mércores, 27 de xaneiro de 2016

AMAMANTAR HIJOS AJENOS

blog de Julio Pérez Díaz
http://apuntesdedemografia.com/

Empieza a sorprender y extrañar que la mujer que amamanta a un bebé no sea su madre. Pero históricamente lo excepcional es el momento actual; la nodriza, ama de cría o ama de leche (entre otros muchos nombres) ha sido parte de las sociedades humanas desde siempre, y sólo empezó a declinar en el siglo XIX en algunas partes del mundo
Cumplía su papel cuando el bebé no podía contar con la leche materna, por causas que podían ser variadísimas. La madre podía faltar, simplemente, o podía faltarle suficiente leche propia, pero habían muchos otros impedimentos posibles, empezando por el propio horario de trabajo de la mujer, o la creencia de que las relaciones sexuales reanudadas contaminaban la leche materna.
Por otra parte, las élites pudientes siempre han utilizado ese recurso, y existe constancia de ello incluso en la antigua Mesopotamia. De hecho, el oficio tenía en la Roma imperial cierto prestigio y buena remuneración. Nada que ver, por usar otro ejemplo de élites, con el uso de las esclavas negras en las colonias americanas hasta el XIX.
Las clases populares tenían mucho más difícil la lactancia pagada, de modo que cuando resultaba necesario se recurría al apoyo entre mujeres de la familia o, incluso, de la vecindad, compensada con otros favores, alimentos o trabajo.
Uno de los lugares que consolidaban la profesionalización de la amas de leche eran los orfanatos y las inclusas; el sistema de tornos con que la Iglesia católica había garantizado el “anonimato” de los hijos no deseados, generaba un mercado laboral de cierto volumen. De hecho fue un sector en alza durante el siglo XIX, por el aumento de la beneficencia, de las instituciones protectoras y hospitalarias o por cierta extensión de las clases medias urbanas. La todavía elevada mortalidad infantil hacía que muchas mujeres jóvenes que perdían a sus primeros hijos se fuesen a las ciudades a ofertar sus servicios como nodrizas. En Madrid esta fue parte de la inmigración laboral de chicas “de provincias” para el servicio doméstico. Algunas se acompañaban de un cachorro de perro para amamantarlo y no perder la leche hasta que llegaban a la capital; cada oficio tenía allí algunos puntos urbanos específicos en los que ofertar su trabajo,  y el más conocido para las nodrizas era  la Plaza de Santa Cruz, junto a la Plaza Mayor, donde acudían a ofertarse en lo que constituía literalmente su “mercado de trabajo”.
Por tanto, lejos de declinar, la incipiente modernización económica, urbana y social del siglo XIX español impulsó aún más esta práctica. Llegó a denunciarse que algunas nodrizas llegaban a “estafar” a las instituciones a las que prestaban sus servicios, entregando a sus propios hijos en el torno para después poderlos amamantar a la vez cobrar por hacerlo. Tanto aumentó la demanda, y tan alta era la mortalidad de los niños en estos establecimientos, que los reformadores sociales, generalmente médicos, acudieron a la opción de comprar la leche  para suministrarla después, una vez se empezó a poder mantenerla en condiciones aceptables durante un tiempo mínimo. Empezó así una práctica consolidada a principios del siglo XX en las Gotas de Leche, instituciones con un papel importante en remediar la desnutrición infantil a partir de entonces.
El inicio del fin del “mercado de nodrizas” no llegó porque las madres asumiesen en mayor medida la tarea, sino por la aparición de la leche en polvo a principios del siglo XIX, sobre todo una vez se consiguió adaptarla al sistema digestivo infantil. Sólo muchas décadas después empezó a hacerse médicamente evidente las excepcionales cualidades de la leche materna para el propio bebé, y todavía tardó más tiempo en extenderse la conciencia de que amamantar al propio hijo no cumple sólo funciones nutricias, sino muchas otras de gran importancia para su crianza.
Puede decirse que los avances sociales que han permitido a las mujeres amamantar a sus propios hijos han tenido un efecto directo en el descenso de la mortalidad infantil a la vez que en el descenso de la fecundidad. La mortalidad infantil mejora porque buena parte de ella se debe a infecciones gastrointestinales, y el amamantamiento materno las previene. Pero es que además amamantar es en sí mismo un anticonceptivo, al prolongar el intervalo amenorreico. (Ver la entrada aquí sobre el método de lactancia y amenorrea, MELA).
Más pistas para ampliar el tema
Otras entradas aquí:
Los testimonios de la hipermortalidad en las inclusas son abundantes, y la situación era bien conocida incluso antes de empezar el siglo XX. En diciembre de 1899 llegó a provocar un debate de las Cortes en Madrid. En algunas de estas instituciones llegaban a morir siete de cada diez niños recogidos.
  • Alvarez Santaló, L. (1980), Marginación social y mentalidad en Andalucía Occidental: Expósitos en Sevilla (1613-1910). Sevilla: Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
  • Pérez García, J. (1976), “La mortalidad infantil en Galicia del siglo XIX. El ejemplo de los expósitos del Hospital de los Reyes Católicos de Santiago.” Liceo Franciscano XXIX: 85-87.
  • Arnau Alemany, L. y P. Serna Ros. 1991. “La mortalidad de los niños expósitos en el Hospital General de Valencia”, Actas del II Congreso de la Asociación de Demografía Histórica. Alicante, abril de 1990. Vol. 5.

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