ANÍBAL MALVAR
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Siempre tendré más dudas que deudas (que ya es decir), pero me da la impresión de que, de entre todo lo ocurrido esta semana, lo más importante no es que el presidente del Gobierno sea llamado a testificar por corrupción, ni que el ex presidente de la CAM ingrese en prisión, ni siquiera que el compiyogui de Letizia haya tenido que pagar cien mil pavos para no dormir en la trena (esta gente está acostumbrada a pagar hoteles muy caros). Lo que tiene más charme y trascendencia es lo de Francisco Marhuenda y Mauricio Casals, director y presidente de La Razón, presuntos chantajistas high standing subidos al astrolabio de Planeta. Mientras las televisiones sí pingponeaban con el melifluo tertuliano de un plató a otro, los periódicos de papel se la cogían con el de fumar a la hora de relatar las aventuras de Tintín en la sima de Lezo. Ni El País ni El Mundo han querido editorializar sobre la pestilencia mediática de esta mafia corrupta.
David Gistau, siempre versolibrando, daba por hecha la culpabilidad de los dos egregios imputados. Habla de “periodistas que se dejan instrumentalizar a cambio de botines fáusticos”, y sugiere que “recuerdan a la mafia los mandatos a un periódico para que a alguien le aparezcan cabezas de caballo en la cama”.
Siguiendo con el torcuatiano papel, el inefable Hermann Terscht se atreve a asegurar que “el peor delito de los políticos españoles no es la corrupción de pocos o muchos, sin duda menor que la de los periodistas”. Aserto creíble, quizá, si no estuviera en boca de un fulano que cobraba 500 euros por cada dos minutos en la Telemadrid de Esperanza Aguirre (facturó del arruinado ente público más de un millón de euros por regurgitar soflamas contra cualquier enemigo de la lideresa).
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