Aníbal Malvar
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Si los augures gallegos no se han equivocado leyendo las entrañas de la vieira demoscópica, tendremos este 26 de septiembre nueva mayoría del Partido Popular en la aldea atlántica donde habitan los más reductibles galos. En cuestión democrática, en Galicia siempre hemos sido grandes admiradores y víctimas de los más diviesos o forunculares políticos. Nuestra neblinosa ceguera libertaria y democrática, marcada por el clima y el paisaje, facilitaría a Jack the Ripper alzarse como presidente de la Xunta si hubiera nacido en Betanzos.
Decía Gabriel García Márquez que el realismo mágico nació en Galicia, que se lo inspiraron los cuentos finisterrados de una bisabuela casquivana y transoceánica que tuvo. Ahora renace en Galicia el irrealismo cuerdo, una forma de pensamiento político que permite considerar al subalterno de una organización corrupta, y que se fotografía en barco con un fehaciente narcotraficante, como el baluarte de la estabilidad y el sentidiño gallegos. Como la garantía de los mercados, o sea.
Yo no sé si los celtas, los suevos y los alanos, o su indescifrable consanguinidad, participaron en algo de esta orgía ideológica que protagoniza Galicia desde hace casi un siglo. Para eso están los pornógrafos. Cierto es que aquí nació Pablo Iglesias, pero si lo buscas hoy en google solo encuentras noticias del follaenemigo de un tal Íñigo Errejón. Y, si lo buscas en el encefalograma del Partido Socialista, ni siquiera lo olfateas, aunque seas muy perro.
El siguiente gallego un pouquiño políticamente importante se llama Francisco Franco.
Tras Franco, miña terra galega fue autonomicamente presidida por un médico doctor, Xerardo Fernández Albor, experto en colprotología. La colprotología es la disciplina médica que te repara el ano, así que no fue inadecuado colocar al doctor Albor al frente de la transición gallega que llevó a los sodomizados por el franquismo a adaptarse a la nueva sodomización falso-democrática. Curiosa trayectoria la de este Fernández Albor, que, tras el estallido de la guerra de España, es llamado con 19 años por la Alemania de Hitler para instruirse allí como piloto de aviación: llega al grado de teniente. Y después, a pesar del origen humilde de su familia, estudia en Viena, Londres y París, capitales del espionaje europeo. Vaya becas se gastaban la guerra y la posguerra germano-aliadas con los pobres gaiteiriños compostelanos. Los personajes de John Le Carré mucho tienen que envidiar a este discreto y colprotológico demócrata galleguista, de quien nadie, por irrelevante, ha escrito nunca casi nada. El próximo 7 de septiembre cumplirá cien años, y estoy seguro de que Georges Smiley le enviará una carta por correo no convencional.
Otro gallego poco corriente fue Domingo García Sabell, también médico, también galleguista, traductor de Joyce y Heidegger, y, sin embargo, gobernador civil/delegado del Gobierno en Galicia (o sea, jefe de la pasma) durante 15 años: todo el felipismo y parte del breve calvosotelismo anterior: de 1981 a 1996. O sea, desde el tejerazo al inicio del aznarato (dimitió dos días antes del nombramiento del primer presidente español del PP). ¿Qué hace un traductor de Joyce al fente de las fuerzas de seguridad durante 15 años? Pues ser gallego, inventar el realismo mágico, el irrealismo cuerdo, y recibir cartas de Georges Smiley en su tumba cada cinco de agosto. Si está más claro que la niebla de los bosques de Wenceslao Fernández Florez, coño.
Del antepenúltimo gallego no os quiero ni hablar. Para elegir al líder de la continuidad franquista, diseñada para ser falsamente derrotada en la falsa transición franco-socialista, había que escoger al ilustrado más tonto del país, y también era gallego: Manuel Fraga Iribarne. Nunca en España hubo intelectual más saturnal y saturnino: no solo devoraba libros, sino que después los hacía quemar. Es el único inquisidor de la historia que ha escrito casi tantos libros como los que ha condenado, lo que lo convierte en autor infinitamente prolífico. Firmó muchas más sentencias de muerte sin juicio que Arnaldo Otegi y Josu Ternera juntos, y después fundó AP, refundó el PP y fue presidente gallego durante 15 años. Miña terra galega / onde o ceo é sempre gris.
El siguiente gallego es Mariano Rajoy, difícilmente calificable no por pereza del autor, sino por incomparecencia adjetival del calificado. Rajoy es tan vago que no se le puede ni siquiera cargar con la liviandad de un adjetivo. Por eso solo sobrevive en plasma, en mitin, en debates con Campo Vidal, en sepia, en carteles electorales y en cárteles delincuenciales, en blanco y negro, en tierra en humo en polvo en sombra en nada, y en decretos ley que escribe de mandado sin entender muy bien el alemán.
Ahora nos llega el gallego Alberto Núñez Feijóo, que va a ganar las elecciones de este 25 de septiembre sin usar su foto con el archiconocido narco Marcial Dorado para el cartel (o cártel) electoral.
Yo no sé por qué de Galicia siempre tiene que salir la mejor literatura española y lo peor de España. Quizá no conocemos muy bien nuestra lengua, y por eso no sabemos dónde lamer. Los gallegos que he citado conocían mejor sus dientes que su lengua, y sabían morder mejor que hablar. Aquí siempre vencen los dientes sobre las lenguas. Y ganará Feijóo. Quod erat demonstrandum, que diremos el 26 de septiembre, festividad de María del Olvido, beata.
Ay, miña terra galega.
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