mércores, 17 de outubro de 2012

Van a privatizar el Consejo de ministros


Manolo Saco
En democracia, cuando llegas a la conclusión de que ir a votar no sirve de nada porque todos los políticos son iguales, solo deberían quedarte dos caminos: permanecer en casa contemplando con rabia por televisión cómo los demás utilizan (mal) el voto que has desaprovechado, fiel a la teoría del inefable Mariano de los 45 millones de no manifestantes que se quedan en casa, o tirarte al monte. El monte es una metáfora, puede ser la calle, las inmediaciones mismas del Congreso de los Diputados, sin ir más lejos.
Sin embargo, la suerte de los partidos de derecha es que se nutren de un número ingente de ciudadanos apolíticos que ignoran que ellos mismos son de derechas, pero que curiosamente votan a los suyos porque que piensan que “todos los políticos son iguales”. Es una modalidad de voto comparable al de la huelga a la japonesa, poniendo a trabajar al voto enloquecidamente, en lugar de quedarse de huelga en casa el día de las elecciones.
La política está tan desprestigiada por los propios políticos que cuando queremos descalificar un argumento o un hecho como espurios nos basta con decir que están animados “por razones políticas”. Con eso está dicho todo. Es la descalificación suprema: espurio, curiosamente, significa bastardo, como los hijos de puta, profesión materna tan mal considerada, pero igual de socorrida, que la de político. Puedes justificar tu conducta por razones éticas, socioeconómicas, religiosas, medioambientales, por capricho, por que sí, porque te lo mandó tu mujer... pero nunca por motivos políticos, espurios y bastardos.
Tanto descrédito acumula esta profesión, que hay que entrar en política sin que se te note demasiado que eres político. Como que pasabas por allí. Los socialistas de Galicia han hecho una campaña de carteles que más parece un juego de adivinanzas, con un lema cabalístico solo para iniciados (“Galicia decide”), y una gran foto del candidato Pachi Vázquez, pero escondiendo a un tamaño no apto para miopes, tanto el nombre del candidato como las siglas del partido. Tienen tanto miedo a la famosa herencia de Zapatero que, a fuerza de esconder el pasado, desde la distancia no se sabe quién se presenta ni a qué partido pertenece.
Que no extrañe, pues, que en los carteles electorales de la campaña de su adversario Núñez Feijóo el logotipo del PP, un Partido Popular apestado que recuerda demasiado al abominable hombre de la Moncloa, también haya sido reducido a la mínima expresión, como queriendo decir que el candidato de la derecha a la Xunta de Galicia solo se representa sí mismo y que no tiene nada que ver con la campaña depredadora de su jefe, ese político patoso que vive en un palacio de Madrid y que está empobreciendo España a golpe de recorte de mangas.
Feijóo en campaña es, en cambio, una marca en sí mismo, con su nombre ocupando casi un tercio de los carteles. Es casi un hombre, pero de ninguna manera es un político, de esos que deben avergonzarse de su profesión. No quiere salir del armario de su partido porque en tiempos de crisis los políticos están todavía peor vistos que las putas y los homosexuales.
Y ya que hablamos de ello, María Dolores de Cospedal, la número dos de su partido/armario, alberga tal desprecio por la política que desea relegarla poco menos que al voluntariado, sin sueldo, por amor al género humano. El que gente como ella considere que el sueldo de los diputados, alcaldes y concejales es un gasto público prescindible en parte, y no una inversión, no un servicio público, explica a las claras por qué para la banda de Génova 13 la sanidad y la educación deben ser consideradas como un gasto que se puede recortar, y no como una inversión que hay que defender e incrementar. Incongruencias del Tea Party fashion.
Es decir, eliminados los sueldos de los políticos, la política quedaría solo para quien se la pueda pagar, para los ricos por su casa, de manera que de un golpe de BOE eliminarían a esa chusma de pobres que se han creído que la política debería ser la más noble profesión, la más solidaria, la más imaginativa, el instrumento para la redistribución de la riqueza, para conseguir una sociedad más justa y libre. Porque los pobres son un coñazo que se pasan el día soñando con salvar el mundo, y eso resulta muy caro.
Acabarían así, de paso, con los políticos de izquierda, unos muertos de hambre, y dejarían la gestión de la res pública en manos de los caciques, que se lo pueden pagar de su bolsillo sin coste para el erario público, como ha sido siempre por la gracia de dios. Ya su compañero de partido, el gallardo ministro Gallardón, ante el abuso que los pobres hacen de la administración de justicia, que acuden al juez por cualquier bobada, como si fuese la seño de la guardería, ha propuesto un aumento de las tasas judiciales con carácter disuasorio para que la justicia, como la política, solo quede al alcance de los más pudientes.
Así, una reclamación ante el juzgado podrá costar, a partir de enero del año que viene, entre 100 y 300 euros de entrada. Como alertaron desde el Consejo General de la Abogacía, “una multa de Tráfico de 100 euros costará recurrirla 200 euros”. Un negocio, vamos. Y ahí no queda la cosa: un recurso de apelación tendrá una tasa de 800 euros, y otro de casación, 1.200 euros. Para que no vayamos a molestar al juez por tonterías. Justicia y política para los ricos.
Nuestro Tea Party montaraz, que se mira en el espejo de sus mayores de Norteamérica, se suma a trabajar por el desprestigio de la clase política y así enmascarar su propia ineptitud para hacer política. Incapaz de tomar decisiones que redunden en el bienestar de los ciudadanos, ha decidido sibilinamente privatizar también la política, al igual que trabaja por privatizar todos los servicios esenciales que antes eran patrimonio exclusivo del Estado, es decir, de todos los ciudadanos.

De esta manera, quitándose valor a sí mismos, quedan liberados de explicar que ellos ya no tienen nada que hacer. Que poderosas fuerzas externas a los consejos de ministros gobiernan los países. Han privatizado los gobiernos, y ahora son los mercados quienes regulan la vida política y no al revés; en compañía de las religiones que inspiran las leyes como el aborto o el matrimonio gay, o que pueden dictar penas de muerte contra los que dibujen caricaturas de Mahoma.
De ahí a hacerle un ERE a los diputados autonómicos, alcaldes y concejales, por inservibles y caros, tan solo va un paso. Han puesto el punto de mira sobre ellos porque son los políticos más cercanos a los ciudadanos, y por lo tanto, trabajadores de una política incómoda para gente ensoberbecida como María Dolores de Cospedal. Un mal ejemplo de costosos servidores públicos que mantenemos únicamente por razones políticas, y por tanto espurias. Así que primero les quitamos el sueldo, y luego la función, hasta que los privaticemos a todos de una vez.

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