La psicóloga Melanie Joy ha acuñado el término 'carnismo' para denominarlo.
Melanie Joy y Javier Moreno, de Igualdad Animal, durante la presentación del libro en Madrid.
RUTH MONTIEL
Su transición hacia el veganismo, relata, fue paulatina: "Primero dejé de comer carne, luego huevos y leche..." Hasta que con los años se convirtió en vegana. "No necesitamos carne para sobrevivir, ni siquiera para mantenernos sanos", asegura Joy, que en su libro pone como ejemplo "a los millones de vegetarianos sanos y longevos que así lo han demostrado" y defiende una dieta varieda y la ingesta de proteínas de origen vegetal para satisfacer las necesidades nutricionales del cuerpo. A sus ojos, beber leche o comer huevos es tan desagradable como para cualquier occidental puede resultar comer carne de perro.
Nada menos que 10.000 millones de animales mueren cada año sólo en EEUU para el consumo humano, una cifra que se doblaría si incluimos las especies animales marinas destinadas a la alimentación. En su obra, Joy también denuncia las duras condiciones de trabajo a la que están sometidos muchos de los trabajadores de explotaciones ganaderas y de la industria cárnica en EEUU, a los que denomina "las otras víctimas del carnismo".
Durante la investigación que realizó para su tesis doctoral, la psicóloga entrevistó a todo tipo de personas: veganos, vegetarianos, carniceros, personas que trabajaban en la industria de la carne... Todos ellos, afirma, compartían una experiencia parecida sobre la consideración de especies como animales de compañías o aptos para el consumo.
Las tres N: Normal, natural y necesario
"El carnismo nos enseña a no pensar, a no sentir nada hacia estos animales. Comer carne se considera un hecho, no una elección", asegura. Y este convencimiento, continúa, se ha logrado gracias a un sistema que justifica el consumo de carne a través de la repetición de lo que ella denomina las tres N: comer carne es normal, natural y necesario. Las mismas n que, según denuncia, se han usado a lo largo de la historia para permitir y justificar la esclavitud, el racismo o la dominación masculina. Y es que para Joy "el carnismo es una ideología violenta, un sistema de presión, un mecanismo que distorsiona nuestra relación con los animales".
"La mayoría de nosotros creemos que comer carne es natural porque el ser humano caza y consume animales desde hace miles de años. Y ciertamente, la carne ha formado parte de nuestra dieta omnívora durante al menos dos millones de años. Pero el infanticidio, el asesinato, la violación y el canibalismo son, como mínimo, tan antiguos como el consumo de carne y, por tanto, podríamos argumentar que también son naturales. Pero no apelamos a la historia de estas conductas para justificarlas", defiende en su libro.
Naturalmente, en otros países la percepción que tienen sus ciudadanos sobre qué animales son comestibles es distinta a la nuestra y para ellos también sería impensable ingerir algunas de las especies habituales en nuestra dieta. Por ejemplo, la vaca es sagrada en India, mientras que en otros países los insectos se consideran una importante fuente de proteínas y su consumo es habitual. En algunas zona de Asia, como China y Vietnam, muchos ciudadanos comen perros sin miramientos, a pesar de que también allí es frecuente tenerlos como animal de compañía. Como destaca Javier Moreno, "distinguen entre los perros que van a destinarse al consumo humano y los que se consideran mascotas".
Joy, que lleva tres años viajando por el mundo y explicando en foros internacionales qué es el carnismo, está convencida de que la mayor parte de la gente no es consciente de las terribles condiciones en las que viven los animales destinados a convertirse en alimentos. Por ello, la autora se muestra satisfecha por el descenso del consumo de carne que se ha registrado por primera vez en EEUU, donde cada ciudadano come aproximadamente 100 kilogramos de carne al año. No obstante, en su opinión este descenso no es sólo atribuible a una mayor concienciación sobre el sufrimiento de los animales, sino también a que la gente cada vez es más consciente de los contaminantes que ingiere cuando toman carne: "Suele estar aderezada con hormonas sintéticas, dosis masivas de antibióticos, pesticidas, herbicidas y fungicidas tóxicos", denuncia en su libro.
La autora confía en que su obra, que ha sido traducida a nueve idiomas, contribuya a que la gente se detenga unos instantes y reflexione sobre por qué comemos algunas especies animales y otras no. Tener información sobre las condiciones en las que viven millones de animales destinados al consumo humano, sostiene, les ayudará a decidir de forma consciente y con libertad: "Sin conciencia no hay elección libre", afirma. Porque, como dice la cita de Mahatma Gandhi que ha escogido como apertura de su libro, "podemos medir la grandeza y el progreso moral de una nación por el modo en que trata a sus animales".
Cada año 10.000 millones de animales mueren en EEUU para el consumo humano.
TERESA GUERRERO
http://www.elmundo.es/
Un perro, en un matadero en China. IGUALDAD ANIMAL
Imagine que unos amigos le invitan a su casa a cenar. El plato principal es un estofado de carne que huele fenomenal y está delicioso. Mientras lo disfruta le pregunta a sus anfitriones por la receta. "Coges un kilo de carne de Golden retriever, marinada desde la noche...", le contesta su amigo. "¿¿Golden retriever?? "Si usted es como la mayoría de las personas que viven en Occidente, probablemente se sentirá mal ante la idea de estar comiéndose un perro cocinado". Incluso sentirá asco, "porque los perros no se comen".
Si sus anfitriones le dicen que es una broma, y que en realidad han servido un estofado de ternera ¿seguiría comiendo? ¿se sentiría mejor? Probablemente sí, porque "si usted es como la mayoría de las personas, cuando se sienta ante un estofado de ternera no ve la imagen del animal del que procede la carne. Sólo ve "comida", por lo que se centra en el sabor, en el aroma y en la textura". Así comienza la psicóloga estadounidense Melanie Joy su reflexión sobre por qué nuestra cultura nos permite comer algunos animales sin contemplaciones, mientras nos insta a que consideremos otras especies como mascotas y, como consecuencia de ello, la idea de causarles sufrimiento nos causa malestar.
Imagine que unos amigos le invitan a su casa a cenar. El plato principal es un estofado de carne que huele fenomenal y está delicioso. Mientras lo disfruta le pregunta a sus anfitriones por la receta. "Coges un kilo de carne de Golden retriever, marinada desde la noche...", le contesta su amigo. "¿¿Golden retriever?? "Si usted es como la mayoría de las personas que viven en Occidente, probablemente se sentirá mal ante la idea de estar comiéndose un perro cocinado". Incluso sentirá asco, "porque los perros no se comen".
Si sus anfitriones le dicen que es una broma, y que en realidad han servido un estofado de ternera ¿seguiría comiendo? ¿se sentiría mejor? Probablemente sí, porque "si usted es como la mayoría de las personas, cuando se sienta ante un estofado de ternera no ve la imagen del animal del que procede la carne. Sólo ve "comida", por lo que se centra en el sabor, en el aroma y en la textura". Así comienza la psicóloga estadounidense Melanie Joy su reflexión sobre por qué nuestra cultura nos permite comer algunos animales sin contemplaciones, mientras nos insta a que consideremos otras especies como mascotas y, como consecuencia de ello, la idea de causarles sufrimiento nos causa malestar.
Una reflexión que resume bien el título de su libro, Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas (Editorial Plaza y Valdés, colección Liber Ánima), que acaba de ser publicado en castellano y recoge las investigaciones que la autora realizó durante su tesis doctoral. "Comer animales o no hacerlo es una tema de justicia social", afirma Melanie Joy durante su visita a Madrid, donde ha presentado la versión en español de esta obra que fue publicada en EEUU en 2010.
La decisión de comer carne
Melanie Joy ha acuñado un término, el carnismo, para denominar "el sistema de creencias que nos condiciona a comer unos animales determinados". Y es que, según sostiene, "en la mayor parte del mundo actual las personas no comen carne porque lo necesitan, sino porque deciden hacerlo. Y las decisiones siempre se derivan de las creencias".
"El carnismo es un sistema de creencias invisible y el trabajo de Melanie Joy está permitiendo darle visibilidad. Una vez que conocemos este sistema tenemos la libertad de decidir", explica Javier Moreno, de Igualdad Animal, la organización de defensa de los derechos animales a la que irán destinados los beneficios de la venta de esta obra.
Joy, profesora de psicología y sociología en la Universidad de Massachusetts (Boston, EEUU), es vegana, es decir no consume ningún producto de origen animal (ni alimentos, ni prendas de vestir ni asiste a espectáculos en los que se usen animales). Pero no siempre fue así. Según confiesa, cuando era adolescente disfrutaba comiendo todo tipo de alimentos y era una fanática de la pizza con cuatro tipos de carne y extra de queso. "Como la mayor parte de la gente, me gustaban los animales y no quería que sufrieran aunque yo misma participaba en un sistema que cometía atrocidades y que iba en contra de mis valores. Cuando comía animales dejaba atrás la empatía", reflexiona.
Allá por 1999, cuando tenía 23 años, se puso enferma tras consumir una hamburguesa en mal estado. Tal fue la indigestión que acabó en el hospital: "A partir de entonces dejé de comer carne, me empezó a dar asco. Poco a poco comencé a interesarme por la información que siempre había estado ahí y supe que hay millones de animales que están sufriendo de manera completamente innecesaria. Me di cuenta de que yo había contribuido al problema y quise ser parte de la solución", recuerda.
La decisión de comer carne
Melanie Joy ha acuñado un término, el carnismo, para denominar "el sistema de creencias que nos condiciona a comer unos animales determinados". Y es que, según sostiene, "en la mayor parte del mundo actual las personas no comen carne porque lo necesitan, sino porque deciden hacerlo. Y las decisiones siempre se derivan de las creencias".
"El carnismo es un sistema de creencias invisible y el trabajo de Melanie Joy está permitiendo darle visibilidad. Una vez que conocemos este sistema tenemos la libertad de decidir", explica Javier Moreno, de Igualdad Animal, la organización de defensa de los derechos animales a la que irán destinados los beneficios de la venta de esta obra.
Joy, profesora de psicología y sociología en la Universidad de Massachusetts (Boston, EEUU), es vegana, es decir no consume ningún producto de origen animal (ni alimentos, ni prendas de vestir ni asiste a espectáculos en los que se usen animales). Pero no siempre fue así. Según confiesa, cuando era adolescente disfrutaba comiendo todo tipo de alimentos y era una fanática de la pizza con cuatro tipos de carne y extra de queso. "Como la mayor parte de la gente, me gustaban los animales y no quería que sufrieran aunque yo misma participaba en un sistema que cometía atrocidades y que iba en contra de mis valores. Cuando comía animales dejaba atrás la empatía", reflexiona.
Allá por 1999, cuando tenía 23 años, se puso enferma tras consumir una hamburguesa en mal estado. Tal fue la indigestión que acabó en el hospital: "A partir de entonces dejé de comer carne, me empezó a dar asco. Poco a poco comencé a interesarme por la información que siempre había estado ahí y supe que hay millones de animales que están sufriendo de manera completamente innecesaria. Me di cuenta de que yo había contribuido al problema y quise ser parte de la solución", recuerda.
RUTH MONTIEL
Su transición hacia el veganismo, relata, fue paulatina: "Primero dejé de comer carne, luego huevos y leche..." Hasta que con los años se convirtió en vegana. "No necesitamos carne para sobrevivir, ni siquiera para mantenernos sanos", asegura Joy, que en su libro pone como ejemplo "a los millones de vegetarianos sanos y longevos que así lo han demostrado" y defiende una dieta varieda y la ingesta de proteínas de origen vegetal para satisfacer las necesidades nutricionales del cuerpo. A sus ojos, beber leche o comer huevos es tan desagradable como para cualquier occidental puede resultar comer carne de perro.
Nada menos que 10.000 millones de animales mueren cada año sólo en EEUU para el consumo humano, una cifra que se doblaría si incluimos las especies animales marinas destinadas a la alimentación. En su obra, Joy también denuncia las duras condiciones de trabajo a la que están sometidos muchos de los trabajadores de explotaciones ganaderas y de la industria cárnica en EEUU, a los que denomina "las otras víctimas del carnismo".
Durante la investigación que realizó para su tesis doctoral, la psicóloga entrevistó a todo tipo de personas: veganos, vegetarianos, carniceros, personas que trabajaban en la industria de la carne... Todos ellos, afirma, compartían una experiencia parecida sobre la consideración de especies como animales de compañías o aptos para el consumo.
Las tres N: Normal, natural y necesario
"El carnismo nos enseña a no pensar, a no sentir nada hacia estos animales. Comer carne se considera un hecho, no una elección", asegura. Y este convencimiento, continúa, se ha logrado gracias a un sistema que justifica el consumo de carne a través de la repetición de lo que ella denomina las tres N: comer carne es normal, natural y necesario. Las mismas n que, según denuncia, se han usado a lo largo de la historia para permitir y justificar la esclavitud, el racismo o la dominación masculina. Y es que para Joy "el carnismo es una ideología violenta, un sistema de presión, un mecanismo que distorsiona nuestra relación con los animales".
"La mayoría de nosotros creemos que comer carne es natural porque el ser humano caza y consume animales desde hace miles de años. Y ciertamente, la carne ha formado parte de nuestra dieta omnívora durante al menos dos millones de años. Pero el infanticidio, el asesinato, la violación y el canibalismo son, como mínimo, tan antiguos como el consumo de carne y, por tanto, podríamos argumentar que también son naturales. Pero no apelamos a la historia de estas conductas para justificarlas", defiende en su libro.
Naturalmente, en otros países la percepción que tienen sus ciudadanos sobre qué animales son comestibles es distinta a la nuestra y para ellos también sería impensable ingerir algunas de las especies habituales en nuestra dieta. Por ejemplo, la vaca es sagrada en India, mientras que en otros países los insectos se consideran una importante fuente de proteínas y su consumo es habitual. En algunas zona de Asia, como China y Vietnam, muchos ciudadanos comen perros sin miramientos, a pesar de que también allí es frecuente tenerlos como animal de compañía. Como destaca Javier Moreno, "distinguen entre los perros que van a destinarse al consumo humano y los que se consideran mascotas".
Joy, que lleva tres años viajando por el mundo y explicando en foros internacionales qué es el carnismo, está convencida de que la mayor parte de la gente no es consciente de las terribles condiciones en las que viven los animales destinados a convertirse en alimentos. Por ello, la autora se muestra satisfecha por el descenso del consumo de carne que se ha registrado por primera vez en EEUU, donde cada ciudadano come aproximadamente 100 kilogramos de carne al año. No obstante, en su opinión este descenso no es sólo atribuible a una mayor concienciación sobre el sufrimiento de los animales, sino también a que la gente cada vez es más consciente de los contaminantes que ingiere cuando toman carne: "Suele estar aderezada con hormonas sintéticas, dosis masivas de antibióticos, pesticidas, herbicidas y fungicidas tóxicos", denuncia en su libro.
La autora confía en que su obra, que ha sido traducida a nueve idiomas, contribuya a que la gente se detenga unos instantes y reflexione sobre por qué comemos algunas especies animales y otras no. Tener información sobre las condiciones en las que viven millones de animales destinados al consumo humano, sostiene, les ayudará a decidir de forma consciente y con libertad: "Sin conciencia no hay elección libre", afirma. Porque, como dice la cita de Mahatma Gandhi que ha escogido como apertura de su libro, "podemos medir la grandeza y el progreso moral de una nación por el modo en que trata a sus animales".
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