Tengo pronosticado que Mariano Rajoy
huirá de la Moncloa en helicóptero, como hizo el presidente argentino De La
Rúa. Al paso que vamos no va a dar tiempo ni a cercarle en el susodicho palacio
presidencial español: se diría que en cualquier momento “los mercados” van a
decretar su substitución por uno de sus empleados de servicio directo, tal vez
Guindos o cualquier otro por el estilo.
España está en ruinas, y no solo
económicamente. Lo único que le falta a este país ya es una cadena de
terremotos al modo que los viene padeciendo el norte de Italia. Un seguidor de
Nostradamus se empeñaría en decir aquello de que todo son señales de que los
tiempos se están cumpliendo, y que pronto el Evangelio de San Juan será lectura
obligatoria diaria junto con las páginas de Economía en los principales diarios
del país, una guía imprescindible para comprender lo que está pasando.
Españistán agoniza, y con él su infame derecha política.
Los que nos han metido en este lío callan ahora como muertos. Y no me refiero a
los Olivas, Blesa, Rato, Aguirre, Fernández Ordóñez y resto de actores de
segunda fila, por más que sus respectivas actuaciones en calidad de aprendices
de brujo en este circo económico-político-mediático hayan sido
espectacularmente idiotas y corresponsables del desastre. Hay que apuntar a la
cabeza, a quien puso en marcha este tiovivo que gira enloquecido sin control,
al creador de este sindiós que nos tiene con el alma en vilo: a don José María
Aznar López.
Más tarde que pronto Aznar acabará ante
un tribunal internacional por crímenes de guerra, en compañía de su estimado
amigo y colega Tony Blair. Pero esa es otra guerra, o bien mirado quizá sea la
misma, aunque librada en otros frentes. Lo que interesa decir hoy aquí y ahora
es que el responsable primero, el inductor necesario del desastre, el padre
fundador de Españistán no se encuentra en desiertos ni en montañas lejanas. Y
que Aznar debe responder de la liberalización ultraliberal de la economía
española, de su supeditación a los intereses corruptos y corruptores del
ladrillo, de la destrucción de nuestra economía real, de la almoneda de lo
público previa privatización en el Casino Bursátil Mundial, de la desregulación
masiva de la actividad del sector bancario ("Laissez faire, laissez passer")(*) y
de tantas otras barbaridades que crearon no una burbuja económica, sino un
gigantesco globo de colores lleno de aire a presión en el que vive cómo puede
un país entero, y del que los sinvergüenzas del mundo mundial sacan tajadas que
no pudieron ni soñar en sus delirios más avariciosos.
Españistán se muere. El problema es que nos lleve con él.
Antes, en todo caso, su creador debería dar explicaciones ante un juez, con luz y taquígrafos.
Españistán se muere. El problema es que nos lleve con él.
Antes, en todo caso, su creador debería dar explicaciones ante un juez, con luz y taquígrafos.
(*) Expresión francesa que significa
"dejad hacer, dejad pasar"
Ningún comentario:
Publicar un comentario