luns, 20 de febreiro de 2012

Homo Sapiens Eroticus


Aquel antropólogo gay le había conocido durante una de sus incursiones en África y desde el comienzo intentó y logró una gran amistad con quien con el paso del tiempo se volvería su amante preferido.

El Doctor Greene, famoso antropólogo Inglés había vívido durante mucho tiempo en Sao Paolo, desde donde con mucha frecuencia viajaba a la selva Amazónica a hacer investigaciones con grupos aborígenes perdidos en la profundidad de esa magnifica selva. Durante ese tiempo el se mantenía soltero pero siempre en sus fantasías eróticas soñaba con un magnifico espécimen que fuese muy fuerte, vigoroso, cariñoso y que le acompañase a todas partes para así paliar su angustiante soledad de siempre.

Sentado ahora en el amplio sillón de su escritorio y siendo acariciado suavemente en la nuca por su amante quien inquietamente se movía a sus espaldas, empezó a sentir un pequeño dolor en el bajo vientre y al llevarse la mano derecha y palpar el sitio álgido notó una pequeña protuberancia, un pequeño bulto, lo cuál le preocupó y le puso a pensar sobre las posibilidades patológicas de aquella extraña masa en su bajo vientre la cual nunca antes había notado. Pensó que en caso de persistir dicha masa y sus molestias tendría que verse enfrentado al profundo terror que le producía el ir al médico. Terror ese que se originó en su infancia cuando fue llevado en muchas oportunidades -obligado por su padre- al dispensario de su pueblo natal en donde un médico rechoncho, calvo y viejo alternaba la Medicina con practicas sádicas sobre sus pacientes; y él, niño y paciente, no había podido escaparse a las perversas inclinaciones del galeno quien al examinarlo le pellizcaba sus tetillas con fuerza y le hurgaba con unos gruesos dedos índices todas sus porosidades y al final remataba colocándole el tratamiento con unas jeringas que se veían inmensas y llenas de un liquido  viscoso, amarillento y  espeso que antes de ser aplicadas eran acompañadas con la sonrisa de gozo y  palabras del galeno: "es de aceite y no duele" a la vez que se relamía y frotaba con placer sus manos segundos antes de introducir el aguijón
de metal en las profundas carnes de sus nalgas de niño que no soportaban tanto dolor. Y así, todas las veces terminaba sudoroso, gimiendo intensamente y gritando, pidiendo el auxilio de su padre quien le reconvenía siempre con la frase "sea macho, los hombres no lloran" y sacudiéndolo por su bracito lo llevaba rápidamente hacia su casa. Su padre acostumbraba siempre llevarlo al doctor Ríggor que así se llamaba el sádico galeno, quien alardeaba de la gran precisión de sus diagnósticos y la certeza de los tratamientos que instauraba.

Ahora otra vez le asaltó el terror a Greene, ante la palpación de una pequeña masa en su bajo vientre; pero para tranquilizarse pensó que ya se desvanecería y tomando la mano de su amante King se fue dando brincos con él hacia el jardín.


Al antropólogo le gustaba,siempre que estaba preocupado, ir a su jardín lleno de plantas que había traído desde diferentes ciudades en sus viajes, como una forma de terapia, ya que el olor de las flores le permitía a través de su sentido del olfato entrar en un estado de trance placentero. Y ahora, ya más calmado y tirado sobre la hierba veía a su amante como se movía inquietamente entre los árboles del jardín y se quedó mirándolo y recordando la tarde aquella en el parque natural de Zimbawe donde lo conoció, cuando Ogono su fiel auxiliar y otros nativos lo entraron cargado y herido al recinto donde el estaba estudiando. Al verlo malherido inmediatamente se preocupó en socorrerlo y le aplicó unos calmantes que le permitieron hacer luego el procedimiento de detener el sangrado, curar su herida de bala en el hombro derecho y, dejarlo acostado a fin que se recuperara tranquilamente. Mientras lo cuidaba sintió una gran atracción por el, ya que tenia una gran estructura corporal y embellecidos sus largos brazos así como su gran tórax. Respiraba rítmicamente, y así visto tan grande y tan indefenso generaba un gran deseo de protección maternal el cual no tardo en aparecer en el espíritu de Greene quien a partir de allí se encariño tanto con King que le fue haciendo poco a poco su amigo inicialmente y con el tiempo su amante al descubrir que era muy apasionado y con un derroche de energía que lo hacían un erótico insaciable, cosa que nunca el había descubierto entre sus antiguos amantes. Esa faceta de la personalidad de King terminó por conquistar el cuerpo y el corazón del antropólogo. 



Eran ya cerca de las cinco de la tarde, de ese 7 de Agosto del 2010, King como siempre despreocupado recorría con su caminar balanceado y a veces a saltos los limites del Jardín , mientras Greene tomaba con angustia entre sus manos la ya gran masa que después de varios meses de contemplación se le había ido formando, creciendo lenta pero firmemente, al amparo de su terror a los médicos. Pero aquella tarde el dolor intermitente que le tomaba el bajo vientre iba en aumento y un deseo incontrolable de expulsar de su cuerpo esa masa oprobiosa hizo levantar a Greene del césped, olvidar por primera vez a King, abandonarlo a su soledad y salir a enfrentar su propio terror a fin de resolver lo insoportable que le aquejaba y la gran masa en su vientre que ya casi le impedía moverse. Tomo las llaves de su Jeep y con dificultad ingresó en el, encendió el motor y arrancó en busca de la ayuda de un Facultativo. Llegó rápidamente a la central de Urgencias del Hospital Saint Vincent y apresurado entró en el consultorio del médico sin importarle los otros enfermos que estaban en espera previa, se tumbó en una camilla y rápidamente fue atendido por el facultativo de turno a quien sin darle respiro alguno le grito me muero, atiéndame por favor que éste malparido dolor en la barriga y el jopo me va a matar. El médico se asustó por la vehemencia y el rostro desfigurado de Greene al hablar y su indudable desespero y angustia. Rápidamente le examinó el abdomen aun ante sus dolorosos quejidos y presuroso dijo: llévenlo a Cirugía, es una urgencia, hay que operarlo. 

Greene estaba ahora en el quinto piso del Saint Vincent, en una espaciosa sala con lámparas de luz azulosa intensa que colgaban de sus techos, aparatos electrónicos que enviaban señales desde su cuerpo y que el no sabia descifrar. Veía el correr de un lado para otro de los médicos y enfermeras quienes rápidamente preparaban todo para su cirugía y súbitamente una voz amable le dijo: te vas a dormir, respira tranquilo. Así, entró en un sopor placentero que le aliviaba su dolor y lo sacaba del mundo hacia un espacio iluminado, amplio, azuloso, donde el se veía recorrer como por una amplia playa llena de arenas blancas y brillantes, niño aun y agarrado de la mano de su madre, e inquieto por dirigir su mirada a los genitales de los otros niños varones amigos o conocidos de su infancia. Así en ese estado se quedó dormido.



Al despertar de su anestesia ya no sentía su vientre, ningún dolor le aquejaba, pero se encontraba rodeado del alboroto de quienes con cámaras fotográficas, cámaras de vídeo, grabadoras, micrófonos y lápices y papeles en sus manos le felicitaban, le tocaban afectivamente, y de su médico quien acercándose le dijo: Alégrese, Usted es el primer caso en la historia de una concepción entre especies, acabas de parir una chimpansita, todo ha salido muy bien.

ainm/02.

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