de Belén Esteban. Si en el cráter Gale en vez de un misterio cósmico hubiera terreno urbanizable, fijo que los españoles ya habríamos enviado una misión diplomática con tres o cuatro concejales de urbanismo y una hormigonera. Gallardón le habría cedido unos terrenos a Florentino Pérez para que levantara una sucursal del Bernabeú y el Pocero ya estaría trazando los planos de Nueva Seseña.
Lamentablemente, todavía queda mucho trabajo por hacer: en Marte no hay agua corriente ni de la otra, tampoco electricidad, de manera que los españoles tendremos que esperar sentados a que los países serios desbrocen el terreno, abran autopistas de peaje y monten bares de carretera. Ya nos llamarán después, cuando hagan falta futbolistas y putas, que es en lo que nosotros invertimos el dinero.
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