Leticia Dolera
http://www.pikaramagazine.com/
Ser una mujer feminista y vivir en la sociedad hetero-patriarcal de 2017 implica convivir con la contradicción. Si además te dedicas, como es mi caso, al mundo del cine o la televisión, esa contradicción puede por momentos resultar asfixiante, os cuento porqué.
En diciembre ya empieza el run run. En Febrero son los Goya, ¿vas a ir? ¿Sabes quién te va a vestir? ¿Das premio? ¿Qué te vas a poner? Enhorabuena por los spots de la Gala que has dirigido; pero, sobre todo, ¿qué llevarás en la alfombra roja? Yo respondo que no lo sé, que no quiero pensar en ello, improviso que voy a ir con pantalones y zapato plano. Cuando respondo esto la mirada de mi interlocutor me divierte.
De pronto, una mañana, mientras escucho en la radio una entrevista a un cargo público y reflexiono sobre qué significa exactamente feminizar la política, se cuela en mi pensamiento la pregunta fatal: ¿qué me voy a poner en los Goya?
Así, tal cual.
El humo del café que empaña mis gafas me ayuda a abstraerme y fantasear. Me imagino en la alfombra roja como una Femen, entrando con una falda hecha de material reciclado y el torso al aire. Espera Leti, te falta el mensaje; rebobino en la fantasía, vuelvo a entrar en la alfombra, el mensaje que llevo escrito con rotulador sobre la piel es: ‘Dónde están las directoras’. No, mejor otro, vuelvo a rebobinar; vuelvo a entrar: ‘Nosotras también contamos la historia’. O, tal vez, rewind: ‘El relato cultural también nos pertenece’. (Eso no me cabe en el pecho) Rewind: ‘Más personajes femeninos protagonistas’. Rewind: “Tía no te engañes, no tienes ovarios para esto”.
Comiendo con amigas y amigos con quienes a menudo debatimos sobre feminismo, pregunto qué pasaría si fuera fiel a mis fantasías y asustados me responden: “¡NO LO HAGAS!”. Su gravedad me hace feliz, significa que me creen capaz de hacerlo.
Les pregunto por qué no debería hacer algo así y me dicen que si lo hago debo asumir las consecuencias; es decir: olvídate de ser actriz y suerte con la financiación de tu próximo proyecto como directora, porque si haces algo así, te quedarás sólo con la etiqueta de activista (y puede que con la de desequilibrada).
Me gusta lo de activista, quiero serlo, pero en la pantalla: ahí está mi lucha y también mi pasión y lo que me hace feliz.
Creo firmemente en la importancia del relato cultural para cambiar las cosas, que todo cambio político y social tiene que estar apoyado por un cambio cultural para que cale y perdure. Por eso pienso que quienes nos dedicamos a contar historias tenemos una responsabilidad que va más allá del entretenimiento. No se trata de adoctrinar, pero sí de analizar qué se visibiliza y cómo. Las mujeres no sólo estamos infra-representadas en los cargos de toma decisiones en la industria del cine, sino también, y sobre todo, en el propio relato. Los datos nos dejan claro que en los guiones aparecemos menos, hablamos menos y somos más jóvenes que nuestros compañeros hombres. Todo esto me preocupa porque, en parte, ayuda a perpetuar el rol secundario de las mujeres en la sociedad.
Pero la alfombra roja de los Goya, ¿no es otra suerte de relato? ¿No estamos también contando algo? ¿Y qué contamos? Que ellos llevan pantalones, zapatos cómodos y se arreglan en diez minutos y nosotras pasamos por una sesión de maquillaje, más peluquería, más depilación, más vestidazo, más tacón, más complementos… tiempo extra que podríamos estar dedicando a otras cosas. Porque a ver, ¿nos maquillamos y arreglamos porque queremos o porque hemos crecido con ese imaginario femenino que ha dibujado el hetero-patriarcado para nosotras? Entonces, como mujer feminista, ¿no debería vestir de otra manera a lo que se espera de mi rol de mujer en una alfombra roja?
La respuesta es contradictoria, es sí y es no.
Sí, porque esa imagen está claro que viene de la literatura infantil (y machista) donde nosotras somos princesas etéreas y deseables y ellos caballeros siempre dispuestos a la acción; y ya sabemos qué tipo de relaciones puede generar en la vida adulta ese imaginario.
Y no, porque nuestra liberación pasa por el hecho de que podamos vestirnos como queramos y nos apetezca, sin que se nos juzgue, sin que eso nos sume o reste credibilidad o capacidad de liderazgo.
¡Qué lío!, ¡qué contradicción!
Tengo amigas que se dedican a la moda, con quienes también hablo mucho del poder de la imagen en su campo, para bien y para mal. Así que decido que sean ellas quienes se ocupen de todo mi estilismo. Probamos un solo vestido y a la primera me decido por ese, por un lado porque no quiero volverme loca probando, pero sobre todo porque es precioso. Así que listo, en una tarde lo tenemos.
El sábado es el día. Una maquilladora estupenda viene a taparme las ojeras perennes y los granos hormonales que pueblan mi barbilla, a ponerme pestañas postizas, sombra de ojos, colorete para resaltar el pómulo y a hacerme un moño muy estudiado para que parezca mal hecho; una paradoja más, por si no tenía suficiente.
Mis contradicciones, mi vestido y yo ponemos rumbo a la alfombra roja. Mientras poso frente a las cámaras pienso en todo esto, en las listas de las mejor vestidas, en toda esa especie de competición mediática que se crea en torno a nuestros estilismos y nuestra supuesta belleza exterior. Pero si no me gusta esto , ¿qué hago aquí?, ¿no será que en el fondo me divierte formar parte de esto? Los focos, la magia, la irrealidad… no lo sé, estoy confusa.
En el arranque de la gala paso al backstage, comparto risas, saludos y abrazos, pero no le suelto este rollo a nadie.
Aturdida por unos tacones que todavía no comprendo por qué me he puesto, me siento en un taburete a esperar mi turno como entregadora, mientras veo la gala por una pequeña tele. Y entonces, sale ella, Ana Belén, con elegancia y serenidad recoge su merecido Goya de Honor y pronuncia el primer discurso feminista de la noche. Lo hace también subida a unos tacones y con vestido de alta costura y nada de eso mengua la fuerza de sus palabras, tan necesarias, tan bien dichas, tan llenas de verdad.
Ahí, viendo a esa artista llenar el escenario de forma gloriosa, me perdono a mí misma mis propias contradicciones y entiendo que todo este foco se puede utilizar para bien.
Me vengo arriba, dejo de juzgarme y me levanto a aplaudir.
Al rato me toca. Voy a entregar un Goya con mi amigo Manuel Burque. Camino al escenario le digo que antes de que él pronuncie la frase: “Las nominadas son…” quiero darle las gracias a Ana Belén y apoyar su discurso públicamente. A Burque le parece estupendo. Vamos.
En la oscuridad de los bastidores ‘microfonan’ a Manuel ¿Y yo?, ¿qué pasa?, ¿a mí no me ponéis micro? “No, tú no hablas hasta que paséis al atril a leer el nombre del ganador”. Pero, ¿y si quiero decir algo al bajar las escaleras? Pues no lo dices, hablas cuando estés en el atril que ahí sí hay micro. Pero claro, pienso yo, ahí ya no toca decir nada, eso sería robar foco a las nominadas. ¿De verdad no me vais a poner micro? El estrés entre bambalinas crece, la gala es en directo, nada puede fallar, nos toca enseguida. Lo siento, no hay tiempo para esto y con el vestido que llevas, ahora mismo es imposible.
Me quedo muda. Muda televisivamente. Bajo las escaleras. Me planto en medio del escenario sabiendo que por mucho que hable nadie me va a oír. Estoy desconcentrada, vuelven las preguntas internas. ¿Llevar vestido me ha dejado sin voz? Siento rabia por dentro y, ya en el atril y con micro delante, leo mal el título de la peli ganadora, aunque casi nadie se da cuenta o eso creo.
Ya veis, en un giro inesperado, la contradicción ha reaparecido. Va a ser que no puedo deshacerme de ella y que tendré que aprender a convivir con esa sensación para que no se transforme en culpa, porque eso no, amigas, de culpa nada. Faltaría más.
Así pues, asumir los claroscuros y paradojas de mi propio feminismo, va a ser mi nuevo reto personal, un reto hacia la libertad.
Os veo allí.
Ningún comentario:
Publicar un comentario