Jorge Álvarez | La Brújula Verde
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Esta situación descrita en las primeras páginas de la novela de Thomas Hardy El alcalde de Casterbridge seguramente confundirá a más de uno o le hará pensar que es sólo fruto de la imaginación del escritor. Pero no, es algo que ocurría realmente, una vieja y asombrosa costumbre que se extendió por Inglaterra desde finales del siglo XVII, motivada por las circunstancias jurídicas.
“-Pues, la verdad, no entiendo cómo los hombres que tienen mujeres y no las quieren, no se libran de ellas como hacen los gitanos con sus caballos viejos -estaba diciendo ahora el hombre de la carpa-. ¿Por qué no las venden en subasta pública a otros hombres necesitados de tales piezas? ¡Por mis antepasados que yo vendería la mía ahora mismo si alguien me la quisiera comprar!
(…) El joven y beodo marido ponderó unos segundos esta alabanza inesperada sobre su mujer, medio dudando de la prudencia de su actitud con la dueña de tales cualidades. Pero rápidamente volvió a su postura inicial y dijo con un exabrupto:
-Pues bien, aquí tienen una buena oportunidad. Estoy abierto a cualquier oferta por esta joya de la creación.”
(…) El joven y beodo marido ponderó unos segundos esta alabanza inesperada sobre su mujer, medio dudando de la prudencia de su actitud con la dueña de tales cualidades. Pero rápidamente volvió a su postura inicial y dijo con un exabrupto:
-Pues bien, aquí tienen una buena oportunidad. Estoy abierto a cualquier oferta por esta joya de la creación.”
En realidad hay referencias a algún caso en el Medievo pero lo cierto es que no se generalizó hasta siglos después (la primera noticia es de 1533), según apuntan algunos investigadores probablemente debido a su difusión cuando laprensa escrita empezó a hacerse común. Parte de la razón de tan insólita tradición está en la ancestral tendencia británica a no legislar demasiado: es conocido el hecho de que Reino Unido no tiene una constitución escrita y en otros tiempos eso se hacía extensivo a otros aspectos; uno de ellos era el matrimonio, para cuya celebración únicamente era necesaria la edad legal para dar el consentimiento (doce años para las mujeres, dos más para los hombres) y una licencia del sacerdote.
Ni siquiera se registraba, quedando reconocido bajo un formulismo oral implícito de los contrayentes denominado coverture. Esa insólita situación perduró hasta 1753, en que se promulgó la llamada Marriage Act (Acta de Matrimonio), que establecía la obligatoriedad de una ceremonia oficial.
El verdadero problema de esa rareza no estaba en casarse sino en divorciarse, al no haber constancia previa de unión matrimonial. Existían entonces varias formas de proceder para un divorcio: acuerdo mutuo ante notario, solicitud formal al Parlamento e incluso el abandono de la casa por parte de uno de los cónyuges. En todos ellos decidía la Court of Arches (un tribunal eclesiástico) y se juntaban una serie de condicionantes que dilataban el proceso durante muchísimo tiempo, sin contar el enorme coste económico.
Como siempre, las clases adineradas no tenían mayor problema, pero en la Inglaterra de aquella época la mayoría de la gente no entraba en esa categoría, así que, quizá inspirándose en el citado caso reseñado en 1302, los ingleses que habían naufragado en la vida matrimonial encontraron esa opción para solucionarlo. Conviene aclarar que hay pocas noticias respecto a que las esposas afectadas se negaran (la mayoría ya decimonónicas), lo que indicaría que ellas mismas estarían de acuerdo en ese método como vía para escapar de la infelicidad conyugal. No obstante, también constan casos en los que las ventas fueron impedidas por grupos de mujeres o por el público mismo.
Así, aunque en realidad era algo ilegal (o, al menos, alegal) y a menudo terminaba en un proceso judicial abierto por las autoridades, el pueblo lo consideraba normal y se solía llevar a la práctica con cierto ceremonial: el marido llevaba a su mujer simbólicamente de un ronzal (o una simple cinta, normalmente atado a un brazo pero a veces al cuello o la cintura) para celebrar una subasta pública en el mercado, frecuentemente publicando antes el correspondiente aviso de venta en un periódico (lo del mercado era por tratarse de un foro de reunión solamente, si bien hay alguna referencia excepcional a alguna mujer vendida al peso). Otras veces se hacía en alguna taberna y la moneda usada para el pago era la bebida.
En cualquier caso, si se hacía públicamente solía haber bastantes espectadores y el ambiente poco agradable para ella. El acuerdo entre vendedor y comprador adquiría categoría contractual sin más, o al menos así lo creían ellos (el British Museum conserva una factura de una de estas transacciones, fechada en 1758, pero es la única conocida), y el esposo quedaba liberado de cualquier compromiso hacia su ex. A menudo, quien pagaba por la adquisición era elamante, pero el precio era siempre muy bajo porque de lo que se trataba era de romper el vínculo entre esposos.
La costumbre, que apenas se extendió a Gales, Irlanda y Escocia (también a las colonias americanas) más que de forma testimonial, perduró en el tiempo, aunque en el siglo XIX decayó y pasó a ser considerada un insulto al sexo femenino, quedando restringida al mundo rural y a los segmentos más bajos de la escala social, con constancia de ciento cincuenta y ocho casos en esa centuria; en total fueron cuatro centenares registrados (en la práctica seguramente más), una minucia comparada con las decenas de miles de fugas que llegó a haber en la era victoriana.
La actitud de las autoridades ante la venta de esposas fue ambigua y a veces contradictoria. Legalmente no se consideraba legítima y, como decía antes, los jueces podían intervenir para impedirla y sancionar a los implicados; sin embargo, en otras ocasiones reconocieron la transacción (en parte quizá por la cuenta que les traía, ya que hay referencia a una agresión popular contra uno que trato de impedir una venta en 1819). Tan imprecisa era la cosa que en alguna ocasión la operación se revirtió: en 1826, tras la muerte del marido que la había comprado, una mujer volvió con el anterior y permanecieron juntos varias décadas.
Por increíble que parezca, las ventas siguieron hasta 1913, aunque para entonces ya eran fruto de la ignorancia más que nada porque la Matrimonial Causes Act de 1857 facilitó los trámites de divorcio con la creación de un Court of Divorce and Matrimonial Causes, es decir, un tribunal específico y civil, y la abolición de la consideración del adulterio como delito (algunos jueces de moral especialmente rígida consideraban que las ventas eran meros encubrimientos para ello). Cabe hacerse ahora otra pregunta: ¿hubo venta de esposos? La respuesta es que sí pero muy pocas de las que se tenga noticia.
Fuentes: Fiesta y rito en la Europa moderna (Edward Muir) / La globalización del Derecho contractual (Frederico Eduardo Zenedin Glitz) / Untying the Knot: A Short History of Divorce (Roderick Phillips) / El alcalde de Casterbridge (Thomas Hardy) / Wikipedia.
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