mércores, 13 de marzo de 2013

Un poco de vergüenza


Suso de Toro
Cuando era joven aprendí a juzgar lo que acontecía en la vida con criterios más o menos sociológicos y el prisma marxista: había opresores y oprimidos y explotadores y explotados. Afinando más había matices, dentro de las clases sociales había sectores, fracciones ...(y la leche en verso, que total no sirvió para nada). Pero ahora uno está ya muy superado por la historia, este es un tiempo en el que no hay que analizar y desvelar lo oculto, está todo a la vista y se muestra con todo el descaro, es el tiempo en el que se mueven con soltura los hijosdeputa y los canallas (Me gustaría tener un vocablo que no mentase inmerecidamente a las prostitutas y que dijese lo mismo a los mismos, aunque el "hideputa" que ya escribía Cervantes es tan claro y exacto...). Es tanto el descaro, la mala educación, que uno invoca a las viejas virtudes de la urbanidad y clama desde la sala de su casa, "¡un poco de vergüenza!". Porque nos rodean los espectáculos ridículos al tiempo que ofensivos y no puede ser que nos lo tengamos que tragar.

Ahí están, venga ropas ostentosas, curas y cardenales, el Vaticano en acción. Se discute que si este papable, que si el otro, que si le viene mejor a la Iglesia aquello, que el que salga será el que hace falta... Como si ese espectáculo no resultase anormal, como si no estuviésemos viendo lo que vemos: ciento y pico tíos mayores, muy mayores casi todos, que esconden negocios y secretos repulsivos, eso es lo que garante el silencio. No es un silencio que nos merezca respeto, es el silencio autoritario de los soberbios. Esa fumata blanca será una exudación de cosas indefendibles.
El papado históricamente es una vergüenza romana y lo que sabemos, a pesar de ellos, sobre el Vaticano actual también es un cúmulo de miserias y vilezas. Sin embargo, ahí está el espectáculo como si nada, lo más natural, ocupando todas las pantallas que se nos ofrecen. El Vaticano resulta moderno porque es fotogénico, toda esa teatralidad barroca y ese ceremonial anacrónico lo hacen inevitablemente pintoresco y atractivo, comunican continuidad histórica en un mundo que abolió el pasado y crea y destruye modas continuamente. El ritual y la ceremonia es una parte importante de toda religión pero desde el punto de vista del mensaje evangélico todo eso es intrascendente, y eso es lo peor que se le puede decir. Por otra parte se nos lo sigue presentando como la única iglesia cristiana, cuando comparte la fe de Cristo con millones de ortodoxos y evangélicos. Es evidente que hay mucho más de fidelidad al evangelio en las iglesias evangélicas que ordenan sacerdotes a mujeres que en ese Vaticano que se dice católico pero es sectario, que se dice universal pero excluye a la mitad del género humano de sus decisiones y del sacerdocio, que es homófobo pero esconde pederastia. El Vaticano simboliza buena parte de la historia de la civilización occidental pero no es el cristianismo, que afortunadamente no tiene mucho que ver. Si los ahí reunidos viesen entrar por la puerta a Cristo con una correa escaparían por las ventanas corriendo.

A finales de los años cincuenta, Angelo Jiuseppe Roncali fue elegido Papa, Juan XXIII, en una ceremonia semejante pero a continuación abrió las puertas de la iglesia romana para salir al mundo. Se las volvieron a cerrar. Ahora no creo que nadie lo vuelva a intentar y la Iglesia seguramente seguirá avanzando en un proceso histórico que la condujo desde la Edad Media, cuando era la fuente del poder real, a este presente en el que cede espacio sin parar en el suelo europeo, donde nació como religión histórica. El Vaticano será romano, pero el cristianismo ya no es europeo, es americano. Pero en este tiempo donde a la Iglesia eso no le importa, no le obliga a reflexionar, porque ya se ha transformado en una gran empresa de la fe y una empresa cínica y sabia sabe que no hay que correr detrás de los clientes que se pierden, siempre se pueden encontrar nuevos clientes.
Como espectáculo vergonzoso es la España de Bárcenas, un Atlas que sostiene sobre sus hombros la bola del mundo, un Sansón que sostiene las vigas del templo del Gobierno y, quizá del estado, para que se caiga o no se caiga. Y vergüenza acompañada de tristeza es lo que produce ver lo que está dando de si el PSOE. La semana pasada en un artículo mío, "Es posible estar aquí y no enterarse de nada", pero después de lo de Ponferrada hay que repetirlo: es posible esta aquí y no enterarse de nada. El fracaso final de Rodríguez Zapatero, aplastado por la crise financiera y el fracaso del modelo español, no quita que sus gobiernos tomaron medidas que son avances sociales muy importantes, ése era un patrimonio del Partido Socialista, en realidad el único que les quedaba. Pero acaban de demostrar que no les importa, no lo hacen suyo ni le dan valor a esa etapa de su propio partido. Realmente hicieron una ruptura profunda y consciente con el pasado inmediato del tiempo de Zapatero, pero el resultado es vergonzoso.

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