Álvarez de Toledo no ha acusado al padre de Iglesias de terrorista llevada por ninguna simpatía por el dictador, sino escocida por una inquina personal envenenada.
Ya lo sabéis: si vivís bajo una dictadura militar, no se os ocurra repartir octavillas contrarias al régimen, porque corréis el riesgo de que cincuenta años más tarde eso sea usado por una marquesa para intentar humillar públicamente a vuestros hijos. Lo que hay que hacer bajo un régimen de este tipo es bajar la cabecita y permanecer callados, si no queréis que vuestros hijos se avergüencen de vosotros. Repartir octavillas no es de gente de bien.
Es más, si lo que deseáis no sólo es que vuestros hijos no vivan en la ignominia, sino que además pretendéis que puedan llegar a cargos importantes en la política, deberéis intentar medrar todo lo que se pueda durante la dictadura, mostrando conformismo, complacencia e incluso complicidad activa con el régimen. Es la mejor forma de que vuestros herederos consigan el pedigrí adecuado para ser diputados y senadores de provecho. Un rápido repaso a la composición de las cámaras en la España de las últimas décadas parece confirmar esta idea.
Todos sospechábamos que Cayetana era un robot, pero no un robot de los años 50 que sólo puede ejecutar programas de inteligencia artificial de tres líneas.
Cayetana ha acusado a Francisco Javier Iglesias, padre del líder de Podemos, de ser un terrorista. Apostaría a que ella sabe perfectamente que no lo fue, pero ha encontrado unas premisas aristotélicas que arrojan esa conclusión, y se agarra a ellas como a un silogismo ardiendo. “Todo colaborador con una banda terrorista es un terrorista”, “Francisco Javier Iglesias colaboró con la banda terrorista FRAP”, ergo “Francisco Javier Iglesias es un terrorista”. Bárbara, marquesa.
No le gustan a la lógica formal los matices: ¿cometió algún atentado?, o al menos ¿llevó a cabo alguna acción que contribuyera a la comisión de algún atentado?, o al menos ¿colaboró con el FRAP en la época en la que cometió sus dos atentados o varios años antes?, o al menos ¿tiene cabida en algún lugar del silogismo —no sé, en una rendija entre la primera y la segunda premisa, por ejemplo— el dato de que España llevaba casi cuarenta años de dictadura militar? Todos sospechábamos que Cayetana era un robot, pero no un robot de los años 50 que sólo puede ejecutar programas de inteligencia artificial de tres líneas.
Cayetana no ha hecho esta acusación llevada por ninguna simpatía por el dictador, sino escocida por una inquina personal envenenada.
Es cierto que Iglesias jr. ha puesto la acusación a huevo, presumiendo varias veces de tener un “padre frapero” -así, también sin matices-. Con esa arrogancia barata tan suya, el líder de Podemos ha proclamado en tuits y cosas así su orgullo por el vínculo familiar con el Frente Revolucionario Antifascista Patriótico (un momento… ¿cómo que… Antifascista y Patriótico? Pero… ¿no habíamos quedado los progres en que el patriotismo español es ontológicamente fascista como ley inmutable del universo?). Pero esto no excusa la terrible ley del embudo de la marquesa respecto del terror. El año 1973, como todos los años entre 1936 y 1975, fue un año de terror en España, efectivamente, pero no debido al reparto de octavillas del señor Iglesias.
Cayetana no ha hecho esta acusación llevada por ninguna simpatía por el dictador, sino —y es casi peor en un cargo público— escocida por una inquina personal envenenada y un cierto reflujo gastroesofágico. No llega a dar terror, pero sí un cierto miedo, ver cómo se mancilla el reconocimiento a un luchador por la libertad debido a la miseria de la minúscula trifulca política cotidiana. A lo mejor alguien se lo reprocha dentro de cincuenta años a una hija suya.
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